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Él se quedó mirando fijamente al muchacho, con mil y un pensamientos recorriendo su mente como balas. Era un habitante de Infierno, su marca en forma de media luna ubicada en la parte lateral derecha de su abdomen lo delataba, tal parecía que nadie lo había notado, el muchacho fijó su exótica mirada en el rostro de Jens y pareció asustarse aún más, debido a que su pecho subió y bajó con más velocidad de lo normal.

Cuando una mujer se acercó al muchacho, él se arrastró en el suelo, lejos de ella. Su piel estaba perlada en sudor.

-Es un Íncubo -espetó una voz que él conocía, al levantar la mirada, abrió mucho sus ojos-. Hay que sacarlo de aquí, matarlo o llevarlo a Purgatorio.

Era Astrid, la muchacha de larga trenza pelirroja tenía un gesto duro, sus masculinos rasgos tampoco lo suavizaban. Sus oscuros ojos, casi negros, brillaban en una especie de fuego alimentado por el odio dentro de ella y apuntó al muchacho con su daga, Jens sabía bien que ella siempre andaba con aquella arma a todos lados, era una especie de amuleto.

-Son Serafines y Fereshedas... -comentó el muchacho con un hilo de voz y se secó la frente con su sucia mano-. M-me iré, pero...

No fue capaz de musitar algo más, debido a que sus ojos se pusieron en blanco y cayó hacia atrás. De forma pesada y con un ruido sordo que alertó por completo a la multitud de personas. Un joven de cabello largo se acercó corriendo a él y colocó los dedos en su cuello, luego, soltó un suspiro.

-Está vivo, hay que llevarlo a la clínica.

(...)

Jens se pasó sus manos por el rostro y miró a Astrid, quien mantenía sus gruesas cejas fruncidas y un gesto de molestia en su rostro, no se sentía muy seguro de poder calmarla (ni de querer hacerlo). Escuchó como decían su nombre y fijó su mirada en aquel canoso hombre que jugueteaba con sus manos de forma muy inquieta, Jens, por alguna extraña razón, se sentía igual de inquieto e inseguro.

-Jens, Astrid -dijo él, y se escuchó como sus dedos tronaron de forma casi asquerosa-. Cuando un Íncubo sale de Infierno, no puede volver.

-Pues, a matarlo -gruñó Astrid y sus puños se apretaron-. Jamish, sabes que un maldito Íncubo...

-No todos los habitantes de Infierno son iguales, Astrid -le interrumpió Jens de forma violenta.

El lugar se sumió en un incómodo silencio durante unos segundos hasta que Jamish aclaró su garganta y retomó la conversación.

-No podemos matarlo, Astrid. Eso no es lo correcto, por algo salió de Infierno y debemos cuidarlo, debe ser un legionario o al menos servir para algo -comentó él-. Ustedes dos son los únicos disponibles.

-Yo no lo haré, tengo que ir a Purgatorio, muchos Ánimas andan en rebelión -susurró ella-. Jens, ya saliste en su defensa. Cuida al Íncubo.

Jens estuvo a punto de mostrarse en desacuerdo; no iba a cuidar a un jodido Íncubo, no tenía porqué. Pero la cara que hizo Jamish fue suficiente para convencerlo, los años le habían caído como un puñetazo y el cansancio que tenía en su rostro junto a la vejez le daban un enorme peso. Jens terminó aceptando y Astrid se retiró casi de inmediato, tal parece que no podría disfrutar de su corto descanso totalmente, pero tal vez le dieran unos días extras por tener que cuidar al Íncubo.

-Ya despertó -exclamó el mismo muchacho que había ayudado al forastero-. ¿Quién debe venir a verlo?

Jamish apuntó hacia Jens con su cabeza y se retiró, alegando que debía prepararse para hacer un viaje hacia Infierno, para informar a sus embajadores sobre la casi resolución de uno de los tantos problemas que se tenían con Purgatorio y el hecho de que un Íncubo estaba allí. Jens pudo escuchar como susurraba improperios al irse, cosas como: «los habitantes de Purgatorio son muy necios, ojalá les caiga una maldición o algo» y más cosas así. Brais (o así había dicho que se llamaba el "enfermero") le indicó donde quedaba la habitación, él refunfuñando continuamente sobre el tener que cuidar al muchacho, no deseaba hacerlo. No porque fuera un habitante de Infierno, sino porque quería disfrutar al máximo de su descanso.

ÍncuboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora