Probablemente no sabía lo que hacía, había un sin fin de peligros que podíamos correr fuera del pueblo y una gran posibilidad de no volver. Pero ya era muy tarde para arrepentirme, y no tenía ganas de echarme para atrás.
Esa chica me necesitaba, necesitaba mi ayuda y no se la negaría. Para mí era preferible que al llegar todo fuese mentira, que dejar que esa chica muriese.
Además, ¿cómo podía tratarse de una farsa? Esa leyenda debía ser cierta, porque el tatuaje era real y la rosa brillaba a mi contacto, todo coincidía.
Ya había cruzado la reja, estábamos fuera del pueblo y en unas pocas horas empezaría a oscurecer. Me sentía perdida. Nunca había salido del pueblo, ni siquiera a las excursiones anuales que planeaban los jóvenes campesinos.
-Bien, muchos caminos. Necesito orientación. -Saqué el libro del bolso, en ese punto ya no sabía a donde ir y debía revisar el mapa.
Aproximadamente una hora después, a las 5:20 pm (a juzgar por el tono del cielo), nos acercamos al puente que dividía el campo (donde nos hayábamos) con El Desierto.
Ginger caminaba inquieto, sus orejas se habían levantado un poco, parecía que había captado un olor y estaba siguiéndolo con preocupación.
Hasta que de la nada, logré ver a unas personas y él comenzó a ladrar.
Y claro, pues en el camino de la vida siempre habrán obstáculos que vencer. Y los míos ya se habían tardado bastante.
Había olvidado que una vez me hablaron sobre bandas de ladrones a las afueras del pueblo.
Se acercaba a mí un grupo de cinco hombres altos, completamente sucios y apestosos. Tenían aparentemente la misma edad, rondando los 39-46, a excepción de uno que se veía mayor.
-Miren, chicos... ¿Qué tenemos aquí? -Se dirigió a mí el que tenía pinta de líder, llevaba un sombrero vaquero, y un largo bigote adornaba su boca.
Los demás llevaban cintas negras atadas alrededor de la cabeza.
-¡Pero sí es una linda señorita! -Dijo el más delgado de los cinco.
Todos me miraban de pies a cabeza, y eso me daba una sensación irritante e inquietante en la boca del estómago.
-Disculpen, pero si me permiten... Tengo prisa. -Dije al fin, evitando mirarlos a la cara. Sus miradas daban miedo.
-Ah, no no no. No te vayas. -Habló el bigotudo- ¿Por qué no te quedas un rato más con nosotros? ¡Debes estar cansada!
-¿Cansada? No, para nada. No he venido de muy lejos. -Traté de pasar, pero entre tres me cerraron el paso- Por favor, necesito pasar.
-¡Jajaja! -En coro, se echaron a reír.
-Lo siento, damita. -Volvió a hablar el bigotudo- Pero no puedes pasar.
-Escuchen, no quiero problemas, yo de verdad...
-Nos darás todo lo que traigas, y luego quizás te dejemos pasar. -Interrumpió.
Obviamente no me dejarían pasar, y era mentira. Y luego de robarme a saber qué más me harían.
Apreté el bolso con mi mano lo más que pude, al ver que uno de los hombres se acercaba para quitármelo. También noté a uno de ellos sujetando a Ginger, que aunque trataba de morderlo, no lo conseguía.