Capítulo 1•La chica de pelo rojo.

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Yo estaba allí cuando la trajeron. No paraba de patalear y de tratar de escaparse de los dos guardias que la traían a duras penas. Cuando llegaron al borde de la escalera, se detuvieron en seco, tratando de evitar que la prisionera escapase. Sin embargo, ella dejó de moverse, y levantó la cabeza. Tenía una cicatriz en el labio inferior y dos ojos verdes que parecían de otro mundo. Los posó en mí, y sonrió de forma burlona.
-¿Estais seguros de que es ella?-dijo la figura de mi izquierda. Un hombre anciano, delgado y de pelo y barba canos. St. Patrick, o también llamado rey Patrick I.
-¡Sí, mi señor!- contestó uno de los guardias. -¡Esta es la joven que marca la profecía! ¡La joven que descendió de los cielos para proclamar...!
Una risa detuvo el discurso. La chica había bajado la cabeza, y parecía que todo aquello le resultaba muy cómico.
-¿Se puede saber de qué os estáis mofando?-le preguntó el rey, con voz severa, levantándose de su trono.
-Simplemente,-comenzó a explicar ella- me resulta divertido el hecho de que alguien se haya tomado tantas molestias por atraparme porque lo diga una profecía.- dijo, volviéndose a reír.- Y, aparte, es fantástico el que os hayáis equivocado de leyenda.
-¿A qué os referís?-preguntó el rey.- ¿Acaso no sois vos la guerrera que descendió de los cielos con la magia de los dioses para librar nuestras batallas?
-Más bien es al contrario.- replicó ella, con una gran carcajada-Digamos que yo soy a quien estabais tratando de evitar.- terminó de decir, con una sonrisa maligna.
-¡Guardias!- gritó el rey.
Todos los guardias del palacio rodearon al la chica, que se quedó arrodillada en el suelo. Todos la estaban apuntando con sus armas. Se hizo el silencio. Ella se levantó lentamente. Llevaba un vestido granate y marrón, a juego con su pelo, aunque sus ojos verdes saltaban a la vista.
-Tranquilos, volveréis a saber de mí muy pronto.
En ese instante, ella hizo una ademán y un remolino de polvo la rodeó. Los guardias dispararon, tratando de alcanzarla. Fue en vano, porque no se oyó ningún grito de dolor. En cuanto el remolino cesó, la chica había desaparecido. Todos se detuvieron. Se creó un silencio abrumador. En un segundo, se creó una marabunta de soldados corriendo de un lado a otro, con el ensordecedor ruido de los yelmos y las pisadas.
-¡Buscad a la verdadera elegida! ¡Deprisa! ¡Y atrapad a esa impostora!-la voz del rey era la única que se podía oír con claridad. Él se dirigió a mí.- Será mejor que vuelvas a tu cuarto. De poco nos vas a servir aquí.-
Asentí e hice lo que me mandó. Además, ya era de noche y poco más se podía hacer que ir a dormir. Y yo quería estar sola. Reflexionar sobre cuál debería ser mi proximo movimiento. Por cierto, con todo este lío, no me ha dado tiempo a presentarme. Mi nombre es Verónica Shelltter, y soy la futura reina del condado de Strams, en Deiah. Sí, son unos nombres un tanto extraños, pero van acordes a la gente de aquí. Me explico. Aquí la gente actúa y vive como en la época Victoriana, mezclando algunos rasgos de la época medieval, junto con una avanzada tecnología. Por ejemplo, es algo del día a día encontrarte entre las violetas de algún jardín a una familia de caballitos de mar fabricados con engranajes, los cuales están revoloteando libremente. Extraño, pero bonito. A lo que iba. Vivo con mi padrino en su palacio, porque cuando yo era pequeña hubo un accidente, no tengo muy claro de qué, y mis padres y mi madrina murieron. A todo el país le costó levantar cabeza, y todo lo que recuerdo es una gran nube de tormenta formándose. Cuando trato de pensar en aquella época, eso es todo lo que se me viene a la mente. Mi padrino, al no tener hijos y no querer volver a casarse para tenerlos, me nombró heredera universal. La verdad, me tiene mucho cariño a pesar de no tener lazos de sangre. Siempre me ha cuidado, claro está, en lo que ha podido. Para lo demás está Lira, mi dama de compañía, la que fue mi institutriz... Siempre me ha apoyado en todo, tanto en trastadas como en temas serios. Aunque se niega a hablarme del accidente.
En fin, ahora creo que estamos en guerra. Al parecer, unos bárbaros dicen que nos quieren invadir porque hace muchos siglos esta tierra les pertenecía a sus dioses y ahora debería ser suya. Siguen las costumbres vikingas. Todo explicado.
Volviendo a la historia, entré a mi habitación. La había decorado yo misma, y eso se notaba. Me gusta mezclar las distintas épocas. Por ejemplo, mi escritorio y mi silla son antiguedades, tengo una pantalla de holograma, cachivaches de engranajes... A la izquierda, mi armario decorado con filigranas. A la derecha, mi cama redonda. De frente, mi escritorio y mesa y, detrás, mi balcón. Me dí la vuelta para cerrar la puerta con llave y, cuando me giré para ponerme el pijama, alguien estaba en mi silla. Cogí una espada que estaba adornando la pared y camine con ella en guardia. Estaba justo detrás. Solo unos pocos centímetros separaban mi espada de su cabeza. Tragué saliva. ¿De verdad estaba dispuesta a hacerlo?
-Ahora mismo podría tirarte por el balcón. -dijo una voz familiar.- De modo que piensa bien lo que vas a hacer.
Era la chica que había causado tanto revuelo. Estaba allí, tranquilamente sentada en mi mesa, escribiendo en un papel con tinta negra.
-¿Qué estás haciendo aquí? ¿Quién eres?- pregunté, tratando de mantenerme lo más seria posible, blandiendo mi espada.
Ella parecía no inmutarse.
-Es extraño el que alguien como tú aun no le haya dicho a nadie lo que es capaz de hacer.- dijo sin levantar la vista del papel.
Hubo un silencio. Decidí volver a colocar la espada en su lugar. De poco me iba a servir si ella podía hacer lo que yo, con la diferencia de que ella lo podía controlar. En esto, terminó de escribir. Parecía bastante satisfecha.
-Me llamo Debrah.- dijo levantándose.
Se acercó al balcón, enrolló el papel y, haciendo un ademán, lo lanzó con una ráfaga de viento.
-Vengo a enseñarte.-dijo finalmente volviéndose hacia mí.
-¿Enseñarme?
-Sí. Eres a la que buscan ¿no?
-Tal vez.
-Vamos, no me vengas con esas. Enséñame lo que has aprendido por tu cuenta.
Me quedé quieta. No sabía cómo explicárselo.
-No...No puedo.- terminé diciendo.
-¿Cómo que no puedes?-dijo ella, levantando una ceja.- Eres como yo, ¿no? Entonces tienes que poder.
-No es tan sencillo. Cuando estoy enfadada, puedo romper cosas de cristal con tan solo mirarlas. Cuando estoy despistada y se me cae la pluma al suelo, puedo levantarla a veces con la mente. Cuando estoy triste, puedo manejar el agua como si no hubiera gravedad. Pero no puedo hacerlo como tú. A veces pasa y a veces no.
-Entiendo.- dijo ella, pensativa.- ¡Bueno! Pues hay que ponerse a trabajar.
-Pero...
-Hay que lograr que ocurra.
-Pero...
-¡Ya veras que divertido!
-¡Yo no quiero ser la chica de la profecía! ¿Has leído cómo termina?
Ella se calló y se quedó mirándome. Yo proseguí.
-"Y cuando la oscuridad haya llegado a su fin, la guerrera prometida volverá a la luz por medio del enemigo"
Ella se empezó a reír.
-Eso son tonterías.
-No lo creo. La guerra es cierta y yo soy cierta. De modo que, ¿y si es cierto? ¡No quiero que me maten en el campo de batalla!
Ella se reía.
-No os riais de mí.
-Por favor -me interrumpió.- tenemos los mismos poderes, somos como familia. -me dijo sonriendo.- Trátame de tú.
-Como quieras. ¿Por qué habías dicho que eres a quien tratamos de evitar?
-¡Para crear el caos y la confusión! Verás, tenía la sospecha de que estabas aquí, pero me quería divertir un poco.-dijo, dejándose caer en mi butaca, a la izquierda, enfrente del armario.
-¿Divertirte un poco? ¿Dejándote atrapar por los guardias?
-¿Los has visto bien? -me preguntó con su ya típica sonrisa burlona. Continuó.- Ya aquí dentro, lo confirmé. Eres tú sin duda alguna. No hay nada más que ver tu marca.
-¿Mi marca?
-Los cuatro lunares, formandote la raya del ojo.
-Por cierto, ¿y quién te ha dicho que yo estaba aquí?
Ella se levantó y señaló al techo.
-Ellos.- me dijo en voz baja.
Me asustó un poco.
-¿Quienes?- le pregunté, también en voz baja.
-Las voces.
Ahora sí me había empezado a asustar de verdad, hasta que Debrah no se pudo aguantar más y se le escapó la risa. Eso me tranquilizó bastante.
-Deberías haber visto la cara que has puesto.-dijo ella, sin parar de reirse.
-Si, muy divertido. Pero aun no me has respondido.
-Cierto.-dijo ella, ya más tranquila.- La verdad, es que sí que fueron ellos.
-¿Quienes son ellos?
-¿Te han hablado alguna vez de los dioses y todo eso?
-Si...
-Bueno, pues existe algo así. Verás, hay muy poca gente con nuestro poder. De modo que se formó una comunidad en donde solamente hay gente como nosotras, porque hace tiempo se nos temía. Y, aunque hoy se nos venere por así decirlo, seguimos viviendo allí. Hay una sábia bastante mayor que sabe cuántos hay de nosotros, y más o menos la zona por donde están. -Espera un momento. Y si hay más gente así, ¿por qué no son ellos los elegidos?¿No valen igual?
-Lo cierto es que no.-dijo ella con pena.- Solamente vale alguien que sea descendiente directo de la realeza.
-Entonces, si yo soy la de la profecía, quiere decir que mis padres eran reyes.
Debrah me miró como si me faltase un tornillo.
-Te explico...
*****
Le conté la historia de mi vida. Tras esto, se quedó pensativa.
-Entonces, ¿nadie te quiere contar qué fue lo que pasó?
-Exacto.
-¿Y tu padrino está obsesionado con encontrar a la elegida?
-Sí.
-Vaya, vaya...- dijo mientras se dirigía al balcón.- Creo que algo grave tuvo que pasar con los bárbaros. Algo relacionado con el accidente. Y que por eso te busca tanto.-dijo, mientras se ponía de pie en la barandilla del muro del balcón.
-¿Qué haces? Te vas a caer.
-Tranqui.- dijo ella balanceándose.- Tengo mucha práctica. Ahora te toca decidir a ti. Podemos ir a la ciudad donde estamos todos o quedarnos aquí mientras te enseño a controlarte, con el problema de si alguien me encuentra. Que, por cierto, ¿por qué tienes tanto miedo a que se enteren?
-Porque aun no estoy preparada. Y el rey no me va a dejar tomar parte en la batalla. Ya me imagino su reacción cuando se entere. Me encerrará por mi propia seguridad. Para que no me pase nada malo.
-¡Alegra esa cara! Ya verás como todo sale bien. ¿Qué te parece esto? Le dejas una nota y te vienes conmigo. Así no te podrá parar.
-Esque...-dije dudando.
-Todo saldrá bien. Ya llevas demasiado tiempo encerrada. Necesitas ser libre, por lo menos por un día.
De pronto, me sentí muy valiente.
-¡De acuerdo! ¡Nos vamos ahora!
-¡Estupendo!
Mientras Debrah me cogía todo lo necesario para el viaje, yo saqué un papel, la tinta, mi pluma y... Nada. No se me ocurría nada. Me había quedado totalmente en blanco.
-Ey, ¿qué pasa?- preguntó Debrah.- Ya está todo listo. Todo lo que me has mandado guardar está preparado.
-No... No sé cómo explicárselo.
-Humm...Déjame a mi.
Antes de que pudiese decirle nada, ella ya se había puesto manos a la obra. Yo la miraba desde la silla, mientras que ella escribía de pie, apoyándose en un libro. Estaba a punto de ofrecerle mi asiento, cuando ella terminó.
-Listo. Ya nos podemos ir.
-Déjame leerla.
Me convenció bastante lo que había escrito. Explicaba por qué me iba, pero no especificaba a donde. Que volvería, pero no sabía cuando.
-Bueno, ¿nos vamos ya?- dijo ella.
-Sí pero, ¿cómo?
-Por el aire, claro está. -dijo ella, como si fuera algo obvio.
Se puso de pie encima de mi silla, extendió los brazos y se dejó caer. Pensé que se iba a dar un buen golpe. Pero no fue así. Se quedó flotando en el aire, como si fuese una burbuja. Vió la cara de incredulidad que había puesto y cruzó los brazos por detrás de la cabeza y la pierna derecha por encima de la izquierda.
-Pero...Ya te he dicho que no puedo controlarlo.
-Es verdad. Y no puedo llevarte a ti. No llegaríamos muy lejos.
De pronto, mi mente se iluminó.
-Hay un carro. Lo trae un anciano. Ferguson me parece que se llama. Distribuye verduras por la ciudad a la antigua usanza. Podríamos colarnos en su carro. No oye bien, así que no creo que nos pille.
-¿Y sale del condado?
-Sí. Tiene su casa en las afueras.
-Bien. ¿Y a qué hora sale?
-¿Qué hora es?
-Las doce y media.
-Dentro de quince minutos.
-Pues nos tenemos que dar prisa para no perderlo.
Ahora estaba el problema de ¿cómo llegar al centro de la ciudad sin ser vistas? Y, para colmo, todos los guardias buscaban a Debrah. Me colgué mi bolso con todas mis cosas y salimos de la habitación. No se oía a nadie en el pasillo. Caminamos sigilosamente hacia la derecha para llegar al cuarto de Lira. Ella nos ayudaría. Picamos a la puerta y no tardó en abrirla. Me sonrió agradablemente, pero su gesto cambió cuando posó sus castaños ojos en Debrah. Nos mandó pasar, por si algún guarda nos veía. Le contamos nuestros planes y le dimos la carta. Ella nos dió dos capas y nos pintó la cara con carboncillo. Nos dijo que ella se encargaría de dejar la carta donde mi padrino la pudiese encontrar.
-Por favor- dijo ella.- tened mucho cuidado.
-No te preocupes. Hablaremos por holograma cuando quieras.
Ella me sonrió y me dió un fuerte abrazo. Se nos saltaron algunas lágrimas.
-Ven. Vos también os mereceis una despedida.- dijo Lira, dándole un abrazo también a Debrah.
Nos guió por unos pasadizos del palacio. Nos dejó justo en una pequeña puerta.
-Para llegar al centro debéis seguir por esta calle y girar a la izquierda en cuanto veáis el cartel de la taberna Wipe Site.
Nos dio otro abrazo. Quedaban ocho minutos para que se fuese el carro. Justo el tiempo que tardaríamos en llegar. Corrimos por la calle, hasta llegar al sitio que nos había dicho Lira. Al girar en la dirección que nos había dicho, vimos al hombre recogiendo unas cajas. Después, él se subió al carro para partir a su casa. Aprovechamos esa oportunidad para sentarnos en la parte trasera. Nos camuflamos entre las cajas. Aprovechamos para dormir un rato. Era muy tarde, e íbamos a necesitar las energías para el día siguiente.

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