Capitulo 17

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Después de volver de la casa de Micaela, un jeep gris se detiene en frente de mí. Leo baja el vidrio, me sonríe. Yo, como Mara, me sentí muy feliz, al mismo tiempo abrí bien los ojos. Leo tenía semanas desaparecido y de pronto se cruza en mi camino de nuevo.

—Tú papá interpuso más de seis demandas contra mí. —Se quejó con la cara despreocupada.

—Lo siento, tu esposa me llamó zorra. —Apreté fuerte el tirante de mi mochila, tratando de que no se me note lo nerviosa que él me ponía.

Se rio por lo bajo, mirando a la calle, y después me miró de arriba abajo.

Me molesté demasiado.

—Tú arruinaste mi vida, idiota. ¡Eres casado!, ¿por qué me hiciste caso? —Le susurré acercándome a la ventana del jeep.

Frunció el ceño. —¿Relajas cierto? Tú te metiste en mis ojos. Además hablas como si pasaron cosas serias y no pasó mucho además de dos besos.

Me alejé del jeep.

—Acércate, tenemos que hablar.

—No tengo deseos de hablar contigo Leonardo. Vuelve de donde saliste. Y yo continuaré mi vida así.

Sonrió de nuevo divertido, se acomodó en el asiento del conductor y puso la mano en la puerta del jeep. —¿Qué?, ¿estás así por el divorcio de tus padres? tranquila, lo vas a superar.

—¡Mis padres no se están divorciando! —Rodé los ojos y saqué mi dedo medio. Seguí caminando a casa. Su jeep corrió despacio paralelo a mí, hasta que llegué muy cerca al residencial donde vivía y dio una vuelta en U.

Beatriz me acababa de abrazar para despedirse, y justo cuando se subió en el bus, Leo me tocó el brazo. Me asusté y puse la mano en el corazón.

—Dios mio.

—Hola Mara.

—¿Qué haces aquí?

—Vengo a llevarte. Sé que tal vez estas enojada conmigo por todo lo que pasó. Y sé que te he causado muchos problemas, pero creo que te haría feliz si te digo lo quieres saber. Será un regalo.

—Dímelo. Dime lo que escondes. —susurro, esperando el secreto.

—Solo tienes que confiar en mí, y subirte al carro rojo.

—¡¿Un carro rojo?! Hace una semana tenías un jeep gris. Cambias de vehículo demasiado. Si me pierdo, ¿Cómo me van a encontrar?

Leo sonrió. —Mara, en serio, ¿tú no confías en mí?

—La verdad, ¡no!

Agarró mi mano y la mantuvo atrapada suavemente en sus dos manos calientes. —Yo que pensaba que realmente querías saber.

¿Qué si quería saber? Moría por saber. Es como esa curiosidad que te nubla la razón y no te hace actuar bien. Me quedé mirando sus manos y después, lo miré a los ojos.

—Está bien.

Y nos fuimos, o sea, él condujo como hora y media hasta el parque industrial. Miles de fábricas de producción a grande escala. De todas las plantas, ya solo una operaba, de creación de plásticos. Las otras simplemente estaban abandonadas. El personal de la fábrica funcionante era solo de dos guachimán, diez operarias y un gerente que nunca estaba. Ese parque industrial había fallado, y solo quedaba miles y miles de metros de solares con máquinas viejas y solares baldíos. Nos parqueamos en el parqueo de los empleados y entonces empezamos a caminar.

Secretos en el VecindarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora