Mientras camino por el patio de la Universidad, siento que alguien rodea mi cintura con sus brazos por detrás. Hace fuerte su agarre mientras me da besos cerca de mi cuello, cierro mis ojos y aspiro su tan conocido aroma masculino que revitaliza todo mi ser. Me gira y estampa un beso en mis labios, después de degustar su sabor, abro mis ojos y veo que Alex está impecable y con una sonrisa resplandeciente.
—¿Cómo está la mujer más linda de la Universidad y del mundo entero? —pregunta mientras vuelve a darme un beso casto en mis labios, luego deposita uno en mi frente.
—Pues, con poca energía en comparación contigo —respondo cerrando mis ojos y por un momento para disfrutar de su cercanía.
—¿Es posible que aún no te has repuesto de la grandiosa tarde que tuvimos antes de ayer? —comenta, haciendo mención del hermoso momento que disfruté en sus brazos. Levanta una ceja haciéndome ruborizar al recordarlo.
—No te eches flores torero, deja que el público lo haga —aludo y él ríe a carcajadas.
—Pues hacías algo mejor que tirar flores, mi nombre estaba en tus labios cuando alcanzabas el máximo el placer —susurra cerca de mi oreja, uniendo su cuerpo al mí. Ese contacto hace que mi piel se erice al recordar el momento.
—Engreído —suelto, mientras me separo de su cuerpo—. ¡Vamos! se hace tarde.
Entrelazo mis dedos en su mano y nos dirigimos a las aulas de clases.
—¡Malditas, ayúdenme! —grita desesperada Mabel una y otra vez intentando resolver un ejercicio de contabilidad financiera—. ¿Cómo pueden comer tan tranquilas mientras me debato entre la vida y la muerte?
—Por la sencilla razón de que no estamos en tu misma facultad y no sabemos cómo ayudarte —explica Teresa mientras degusta su ensalada light.
—Y... no entiendo qué tanto haces en tu casa que no tienes tiempo de terminar los trabajos en lugar de hacerlo en el receso de apenas veinte minutos —opino mientras le doy una mordida a mi sándwich.
—Lo que pasa —enfatiza ella y coloca los ojos en blanco—, es que necesito presión y adrenalina para entregar un trabajo bien hecho.
Vuelve a mirar sus apuntes después de advertirnos con evidente sarcasmo.
—Pues me alegra poder aportar más adrenalina a tu sistema sanguíneo. Te comunico —informo al mirar mi reloj—, que escasamente faltan dos minutos para que suene el timbre.
—¡Las odio, malditas! —grita, frotando las manos en su rostro. Nosotras con Teresa solo sonreímos, sabemos que nos ama.
Al menos ya faltaba menos para que la jornada de clases terminara. En las primeras horas, todo pasó desapercibido a mis sentidos, no he prestado atención a nada. Mi mente ha revivido pensamientos relacionados a la búsqueda de formas para ayudar a papá a sobrellevar la situación, tema que incluye a la bruja de Raquel; pero lo que más me ha dado vueltas en la cabeza es buscar las palabras correctas para decirle a Alex todo.
El único tiempo que había dejado de pensar en mis problemas fue cuando estuve con Teresa y Mabel en el receso. Tal como lo prometieron todos, no le han dicho nada a Alex hasta que yo hablara con él.
Acordamos vernos a la salida, luego de las clases. Nos encontramos en el estacionamiento para irnos en su moto, hemos decidido ir a un lugar tranquilo para poder hablar.
Percibo que Alex baja la velocidad y me doy cuenta que hemos llegado al parque donde a veces nos gusta venir a sentarnos por unas horas.
Nos bajamos de la moto y caminamos tomados de la mano, a pesar de que él no sabe de lo que le voy a comunicar, se siente la tensión entre nosotros, creo que estoy hasta temblando. Me tranquilizo un poco cuando él me acerca a su cuerpo para abrazarme y así seguir caminando, el sol de la tarde ya comienza a ocultarse y crea un paisaje hermoso, lástima que no he venido a contemplarlo.
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Tú, mi salvación [En Librerías]
Romantik2da Edición Esta historia ha sido publicada por Luna Nueva Ediciones Carolina es sinónimo de perfección, tiene todo en la vida para sentirse feliz, segura y satisfecha. Un padre que siempre ha velado por su bienestar económico y social. Una emplead...