Capítulo 2• La gruta.

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Nos despertamos al amanecer. No teníamos sueño y nos aburríamos. Le propuse a Debrah practicar un poco, porque no quería llegar a La Comunidad sin saber prácticamente nada sobre los poderes. Me pasó una manzana de una caja de detrás suyo para que tratase de levitarla.
-Piensa que es una pluma, y que tienes un hilo invisible para moverla.- me aconsejó Debrah.Me tuve que concentrar mucho, pero conseguí que se levantase del carro. La manzana temblaba tanto que, cuando pasamos sobre un bache, salió rodando al camino. Nos miramos y ambas nos echamos a reír. El anciano seguía sin saber que estábamos allí pero, por si acaso, tratábamos de hablar en voz baja. Conversamos sobre cómo era La Comunidad, cómo era la anciana, si se enfadaría mi padrino al saber que me había ido... Tras horas hablando se hizo el silencio. Debían de ser sobre las diez de la mañana, y el sol ya brillaba entre los árboles, creando una cúpula de hojas, tan solo atravesada por los dorados rayos del sol. Todo parecía sacado de un cuento de hadas...
- Veo veo.
-¿Qué? - dije extrañada.
De pronto, desapareció la magia de aquel momento.
-Una cosita de color... ¡Morado!
Yo estaba un tanto perdida, pero reaccioné un segundo después y decidí seguirle el juego.
-Umm... ¿Las lilas?
-¡No!- dijo ella, juguetona.
-¿Mis zapatos?
-¡Sí! ¡Te toca!
-Veamos... Algo azul.
-No. No vale. Tienes que preguntarme primero.
-Veo veo.
Ella sonrió.
-¿Qué ves?
-Una cosita de color azul.
-Ummm.... ¿Tu capa?
-No.
-¿Las cestas?
-Prueba de nuevo.
-Uff... No lo se.
Me miró fijamente a los ojos. Creo que me sonroje un poco, aunque no sé por qué. Traté de apartar la mirada, pero sus ojos me tenían como hechizada. No sabía lo que pasaba.
-¿Tus ojos?
-¿Qué?
Me había olvidado de que mis ojos eran azules.
-Que si son tus ojos.- dijo ella, sin parecer afectarle lo que acababa de pasar.
-Sí. Sí, lo has adivinado.
En realidad no era eso, sino los arándanos de uno de los canastos, pero quería separarme de ella. No entendía lo que acababa de pasar, ni los sentimientos que tuve durante un instante. Ella se incorporó y se apoyó en el lado derecho del carro. Yo hice lo mismo, pero hacia el lado izquierdo. Ella parecía tan tranquila, mientras que yo estaba como un flan.
Entonces empezamos a oír gritos. Cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos rodeados por cinco asaltadores, un grupo de gente que se dedica a robar, ya sea en casas o en vehículos. Viven en el bosque, huyendo constantemente de la policía. Dos sacaron al hombre del carro, y el resto a nosotras. Después, tres de ellos comenzaron a desvalijar el carromato, mientras que los otros dos nos vigilaban apuntandonos con sus armas, que aunque tan solo eran unas dagas, tenían pinta de saber bien cómo utilizarlas. Uno de los que se habían subido al carro bajó de un salto. Se quitó la capucha, la cual le cubría toda la toda la cara, y pude ver su rostro. Él tenía dibujada una sonrisa de medio lado, creo que por la cara de embobada que yo debía de tener. Tenía ojos del color de la miel y el pelo largo en coleta a tonos azules, y unas pecas que contrastaban de forma graciosa con sus cicatrices, una cruzándole la mejilla izquierda y otra en mitad de su ceja derecha. Llevaba pantalones verde oscuro,un gran abrigo que le llegaba por las rodillas, también a tono verde oscuro y unas botas de altura media marrones, bastante desgastadas, al igual que su ropa. Tenía las manos metidas en los bolsillos del abrigo y caminaba de forma lenta y vacilona hacia nosotras, sin borrar su sonrisa. Se detuvo justo delante mío, mirándome fijamente a los ojos. Me puse muy nerviosa. No sabía lo que iba a pasar. Él dió un paso adelante. Casi nos podíamos rozar la nariz. Sentía su respiración y también un aroma a canela.
-Creía que ya te habías ido.- dijo Debrah, devolviéndome a la realidad.
Él se rió y se alejó de mí, caminando marcha atrás.
-Debrah, Debrah, Debrah... Ya deberías saber que yo no acepto las normas.- dijo él, sacando las manos de los bolsillos.
-Creo recordar que había sido tu propia decisión.- replicó ella, impasible.
Él echó una carcajada.
-Mentí.
Ella resopló. Parecía que no se llevaba bien con él.
-Dime Debrah. - dijo él, viniendo hacia mí de nuevo.-¿Quién es tu amiga?
-Verás Alger, -dijo Debrah, tan tranquila y mirando al frente.- no te importa.
Él, que estaba otra vez justo delante de mí, sopló hacia arriba, moviendo su flequillo. Me miró con sus preciosos ojos, que brillaban como un topacio amarillo.
-Dime, ¿por qué vas con esta plasta?
-¡EHH!- se quejó Debrah.
Él la ignoró.
-¿Cómo te llamas, herlik?
Yo estaba embobada, pero lo bastante despierta como para comprender no sabía el significado de esa palabra.
-¿Her...herlik?- pregunté atontada.
Se acercó a mi oreja derecha.
-Quiere decir hermosa.- susurró.
Sentí cómo me recorrió un escalofrío que me puso la piel de gallina. Noté su aliento en mi cuello. Él me dió un beso en la mejilla. Me puse roja como un tomate. Él seguía con su sonrisa vacilona. Miró a Debrah, que le miraba enfadada.
-¿Qué?- preguntó Alger, moviendo los brazos.-¿Acaso está mal darle un beso a una chica guapa?- dijo, sonriéndome.
-Te voy a decir lo que va a pasar ahora.-dijo Debrah, bastante seria. -Nosotras vamos a continuar nuestro camino, y tú y tu pandilla os vais a marchar por el camino contrario. ¿Está claro?
-Debrah, no se si te has dado cuenta, pero más que una pandilla es un batallón. Y os tenemos atrapadas. Sois nuestras prisioneras.- le contestó él, acercándose a ella. Se puso justo delante de ella. Ambos se miraban a los ojos.
-Sabes muy bien que nos podemos escapar y que vosotros no tendríais oportunidad de huir.
Hubo un momento de silencio. Solo se oía el viento entre los árboles.
-Touché. -le contestó Alger.
Subió la mano, la cerró en puño y la bajó lentamente. Los dos que nos vigilaban bajaron las armas.
Entonces, me fijé en Ferguson, el viejo hombre dueño del carro. El pobre estaba temblando de miedo. No sabía quienes éramos ni lo que pasaba.
-Dejadle ir. -dije, tímidamente.-Él no tiene la culpa, no sabía que nosotras íbamos en el carro.
Alger me sonrió de forma agradable. Miró a los dos chicos del batallón que habían entrado en el carro y asintió con la cabeza. Ellos llevaron al hombre al vehículo y le dieron una bolsa con monedas, a cambio de su silencio. Este se fue lo más rápido que pudo, haciendo al caballo relinchar y levantando una polvareda.
-Bien, -dijo Debrah.- ahora nosotras nos vamos y vosotros os vais hacia otro lado.
Me cogió del brazo y me arrastró con ella entre los árboles. Miré hacia atrás y ví a Alger despedirse con la mano mientras que nos íbamos adentrando más y más en la boscosa espesura.

*****
Ya no podíamos ver al grupo. Debrah no me soltaba de la manga de mi capa, así que me paré. Ella también se detuvo.
-¿Por qué le has tratado así? ¿Quién era?
-Es Alger Baum. No es nadie.
-Venga Debrah. Dime quien es.
Ella suspiró cansada.
-Vive en una aldea cerca de La Comunidad. Siempre se ha dedicado a robar y a engañar a gente. No es un buen tipo creeme.
Levanté una ceja. No me acababa de creer lo que me contó. Si fuese en realidad malo, no nos habría dejado marchar ni huir al anciano.
-Vale... De pequeño robaba pero luego lo devolvía todo, y engañaba sólo en casos de necesidad, como para defender a un amigo o proteger a un animal. Pero ahora ya no devuelve nada de lo que roba, aunque es cierto que lo hace para mantenerse a él y a su equipo.
Sonreí satisfecha.
-¡Pero hay otras maneras de vivir!- replicó ella.
Seguimos caminando durante un buen trecho. Debrah no se volvió en todo el recorrido. Tras una media hora llegamos al mar. Estábamos encima de un pequeño barranco, a unos tres metros sobre la playa. Bajamos por un camino excavado en la pared rocosa.
-Debrah, ¿sabes a dónde vamos?
-La verdad, no.
Me detuve en seco. Ella se giró.
-¿¡Qué!? ¿¡Cómo que no sabes a dónde vamos!? ¡Se supone que tenemos que llegar a La Comunidad antes de que esos invasores lleguen a Strams!
-¡Hey! ¡Tranquila! Estaba de broma.
-¿Entonces?
-Nos vamos allí.- dijo señalando a una cueva.
Caminamos por la blanda arena hasta el hueco de la pared. La marea estaba baja y tranquila, y traía mucha espuma. El cielo estaba completamente gris. Se olía el salitre en el aire. Llegamos a la gruta, por la cual pasaba un riachuelo hasta el mar. Estaba llena de conchas y moluscos. Caminamos a través de ella, mientras oíamos el sonido de las gotas cayendo al agua. Cuanto más nos adentrábamos más oscuro estaba. Por suerte, el terreno era bastante liso y no había problema de chocarte con nada. En cierto momento divisamos una tenue luz morada y vimos que la cueva giraba a la izquierda. Seguimos caminando hacia la purpúrea claridad. Vimos los minerales causantes de ese resplandor, que sobresalían con bonitas formas geométricas de la pared de la gruta. Pasamos entre ellas, y llegamos al final de la cueva. Vimos que en la pared había grabadas unas runas. Debrah se acercó a ellas y las acarició con la mano.
-¿Sabes lo que dicen?- le pregunté.
-Sí.- contestó sin apartar la vista de ellas. -La anciana también me envió para buscarlas. Dicen unas coordenadas para encontrar un pergamino.
Se volvió hacia mí y nos fuimos a la salida. Ya de vuelta en la playa, sacó un papel y un lápiz de su bolso, escribió algo, lo enrolló e hizo un ademán para lanzarlo por los aires, entre los árboles, hasta que lo perdimos de vista.


La Elegida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora