2. Los polos opuestos...

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Era otra mañana aburrida de Octubre, pero esta vez Pablo la afrontaba con mejor talante. Sentado en un taburete detrás del mostrador, devoraba la tesis del profesor Monedero mientras tomaba apuntes en un cuaderno de tapa morada sobre las cosas que le parecían especialmente interesantes o que sabía que podría rebatirle a Juan Carlos si alguna vez quedaban para tomar una cerveza... O incluso si volvía a la universidad algún día. A sus 23 años no era tarde en absoluto para retomar la carrera, menos aún siendo uno de los mejores estudiantes que habían pasado por la misma, pero sabía que pasaría mucho más tiempo hasta que pudiese volver y terminarla. Era lo que le había tocado y, pese a que había luchado contra ello, había terminado por resignarse y aceptar que por ahora no le quedaba otra opción. Al menos con la tarea a distancia del profesor Monedero podía sentirse útil otra vez en el campo que realmente le apasionaba, aunque fuese entre bocadillos y paquetes de legumbres.

- No te despegas del cuadernito desde que te lo trajo. ¿Huele a él? –preguntó burlonamente Tania en referencia a Albert.

- No empieces otra vez, joder. –pidió entre risas sin despegar la mirada de los folios.

- Ya es buena hora para desayunar.- comentó la rubia, haciendo caso omiso de la petición de su primo. -¿Te imaginas que aparece el coche por la puerta y estoy descojonándome hasta el día del juicio final?

Pablo levantó la cabeza y la miró con exasperación, negando con la cabeza.

- Sabes tan bien como yo que...

Antes de que pudiese completar la frase, el sonido de un coche aparcando en la puerta volvió a interrumpirle, haciendo que los dos girasen la cabeza hacia la puerta a toda velocidad. Cuando vio el azul metalizado del vehículo a través del cristal de la ventana, el estómago le dio un vuelco al joven e hizo que su prima estallase en carcajadas.

Cuando Albert entró a la tienda y les sonrió tímidamente, Pablo solo pudo tragar saliva mientras Tania cogía el paquete de cigarrillos y salía sonriente del mostrador.

- Buenos días, Albert. –le saludó la joven. –Si no te importa te atiende mi primo, que tengo que salir un momento. –comentó saliendo de la tienda sin ni siquiera esperar a que ninguno de los dos le diese su aprobación.

- Eh, no, claro. No pasa nada. –aseguró él mirando a Pablo, quien asentía, derrotado ante el desparpajo de su prima pequeña. –Veo que estás ocupado... -sonrió el recién llegado señalando los cuadernos que tenía el de la coleta a sus espaldas.

- Sí, pero lo primero es lo primero. –rio el otro, mirando a Albert. -¿Te gustó el bocadillo de ayer?

- Tanto como al profesor, sí. –afirmó riéndose mientras se acercaba lentamente al mostrador. –Muy bueno, en serio. No se equivocó al recomendarme tu tienda.- reconoció, bajando la mirada ligeramente avergonzado.

"Puto Juan Carlos", musitó Pablo para sus adentros mientras lo analizaba detenidamente. Esta vez el chico vestía un polo color naranja claro que volvía a resaltarle el bronceado, unos vaqueros oscuros y el pelo algo más despeinado que el día anterior. Encima de venir más guapo, llegaba dispuesto a desarmarlo con sus comentarios. "Recomponte, Pablo", pensó para sus adentros, carraspeando y dedicándole otra sonrisa.

- Me alegra mucho saberlo. –admitió Pablo, haciendo que Albert levantase la cabeza y volviese a mirarle.

- Y llevabas razón en lo de Monedero. Es un gran profesor, aunque no coincidamos en muchas cosas. –confesó con las manos en los bolsillos. –Seguro que vosotros en ese sentido os entendíais bastante mejor. –dijo de repente mirándole divertido, intentando pinchar al de la coleta.

Fast CarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora