Capítulo 6

1.2K 90 25
                                    

Durante todo el camino de regreso, el incidente con Ivy quedó en el olvido y volvimos a repasar con vicioso criticismo todos los detalles de Ocean Food. Aún nos burlábamos de la minimalista presentación de los platos cuando caminábamos por el pasillo de nuestros respectivos apartamentos.

Como el caballero que era,Alfonso me acompañó hasta mi puerta.

—Mañana en la noche La Malagueña —dijo recordando nuestra próxima misión.

—Amo nuestras citas falsas —le respondí mientras buscaba las escurridizas llaves.

—No son citas falsas —me reprendió.

—Está bien —suspiré rondando los ojos —. Nuestras operaciones encubiertas ¿Te parece bien así?

—Anahi…

—Buenas noches, Alfonso.

Gracias a mis tacones no tuve que empinarme para darle un beso en la mejilla, solo que en lo que mis labios tocaron su piel regresó esa extraña sensación de que no quería terminar la noche, de que aún requería de su compañía. Lo curioso del caso era que sus manos sobre mi cintura tampoco daban el menor indicio de querer dejarme ir.

Mi cuerpo pareció actuar siguiendo una orden que ¡vaya a saber Dios! de dónde provenía porque, ciertamente, de mi cerebro no era: mi boca se movió unos cuantos centímetros hacia la derecha y aterrizó directamente sobre sus labios.

Por unos segundos, la acción quedó sin respuesta, pero luego los labios deAlfonso reaccionaron moviéndose sobre los míos, sus manos subiendo por mi espalda desnuda ejerciendo una ligera presión sobre mi piel.

Me perdí en ese beso que sabía a cosas tan discordantes como hombre y postre, como noche y especias, hasta que tuve que resurgir para respirar y la realidad de mis acciones me atacó con una ola de vergüenza y deseo reprimido.

—¡Dios! —dije, pegándome a la pared al lado de mi puerta tratando de apartarme de esa boca que me tentaba—. Se suponía que eras gay.

—¿Gay? —Alfonso también puso espacio entre nosotros, su cara todo estupor.

—¿No? —pregunté sintiendo que debía estar exhibiendo los colores típicos de la Navidad: verde y rojo—. Pero tienes más de treinta años, sabes cocinar, tienes la letra bonita y estás soltero…Ya va. Eres soltero, ¿verdad?

—Sí, soy soltero y no, no soy gay. —Alfonso se rio bajito—. Sé cocinar porque es mi trabajo, me agrada que pienses que tengo la letra bonita y cuando te vi en el suelo de este pasillo pensé que eras la mujer más hermosa que había visto en mucho tiempo.

—Pero nunca. —Ahora sí estaba confundida— me diste la impresión de que estabas interesado.

Solo somos vecinos, amigos…

—Me pareciste muy joven. Encantadora, divertida, con un sentido del humor que se ha convertido para mí en una necesidad de subsistencia, pero joven — no me miraba. Tenía los ojos clavados en ese punto donde nos habíamos conocido—. Además no he podido superar la imagen de ti en cuatro patas en este pasillo, así que pensé que era mejor tomar las cosas con calma porque vivimos uno frente a otro y yo tengo mucho trabajo para empezar una relación.

No sé qué parte del discurso despertó la chispa. Probablemente fue eso de «la mujer más hermosa», aunque aquello de «encantadora» y «divertida» también tenía su peso. Incluso sus pensamientos lujuriosos sobre mí, en vez de chocantes, le añadían calor a la situación, atizados por la palabra «relación». Tal vez a fin de cuentas no tenía nada que ver con el discurso, sino simplemente con que él era dulce, encantador, caballeroso. Solo tenía claro que esa necesidad que convertía en una tarea titánica el hecho de alejarme regresó repotenciada y decidí entregarme a ella.

El Vecino Perfecto(AyA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora