×Uno×

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Ignïs

     Dicen que las mejores historias se escriben cuando esa persona sufre un pérdida, o está triste, o no sé qué mierda ponía en uno de esos "¿sabías qué...?" del foro para escritores y lectores en el que estoy suscrita. Pero parece ser que esa regla no va conmigo, porque llevo casi dos horas en frente del ordenador intentando escribir un párrafo coherente, pero parece que las ideas que tengo no quieren encajar con la novela, así que me rindo.

Me conecto por décima vez al Skype con la esperanza de que Hugo esté conectado, pero nada. Cierro el portátil y suspiro. Lo echo muchísimo de menos, y sólo ha pasado un día desde que me despedí de él en el aeropuerto, rumbo a Filadelfia. En serio, ¿por qué no se ha quedado en Tarragona con sus abuelos? Bastante difícil era cuando estaba en Tarragona y yo en San Sebastián, pero se podía llevar la relación a distancia, quedando los fines de semana, unas veces allí, otras veces venía él.

Pero ahora que lo tengo en otro continente, tan lejos, se me hace cuesta arriba. Pero prometió que me esperaría dos años, que yo pudiera acabar mis dos años de carrera y volar aquella inmensa ciudad, tan lejos de mi familia, de mis amigos, donde sólo le tengo a él, y a su padre que me odia a muerte. Cuando Alana, la madre de Hugo aún vivía, me aguantaba porque su mujer era feliz teniéndome a su lado. Pero cuando murió el año pasado, no para de recordarme lo mucho que me detesta. En serio, es un asco.

Hace buen tiempo, así que decido salir a correr un poco. Me visto unos short y un sujetador para hacer ejercicio. Una vez atadas mis zapatillas, bajo las escaleras de dos en dos y por el camino me cruzo con mi madre, que frunce el ceño al verme así vestida, y encima sin maquillarme y con una coleta alta alborotada por mi abundante pelo, pero es lo que hay.

—Ignïsaella, ¿a dónde vas?

—Voy a correr un poco.

—Vale. No tardes. Tenemos cita con la peluquera a las tres y tienes que comer algo y, ¡aún no te has comprado un vestido para la cena!

Pongo los ojos en blanco. Dios, detesto las comidas de lujo donde todos sonríen como gilipollas que son y te halagan lo guapa que has venido y lo mucho que te pareces a tu madre. Todos babean para que mi madre les preste algo más de atención. Desde que se separó de mi padre, todos los hombres se rinden a sus pies. Y no los culpo, y madre es guapísima a sus 38 años.

Me hacen gracia cuando dicen que soy una copia de ella, cuando en lo único que nos parecemos es en pelo moreno rojizo y los ojos verde menta. En los demás, soy como mi padre: menuda, los mismo hoyuelos al sonreír, el perfil de mi rostro... En serio, qué halagadores son lo compañeros de trabajo de mi madre.

Son las siete y media cuando alcanzamos mi Audi R8 de color rojo cereza que he dejado aparcado esta tarde al volver de la peluquería y de comprarme el primer vestido que he pilado. Es un vestido de cóctel de color blanco, con los bordes plateados y el escote en forma de V que deja mi espalda al aire, solo con dos tiras plateadas que me llegan al final de mi espalda, atados a la falda del vestido.

Al final decidí hacerme una limpieza de cutis y manicura francesa en la peluquería, tras haberme depilado las piernas y ondular el pelo de manera que lo deja natural y elegante. Creo que la han echado un producto raro a mi pelo, porque ahora parece más oscuro y el tono rojizo se nota más, es un color granate que me encanta, y si algo tengo claro, es que nunca pienso teñirme el pelo y seguir esas modas tan raras que llevan mis compañeras de la uni. En casa me maquillé de forma sencilla: Raya de ojos, rímel y  un pintalabios granate, a juego con el tono de mi cabello.

Veinte minutos después, al llegar a la entrada del hotel Santa Clara, con una madre a punto de darle un infarto en cualquier momento por mi forma de conducir. Me entra la risa pero me resisto, mordiendo el labio inferior , con una sonrisa bailando en mis labios, mientras me calzo los tacones antes de salir camino al hotel. Recojo mi bolso de mano y al salir, veo la cara de incredulidad del aparcacoches. ¿Qué pasa, que una chica no puede conducir un coche de estos o qué? En fin, le entrego las llaves y advirtiéndole de que si recojo mi niño con un sólo rasguño, le mato. Y no voy de coña, y él lo sabe. Mi madre pone los ojos en blanco, y nos dirigimos al interior del hotel.

Hacemos una parada en el bar, donde algunos compañeros de trabajo de mi madre están ya allí charlando, con una copa de vino en las manos y la otra metido en el bolsillo de sus pantalones de manera casual y despreocupada, riendo por chistes que seguro que no tienen gracia.

Hipócritas.

Nos acercamos a ese grupo y me fijo como todos los hombres que están en el bar se giran para apreciar la belleza de mi madre. Que incrédulos.

Mientras nos acercamos al grupo de Hombres Con Ganas De Devorar A Elisa Carvajal, un escalofrío me recorre por toda la espalda. Me fijo en ellos otra vez, todos tienen la vista fija en mi madre, entonces ¿por qué me siento tan observada?

Conforme me hago esa pregunta, me doy cuenta de que un chico, algo apartado del grupo, vestido con unos pantalones de vestir negros y una camisa con las mangas algo remangas del mismo color de los pantalones, pelo negro alborotado y ojos de color miel, me está mirando fijamente, con un destello en sus ojos. Nunca me he sentido tan desnuda delante de un hombre.

Ese chico me está desnudando con la mirada.

EL ÚLTIMO VALSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora