Capítulo 5

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Dejé a mi padre en la sala de estar, y tomé un par de respiraciones mientras caminaba hacia el despacho.  Tras vacilar un par de segundos, me decidí a entrar e inmediatamente Sebastián me acorraló contra la pared. Me mordí la lengua para no soltar un grito del susto.

-¿Qué pasa por tu cabeza?-preguntó con molestia.

-¿Disculpe?-murmuré yo, evaluando la situación. Él era más grande que yo así que si decidía hacer algo en mi contra tendría que esperar que Nathaniel fuera lo suficientemente compasivo como para defenderme.

-Debes estar loca como para venderte tú misma-dijo enojado. Sus brazos me enjaulaban de manera que no podía hacer nada para alejarme de él-¿Tan poco te consideras, Elsa?

-Discúlpeme, señor Hudson, pero no tengo por qué discutir eso con usted-traté de ser respetuosa, sin embargo, mi voz tembló delatando mi miedo.  Él, finalmente, se alejó de mí, y suspiró, como tratando de calmarse.

-Pues si quieres que acepte, vas a decirme-replicó, se alejó bastante de mí, hasta casi estar al otro lado del espacioso despacho.

-Hay algunas cosas respecto a mi hermana que no puedo decirle-él me miro, más tranquilo que antes-pero, yo no quiero verla atada a esto, así que decidí cambiar lugar con ella para que no tenga que casarse con usted...

-¿Te parezco desagradable?-preguntó de repente, tomándome por sorpresa.

-¿Qué quiere decir?

-Bueno, que si te parezco mala persona, o tan repugnante como para considerar un castigo el tenerme como esposo.

-Bueno, señor Hudson-me crucé de brazos, insegura-considero que el estar atado a alguien a quien no amas es un castigo-sostuve su mirada-y también creo que una persona que es capaz de comprar a una niña, es tan mala y repugnante como la misma persona que la vende.

Me di unas palmaditas mentales por lo correcto y maduro que eso sonó. Creo que Hudson también lo sintió así porque de repente su expresión cambió.

-Entonces, para ti, esto sería un castigo, ¿no es así?-indagó él. Sus ojos no mostraban ningún sentimiento.

-Prefiero tomarlo como un deber, por la persona que amo-dije con tranquilidad.

-Amelia tiene mucha suerte-enfocó la vista en los libros de la biblioteca de mi padre-. Ella no lo iba a saber hasta mucho después, pero, como tú eres voluntaria, no veo por qué ocultarte la verdad.

-¿A qué se refiere?-pregunté, entrecerrando los ojos hacia él.

-No buscaba una esposa, para complacerme...sexualmente-dijo en un encogimiento de hombros. Un ligero rubor se propagó por mis mejillas.-Mi abuelo acaba de morir y me dejó como su único heredero, con la única condición de que debo estar casado al menos un año para recibir la otra parte de la fortuna.

-Entiendo-murmuré. Mi mente comenzó a encajar las cosas.

-Así que me enteré de que tu padre pasaba una mala racha y decidí ofrecerle esta negociación-me miró otra vez, y si se dio cuenta de mi rubor no dijo nada-Obviamente él ya sabía esto. Así que, el contrato que estarías firmando dice claramente que pasado un año ambos quedamos libres nuevamente, además de que después de ese año tú no tendrás derecho a nada de mi fortuna.

Asentí, esto me parecía mejor, mil veces mejor. Podía soportar ese año, podía hacerlo, por mi hermana y por mi futuro sobrino o sobrina.

-Me parece perfecto, ¿algo más que estipule este contrato?-pregunté dubitativa.

-Mmm, no, nada relevante-dijo, volteó hacía mí-¿Aceptas?-me extendió la mano.

Con solo estrechar la mano de Hudson, mi hermana quedaría a salvo para siempre, con tan solo aceptar estaba vendiendo mi libertad, una parte de mi vida. Pero, ¿qué es la vida, si la gente que te hace feliz no es feliz?

Estreché su mano, con toda la fuerza de voluntad que tenía.

-Acepto-dije, con un nudo en el estómago.

-Bien-dijo él-el próximo viernes serás la señora Hudson.-me soltó la mano y me estremecí ante la idea. 

-De acuerdo-mascullé.

-Nos vemos en el altar, Elsa-dijo Sebastián antes de salir del despacho.

Cuando escuché la puerta cerrarse, me dejé caer al suelo y lloré. Lloré por todo lo que había pasado en solo dos días. 

Tenía que pasar un año perteneciéndole en cierta forma a un hombre malvado, un hombre que no amaba, que definitivamente me inspiraba odio y temor. Si mi madre viviera, habría muerto de tristeza por esto, pero también sé que hubiera estado de acuerdo conmigo en la idea de salvar a Amy.

Era más fuerte que esto, yo podía lidiar con esta boda, total, no era como si Sebastián Hudson me hubiera dicho: véndeme tu amor... ¿o tal vez sí?

Véndeme tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora