9. Ties

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- Así que ese es el verdadero motivo de que no quieras venir al viaje.

Mientras un Pablo cada vez más molesto recorría el salón de un extremo a otro intentando digerir la noticia que Albert le acababa de dar, este se encogía cada vez más sentado en aquel sofá a la par que intentaba que su novio entrase en razón.

- Sabes que eso no es cierto, ya te he dicho que me lo pidió hace muy poco y yo ya os había dicho que no...

Exasperado haciendo la maleta –si es que podía calificarse como hacer la maleta el hecho de meter ropa arrugada sin ningún tipo de orden ni mimo dentro de aquel macuto–, el vallecano le dedicó una mirada furibunda.

- Y por eso has esperado hasta hoy para decírmelo, ¿no?

Y, siendo justos, ahí tuvo que darle la razón, si bien ni siquiera él mismo sabía con exactitud el porqué de esa espera. Aunque pensándolo bien, quizás era por el hecho de que, por increíble que le pareciese, una de las reacciones que había barajado de Pablo era justo la que estaba teniendo en aquel instante.

- Pero Pablo, no podía decirle que no... Somos amigos, él también me habría acogido si se lo hubiese pedido.

Arqueando las cejas, el madrileño rio sardónicamente dejándose caer en la maleta para conseguir cerrarla.

- Claro que te habría acogido, es la excusa perfecta para poder entrarte de nuevo.

Albert negó con la cabeza frotándose las mejillas con las manos y logró levantarse de su asiento para acercarse a Pablo con lentitud, quien seguía maldiciendo en arameo aquella maleta en la que tenía que llevar todo tipo de ropa por el imprevisible clima que podían encontrarse durante el viaje.

- Gerard no va a entrarme de nuevo, no seas tonto –aseguró logrando apartar al otro de la maleta para intentar arreglar aquel estropicio que atentaba contra su sentido del orden.

- ¿Ah, no? ¿Entonces por qué me lo has ocultado todo este tiempo y te has puesto nervioso al contármelo? –contraatacó Pablo, cuyo intento de que Albert no tocase sus cosas había resultado fallido al aprovecharse este de su corpulencia física frente a la endeblez del de la coleta para hacerse un sitio delante del macuto.

- Porque... Porque no sabía si te lo ibas a tomar bien, de hecho no te lo estás tomando bien pero no podía decirle que no, Geri y yo somos amigos y...

- Ah, que ahora ya no es Gerard sino Geri –pronunció la última palabra con agrio y exagerado retintín y el catalán suspiró, sabedor de que Pablo no iba a entrar en razón de ninguna de las maneras a escasas horas de irse durante una semana.

- Es una persona importante para mí, no puedo dejarlo tirado –se intentó defender Albert, a lo que el otro respondió con un gesto indicándole que se callase.

- Y apártate, no me hace falta que me ordenes las cosas para compensar –manifestó con frialdad, haciendo que Albert se echase a un lado con expresión abatida. –Ya hablaremos cuando vuelva.

E intentando conservar lo más intacto posible el cuidadoso orden en el que el catalán había recolocado una parte de su ropa (para, aunque se negase rotundamente a admitirlo, conservar aunque fuese una pequeña parte de él mientras estaban separados), volvió a meter el resto de prendas lo más decentemente que pudo y salió del piso arrastrando la maleta en dirección al piso de los Garzón, donde esperaría a que llegase la hora de salir hacia el aeropuerto despotricando de Albert y de sus "estúpidas ideas".

Derrotado, el de Barcelona volvió a dejarse caer pesadamente en el sofá y se tapó los ojos con una mano. Durante aquellos meses apenas habían discutido y el hecho de hacerlo justo en aquel momento le dolía más que cualquier otra cosa, pues nunca había sido demasiado bueno soportando la incertidumbre como tampoco lo era dejando las cosas en el aire con personas que realmente le importaban. Por ello, el corazón le pedía que saliese corriendo tras Pablo para intentar arreglar las cosas antes de que se marchase, pero la cabeza sabía perfectamente que aquello iba a ser en balde y además, no encontraba el motivo exacto por el que tenía que disculparse.

Fast CarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora