5. Hotline Bling

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La vuelta de Íñigo a Madrid fue el mejor nexo de unión para aquel grupo de amigos que ansiaba juntarse de nuevo tras meses de dispersión. Haciendo acopio de bebidas energéticas y snacks varios, los cuatro jóvenes acamparon en la puerta de llegadas de la T-4 de Barajas sobre las cuatro de la madrugada, deseosos de reencontrarse con el otro. Mientras ese momento llegaba, los agradecimientos y las disculpas veladas se sucedían entre unos y otros, conscientes de que aquella separación les había hecho más mal que bien, en especial a Pablo.

Cuando por fin el espigado joven hizo su aparición tras varias personas con las que había compartido trayecto, sus amigos corrieron hacia él entre risas y gritos, sepultándolo en un mar de abrazos y besos ante el que no pudo hacer más que sonreír. Ojeroso, cansado y aún más delgado si cabía, el chico recibió aquella bienvenida cerrando los ojos con una dulce sonrisa en el rostro, incapaz de creerse que por fin estuviese en casa. Tras fundirse en un largo beso con Alberto (ante el que todos los demás empezaron a tararear la marcha nupcial), tiró de Pablo hacia sí y lo abrazó, sintiendo como el de la coleta lo estrujaba cada vez más.

- No sabes cuánto se te puede llegar a echar de menos, enano. –confesó el vallecano mientras seguía rodeándolo con los brazos.

- Y tú no sabes la alegría que me da verte aquí. –respondió el otro, más emocionado de lo que se esperaba.

- La ocasión lo merecía. –aseguró Pablo, mirándolo con una sonrisa en los labios. -¿Preparado para disfrutar de unas navidades conmigo pegado a tu culo siempre que ese culo no esté intimando con Alberto?

- ¡Pablo! –se quejó la pareja mientras se sonrojaban a la vez.

- Joder, sois tan adorables como repulsivos. –se quejó el interpelado entre risas, ayudando a Iñigo con el equipaje.

Desde aquel momento, no hubo día que el grupo no se reuniese en algún momento, ya fuese para una cena improvisada o para unas cañas en cualquier sitio. Lo importante era la compañía y todos los sabían, por lo que aprovechaban al máximo cada quedada, combatiendo la nostalgia navideña con bromas, cotilleos y cualquier pretexto que sirviese para estar juntos y felices.

En el caso de Pablo, para su sorpresa, aquellas fiestas estaban siendo más tranquilas de lo esperado, lo que también repercutió positivamente en su relación con Albert. Los dos jóvenes vivían pegados a sus teléfonos móviles, relatándose minuto a minuto todo lo que iban haciendo durante aquellas vacaciones y lo mucho que se echaban de menos, aprovechando cualquier excusa para colar selfies y fotos varias entre mensaje y mensaje. De esa forma, ambos se sentían un poco más cerca del otro aunque no pudiesen evitar cierta sensación de desazón al no poder compartir juntos ni un día de aquellas fechas.

Así fueron pasando los últimos días de Diciembre hasta que llegó Nochevieja, en la que la pandilla decidió darse cita por enésima vez en el piso de los Garzón, aprovechando la ausencia de padres y de varios vecinos. No obstante, pese a que eran los de siempre en el sitio de siempre, no dudaron en arreglarse más de la cuenta para la ocasión, sobre todo Tania y Edu, que estaban espectaculares por motivos que Pablo conocía, Íñigo sospechaba y Alberto ni siquiera se olía.

Tras una copiosa cena y la siempre divertida toma de las uvas (en la que Íñigo se atragantó con un comentario de su cuñado y provocó que su preocupado novio no se las comiese todas a tiempo), llegaron las felicitaciones y los brindis para terminar dando paso a los vasos de tubo cargados de algo más fuerte que el vino blanco que habían estado bebiendo hasta el momento. De esa forma, terminó abriéndose paso el panorama clásico de cada celebración del grupo: mientras que Alberto se sentaba en un sillón con Íñigo en sus piernas, Pablo y Tania se colocaban en frente y Edu aprovechaba para hacer las veces de DJ del momento, intentando llamar la atención de la rubia sin que los demás se diesen cuenta.

Fast CarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora