Capitulo 1

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-¡Odio la navidad!

Lo exclamé en voz alta cuando la desesperación por estar atascada en el trafico de la ciudad de Miami a las seis de la tarde me hizo caer en el fútil, pero reconfortante acto, de gritar sola encerrada en mi coche. Era mejor esa simple afirmación que perderme en los recuerdos.

Al momento en que escapé de los fríos inviernos de Seattle, creí que el frenesí que se apodera de los seres humanos cuando pasan los primeros quince días del mes de diciembre no se presentaría con tanta fuerza en una ciudad donde, debido al calor, todos se ven en la necesidad de andar por la calle medio desnudos.

Sin embargo, esa bacteria que solo ataca en el último mes del año y que impulsa a las personas a colocar luces de colores, comprar con compulsión y volcarse a la calle en un patético intento por forzar a todos a su alrededor a estar alegres, aparentemente no tenía nada que ver con el estado del tiempo.

Cuando mi plan de liderar una revolución que prohibiera el uso de los colores verde y rojos al

mismo tiempo estaba casi listo, ya había llegado a mi edificio. Aparqué justo al frente y me apresuré para poder encerrarme en mi cueva donde los pinos, los renos y las imágenes del hombre gordo con barba blanca tenían prohibida la entrada.

Sin embargo, las festividades parecían perseguirme. Mi pasillo estaba lleno de cables verdes, con todo tipo de adornos y lucecitas titilantes, desperdigados por el suelo como restos de espagueti al pesto destinados al plato de un gigante. Como colofón una voz grave y ligeramente desafinada cantaba a todo gañote All I want for Christmas is you.

Tanto las luces como la voz parecían provenir del departamento vecino al mío que, hasta ese día, habría jurado que estaba desocupado. Me apresuré para escurrirme sin ser vista hasta mi puerta, pero eso de caminar apuradita por un

pasillo cubierto de cables, mientras tanteas con una mano el interior del bolso para encontrar las llaves, probó ser más peligroso que correr con tijeras. Mi traidor tacón se enredó en una de las extensiones eléctricas y todo se vino abajo.

Literalmente.

Ese par de segundos, cuando te das cuenta de que tus sesenta kilos van derechito al suelo y que para amortiguar la caída vas a tener que soltar la bolsa de comestibles que llevas en los brazos, son desesperantes.

La bolsa fue lo primero que se estrelló. Vi mi caja de cereal y el litro de leche salir airosos del impacto al igual que unas cuantas manzanas, pero mi cena congelada no corrió la misma suerte. La tapa de plástico se abrió y el contenido, un bloque sólido de hielo destinado al horno de microondas, quedó solitario en la alfombra tras deslizarse unos cuantos centímetros.

Yo fui la siguiente. El golpe en la planta de mis manos, así como en mis rodillas, se extendió como una caja de resonancia por todo mi cuerpo.

-¡Por Dios! ¿Estás bien?

¡Perfecto! Ahora no solo mi encantadora persona y mis prácticos alimentos estaban en el suelo, sino también mi honor. Honestamente, si hay algo peor que rodar por el suelo como un espantapájaros sin corazón, es que existan testigos de ese hecho.

-ESTOY BIEN -respondí más molesta que adolorida sin el valor necesario para voltear a ver quién era el intruso en mi momento de vergüenza. Simplemente traté de mitigar mi aparatosa caída con una rápida recuperación.

-Déjame ayudarte.

Una figura pasó a mi lado mientras aún me encontraba en cuatro patas y, para mi tranquilidad espiritual, no hizo el menor amago para ayudarme a salir de mi comprometida situación. Siguió derechito hacía mis compras tratando de regresar el contenido a la bolsa de papel, que ahora exhibía una raja más grande que la del vestido negro de Angelina Jolie en aquella edición de los Óscar.

El Vecino Perfecto(AyA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora