4. Eufemismos

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Aquella noche se hizo eterna para ambos, incapaces de conciliar el sueño tras la montaña rusa de emociones que los dos habían experimentado.

Pese a sentirse cansado tras aquel largo día en el que ni siquiera había podido pasar por casa a descansar un rato, Albert se despertó varias veces, cambió de postura otras tantas y rodó por su amplia cama de matrimonio hasta que se concienció de que iba a ser imposible deshacerse del pellizco de culpabilidad que tenía en el estómago, sintiéndose culpable por el final de aquella "cita" que creía haber arruinado. Encendiendo la pantalla de su móvil por enésima vez, suspiró y se contuvo, logrando no mandarle un mensaje a Pablo. Por último y alejándose lo máximo posible de su teléfono para evitar la tentación de hablarle, volvió a hundirse entre las sábanas e intentó refugiarse en el recuerdo de aquellos besos que había compartido con el madrileño, para así lograr conciliar el sueño aunque fuese solo por un par de horas.

Pablo, por su parte, supo que meterse en la cama a fustigarse por lo que había sucedido era perder el tiempo, por lo que tras comprobar que su padre dormía tranquilo y cerciorarse de que no había rastros de olor a whisky en ningún lugar de la casa, se encerró a la luz del flexo de su habitación con la tesis de Monedero, dispuesto a perderse en aquel mar de letras hasta caer rendido, tratando de obviar el arrepentimiento que sentía tras haberse separado del otro de aquella forma tan brusca.

Finalmente, cuando el catalán se despertó con la luz del sol dándole en la cara, decidió que necesitaba volver a ver al de la coleta y hablar las cosas cara a cara, aunque fuese para oír de sus labios un "no quiero volver a verte". Albert había aprendido a sobrellevar muchas cosas a lo largo del tiempo, pero su nerviosismo natural y la incertidumbre que le provocaba aquella situación eran sensaciones totalmente enfrentadas dentro de él y la idea de seguir en aquel limbo de emociones durante las casi tres semanas que duraban las vacaciones de Navidad le aterraba, por lo que tras desayunar a duras penas y preparar todo lo que le hacía falta, salió del piso y se subió al coche de un salto, ensayando mentalmente durante el trayecto todo lo que quería decirle al de Vallecas. Sin embargo, aquel discurso desapareció de su mente tan pronto como distinguió por la ventana de la tienda que solo estaba Tania frente al mostrador, estrechándose cada vez más aquel nudo que se había instalado en la boca de su estómago.

- Hombre, a ti te quería yo ver. –sonrió amablemente Tania mientras Albert tragaba saliva, asustado ante aquel saludo. –Pablo no ha venido hoy, lo siento. –añadió torciendo el gesto en señal de lástima.

- Oh, bueno, pero... ¿Le pasa algo? –preguntó el chico, jugueteando con el bajo de su camisa nerviosamente.

- No, bueno... No, no le pasa nada. ¿Y a ti? –contestó la rubia, frunciendo el ceño al ver al otro tan preocupado.

- No, tampoco... Es solo que anoche salimos y... ¿No te ha contado nada? –inquirió mordiéndose el labio mientras se recolocaba el cuello de la camisa varias veces seguidas.

- Qué va, me he enterado esta mañana y ha sido a través de mi madre. El cabrón no me contesta los Whatsapps y me tiene en ascuas. –confesó la chica riéndose y cogiendo su móvil. –Le he insistido pero mis... cuarenta y siete mensajes no han tenido efecto alguno sobre él. –rio, haciendo que Albert esbozase una sonrisa débil. - ¿Me vas a contar tú o no?

- ¿Yo? –musitó ante la mirada de Tania, que salía del mostrador con un paquete de Donettes.

- Venga, que te soborno a cambio. –afirmó ésta mientras salía de la tienda y llamaba a Albert con la mano, quien finalmente la imitó resignado. - ¿Ha pasado algo?

Mientras Tania se apoyaba contra la pared Albert hizo lo mismo contra su coche y suspiró, metiéndose las manos en los bolsillos y sacándolas al instante para empezar a moverlas continuamente.

Fast CarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora