Era el día más caluroso que recordaba. Mi pueblo era tan pequeño que todos se conocían. Los chicos nos juntábamos a hacer locuras. A veces impulsados por el calor y otras por nuestra propia estupidez. Aquel día, ese día en especial, todo iba a cambiar de muchas formas.
Éramos cuatro, los de siempre. A veces se sumaban más, dependiendo el tipo de travesura. Sin embargo, los cuatro de siempre éramos diferentes al resto. Dos chicas y dos chicos. Cada uno con una historia que contar.
Yo era V, el chico más singular del grupo. No era ni de aquí ni de allá. Mi padre había conocido a mi madre en las violentas aguas que rodeaban el pueblito. Mi casa estaba justo en medio de una arboleda que tenía vista al río donde ellos se conocieron. Mi madre era de muy lejos, o eso contaba mi abuelo. Mi padre era de aquí. Así como su padre, y el padre de su padre.
Este pueblito era 'famoso' por su represa, y el abuelo de mi abuelo ayudó a construirla. Así que... se darán cuenta que mi familia ya lleva mucho tiempo aquí.
Mi padre conquistó a mi madre cuando ella vino de vacaciones un verano como este. Ella venía a disfrutar el campo y a comer manzanas, aunque la represa había afectado un poco el ecosistema, cuenta mi padre, y era realmente difícil cosecharlas o que se dieran.
Durante todo el verano que mi madre estuvo aquí, mi padre trató de mil formas el que los árboles de manzano aceleraran el proceso, para así, antes de que ella regresara a Maldonado, hacerle un recorrido por todo el manzanal.
Mientras esto sucedía también trataba de evitar el contacto visual con mi abuelo, pues él decía y lo decía mucho, que no se puede forzar nada de la naturaleza. Que no está bien hacerlo... y que si te atreves a hacerlo... aparte de que te iba a apedrear él mismo, la naturaleza encontraría la forma de hacerte pagar de una forma u otra.
Mi padre no hizo caso, refertilizó los manzanos, y los regó cada 12 horas. Bueno, eso dice él, posiblemente hizo cosas peores... dicen que si les cortas las ramas más débiles obtienes más fruta hermosa, pero menos abundante... No sé qué habrá hecho, pues desde ese momento el padre de mi abuelo no le dirigió otra vez la palabra. Ni a mi abuelo, por dejarlo hacer tal atrocidad. Pero lo consiguió.
Ahora solo faltaba llevar a aquella dulce mujer de tez blanca y cabello negro azabache a que pudiera ver con sus propios ojos el fruto, literalmente, del esfuerzo de mi padre.
Durante una fiesta, ya casi la última de ese verano, donde encienden algunas antorchas y festejan alrededor de los árboles, bailando entre ellos, mi padre se armó de valor. Evadió a sus 'futuros suegros' y raptó a mi madre. Con sus artimañas logró que ella se mantuviera calmada mientras la llevaba casi a rastras al manzanal. Cuando por fin llegaron, mi madre quedó asombrada y a la vez preocupada. Ella sabía que aún no llegaba la temporada, aun así le encantó poder ver las manzanas antes de irse, y no como en años anteriores que solo recibía la canasta llena de ellas en su hogar.
Mi padre le llevó una cesta donde ella podía cortar todas las manzanas que ella quisiera. No hace falta decir que mi madre quedó encantada. Ella simplemente no pudo rechazar tan bello detalle... Aceptó encantada salir con mi padre... aunque al siguiente día se tenía que ir.
Ese año, en el tren que llevó de regreso a mi madre a su lugar de origen, hubo mucho llanto al despedirse el uno del otro, pero también mucha emoción. Se prometieron cartas, más manzanas, y muchas fotografías. Se dieron su primer beso y ella se fue. Él se quedó en su pueblito manzanero, sin nada más que un padre malhumorado y una tierra harta de tanto trabajo. El esfuerzo tendría que ser doble si quería recuperar todo lo perdido.
Mi padre es genial, gentil y amoroso... pero también tenaz y testarudo. Después de todo eso, él cada año se esforzó por cambiar el día de gestación de las semillas, de los árboles, de las manzanas en sí, y darle a mi madre cada verano un millón de manzanas, si ella quería. Hasta que después de 5 veranos, ella aceptó ser su esposa y jamás volvió a irse de este pueblito.
Solo quedaba esperar que la naturaleza no se las cobrara...