Capítulo 9 • Relajación y amistad.

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Todos estaban pendientes de la roca que yo acababa de lanzar. Alger cerró los ojos con fuerza pero no se movió. Se podía cortar la tensión con un cuchillo. No se oía nada cuando... Cayó. La piedra cayó a tres metros de nosotros.
-Bueno... es tu primera vez usando los poderes, ¿no?-dijo
Edduard.-Aún puedes mejorar.
Todos trataban de decime cosas alentadoras para que no le diese tanta importancia a que lo había hecho fatal. Alger abrió los ojos lentamente. Al no haber sentido ningún golpe ni gritos de júbilo esstaba extrañado. Corrió hacia nosotros. Al enterarse de lo que había pasado hizo una mueca y una sonrisa falsa.
-Ya verás. Unos días de práctica y seguro que aciertas en la diana.-dijo él.
-Eso espero. Porque si no...¡vaya elegida que soy!- dije riéndome.
Nos reimos. Después todos fueron a sus puestos: Edduard comenzó a lanzar llamaradas a una piedra que colgaba de una rama, Anna fue hacia un cubo para manejar el agua, Faddei fue a hacer unas pesas mientras que conversaba con una ardilla y Alana y James se pusieron a atacarse con unas espadas de madera. Debrah me llevó con ella a un lugar un poco apartado para meditar, junto a un abeto. Nos sentamos en el suelo.
-Eso te ayudará. A mi me ayuda a concentrarme para poder teletransportarme mejor.
-Parece mentira que uses ese vocabulario.-dijo Alger, que estaba apoyado en el tronco del árbol.
-Alger vete. Necesitamos silencio y tranquilidad, y eso es todo lo contrario a tí.
-Me portaré bien. Lo prometo.-dijo él poniendo ojos de cordero degollado.
-Auj... Está bien. Pero calladito. ¿Entendido?
-Entendido.- dijo sentándose a lo indio en el suelo.
-Bien.- dijo. Ahora nos tumbamos.
Eso hicimos mientras Alger nos miraba, curioso. Era como un niño pequeño que quiere aprender todo lo que sus padres hacen.
-Cierra los ojos.-dijo Debrah.- Concéntrate en tu respiración. Debe de ser como las olas del mar. Coge aire...y expúlsalo. Otra vez. Otra vez. Bien. Ahora piensa en tus pies y relájalos todo lo que puedas. Sube a tus piernas y relájalas. Ahora igual con los muslos.-me explicó de forma calmada y lenta.
Ya no me sentía las piernas y estaba muy relajada. Muy tranquila. Sentí la brisa. Y también sentí que alguien estaba a mi derecha. Giré lentamente la cabeza y abrí un ojo. Alger se había acostado a mi lado y tenía un dedo delante de su boca para que yo no dejese nada. Asentí y volví a cerrar los ojos.
-Ahora relajamos el estómago con el ritmo de la respiración. Y subimos al pecho. Relájalo de la misma forma.
Seguimo así hasta que relajamos todo el cuerpo. Después Debrah me dijo que pensase en un lugar en el que me sintiese segura. Me imaginé mi habitación del palacio. Cómo la hechaba de menos. Pensé en cuando era pequeña y Lira me leía cuentos. Incluso siendo mayor cuando estaba enferma ella me leía. Después de todo esto me sentí mucho más tranquila y segura conmigo misma.
-Ahora ya puedes abrir los ojos, pero no te muevas todavía. Ve recuperando el control de tu cuerpo poco a poco.
Miré a Alger, el cual me sonreía. Al parecer también le había servido de mucho la clase de meditación.
Nos sentamos y Debrah me dió una piedra.
-Ahora trata de levitarla.
Eso hice. Logré que volase por donde yo quise. Me sentí muy contenta, aunque un poco adormilada por la relajación.
-Muy bien. ¡Por fin lo has conseguido!- dijo Debrah mientras desaparecía para volver a aparecer seis metros a la derecha, para luego irse cuatro hacia atrás y luego en una rama del abeto y, finalmente, volver a mi lado.
Seguimos practicando hasta las dos de la tarde. Yo ya había logrado levitar desde una brizna de hierba hasta una roca de unos cuantos kilos.
-Vas a muy buen ritmo.- me premió Alger poniéndose en pie.- Pero ya es hora de comer.
-Cierto. -dije yo levantándome.- ¿Dónde coméis aquí?
-La taberna Edelweis está bien. Tienen una ternera asada y rehogada en vino buenísima. Y no es que sea caro.- dijo Debrah.
-A mi me parece bien. Además, tiene un camarera...-dijo él mientras se mordía el labio inferior.
-De verdad, eres incorregible.-le regañó Debrah.
*****
Ya estábamos en una de las calles, en dirección a la taberna. Cogí a Debrah del brazo. Quería separarnos un poco del grupo, ya que habíamos decidido ir todos juntos.
-¿Qué ocurre?
-Ya sé que no es asunto mío, y si no me lo quieres contar lo ente deré.
-De acuerdo...-dijo Debrah confundida.
-No es que sea una cotilla pero... esque no sé como preguntarlo sin que suene fuerte.
-Tan solo suéltalo. Lo entenderé.
-¿Qué hablasteis Alger y tú la otra noche?
-Aaa... Tienes razón. Sí que es algo fuerte de preguntar.-dijo riéndose. -Le pregunté que era eso que no me quería contar. Al parecer, él tenía muchísimo miedo a lo que le pudieran hacer cuando había robado y me había hechado la culpa. Por eso no me defendió. Y, claro, luego se sintió fatal. Pero no quería admitir que había sido un cobarde al no dar la cara. Él me confesó que su padre, bueno, el biológico pero no sentimental, es un ladrón muy importante, y que mucha gente le quiere dar caza. La gente del pueblo se aplica mucho el refrán de "de tal palo tal astilla", así que le pondrían un castigo muy severo, peor incluso que ser desterrado del pueblo. Por eso no había dicho nada. Así que luego aparecieron los remordimientos y demás. Me dió mucha pena, de modo que le perdoné. Ya hemos recuperado la relación que teníamos, y es genial. En el fondo del fondo del fondo, dentro de una botella que está dentro de una caja, es un buen tipo.- me aclaró.
Ambas nos reímos. Me pareció algo de mucha confianza el que me lo contase. Desde luego, era una gran amiga.
-¡Venga tardonas!- nos gritó Anna desde la puerta de la taberna.
El sol hacía brillar los toques dorados del cartel que colgaba encima de la puerta. Era de madera y tenía una pintura algo desgastada de una flor azul. Encima de esta se podía leer "Edelweis".

La Elegida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora