Capítulo 1

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Mis amigas, estas en concreto, eran bastante peculiares. A todas nos había unido el escuchar el mismo tipo de música y, a partir de ahí, encontramos más cosas que nos volvían locas y nos unían más. Se nos escuchaba y se nos veía desde quilómetros a la redonda. A mis amigas les gustaba mucho la moda y esas cosas y solían siempre vestir "a la última". Aunque ese no era exactamente mi caso. Yo solía vestir sudaderas y tejanos con bambas, pero el resto eran de todo menos normales. Y eso, a decir verdad, me gustaba más. Me mostraban una parte del mundo que no solía ver. Sus padres eran jóvenes y más liberales. No tenían que soportar la burbuja que su madre les había echo a su alrededor. En vez de eso, ellas cometían errores y aprendían de ellos y nadie les echaba bronca a cada instante, a no ser que fuera necesario.

A veces eran bastante escandalosas y yo sentía un poco de vergüenza. Nunca me ha gustado ser el centro de atención más de lo necesario. Pero no lo sentía un problema. Con ellas me sentía feliz, porque era el primer grupo de amigas con el que sentía que podía ser yo y que podía contar con ellas.

Ellas eran Nerea, Nadia, Marina, Meri, Inés y Esther. Y las edades variaban. Mientras que Meri y yo teníamos veintiuno e Inés diecinueve, las demás tenían dieciocho y Marina dieciséis. De alguna forma extraña, eso funcionaba, incluso con la diferencia de edades, que ya sabemos que en esos momentos se nota mucho.

Habíamos quedado a las cinco de la tarde en la puerta de la universidad. Se convirtió en una manía un poco tonta eso de quedar ahí. Luego solíamos sentarnos en alguna parte del enorme parque que había delante o íbamos a dar una vuelta, lo que nos apeteciera.

Ese día decidimos quedarnos en ese parque, así que nos dirigimos al lugar dónde siempre solíamos ir. Era un pequeño trozo de césped que había rodeado de árboles. Siempre estaba limpio y pasaba poca gente por allí, así que nos gustaba.

-      Este fin de semana mis padres se van –explicaba Meri –, había pensado que podríais veniros a dormir. No quiero estar sola.

-      Yo paso – contesté –. Me pasaré un rato y eso, pero nada de dormir.

-      Siempre estás igual, Noa –dijo Marina.

No iba a volver a discutir eso. Estaba harta de inventarme historias para que me dejaran en paz y, al final, en vez de eso, tan solo me encogía de hombros. Sabía que las ponía de los nervios que no les explicara las verdaderas razones de por qué no dormía nunca fuera de casa, pero no había otra. Por nada del mundo les hubiera explicado que no dormía fuera de casa porque muchas veces tenía pesadillas y todas las noches hablaba o caminaba por casa estando dormida. Aunque las pesadillas son algo a la orden del día y no solía darle muchas vueltas a eso, las mías siempre me hacían sentirme extraña y me ponían de una mala leche increíble.

-      Bueno, podríamos cenar y alquilar alguna película –siguió Nadia.

-      Si, ¡alguna nueva que no hayamos visto! –comentó Nerea – ¿Te encargarás tú, Noa?

-      Si, decidme cual queréis y me encargo de buscarla.

Ellas siguieron hablando, pero yo ya no hacía caso. Solían planear muchas cosas y luego resultaba ser una pérdida de tiempo, porque al final acababan dormidas o teniendo que cambiarlos por alguna tontería. En más de una ocasión me he visto a mi misma arropándolas a todas, después de que se durmieran, apagando el televisor y yéndome a casa aburrida por como había acabado la noche.

Algo más allá de ellas me distrajo la atención. No era nada especial, pero me entretenía mirar a la gente en su día a día.

Ésta vez se trataba de un grupo de niños que estaban a unos metros de distancia armando un barullo increíble. Todos estaban jugando a futbol, con unas porterías improvisadas y lejos de personas mayores y niños. Se cabreaban los unos con los otros por fueras de juego o jugarretas que se hacían.

NoqueadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora