Capítulo 3• Problemas.

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Caminamos hacia el bosque hasta que encontramos un camino. Lo seguimos en silencio. Me parecía extraño que Debrah no hablase, sin duda el habernos encontrado con Alger la había cambiado.
-Ahora vamos a La Comunidad, ¿no?- le pregunté.
Ella se quedó callada, mirando al suelo.
-¿Debrah?
-Perdón. -dijo ella levantando la cabeza.- Perdón si me estabas hablando de algo. Esque estaba en mi mundo. -dijo, riéndose.
-No pasa nada. -le contesté con una sonrisa.
-¿Qué me estabas contando?
-Que si ya vamos a La Comunidad.
-Sí, ya vamos para allí. No creo que tardemos más de un día.
-Y... ¿por qué le dijiste a Alger que se fuera?
Ella se puso blanca. Yo quería entender por qué ella le había despreciado así.
-Si te lo cuento tienes que jurarme que no se lo dirás a nadie.- dijo muy seria, tendiéndome su mano derecha.
-Te lo juro.- le dije mientras le estrechaba la mano.
-Bien...-bajó la voz.- En realidad, Alger vivió conmigo cuando éramos pequeños porque su madre se casó con mi padre. Nos conocimos con cuatro años, y siempre estuvimos juntos, apoyándonos en todo. Pero un día, cuando teníamos trece años, él me confesó que estaba enamorado de mí, justo antes de irse a una academia de lucha, y me preguntó que si le esperaría. Se me cayó el alma a los pies. Yo siempre le había querido, pero como un hermano. Le dije que lo hablaríamos cuando volviese.
-Vaya... continúa.
-Volvió a los dos años, y había cambiado mucho. Estaba más fuerte y, que demonios, más guapo. Pero mis sentimientos por él no habían cambiado. Siempre había sido mi hermano y siempre lo sería. Lo bueno fue que, cuando se lo dije, me confesó que había sido una tontería, que no me preocupase. Desde entonces, estuvo con una chica distinta cada semana... Hasta que un día decidió marcharse porque todos los padres le odiaban por hacerle eso a sus hijas.
-¿Y lo de robar?¿Es cierto?
-Sí. Creo que su padre es un ladrón, así que supongo que le viene de familia. Ten cuidado con él. He visto a muchas chicas pasarlo muy mal por su culpa, y no quiero que te pase lo mismo.
Me sentí muy agradecida por ello. Sin duda me habría enamorado de Alger, pero ahora ya sabía cómo era en realidad.
Me cayó una gota de agua en la nariz. A pesar de que los árboles nos protegían de la lluvia nos estábamos mojando bastante. Caminamos deprisa hasta llegar a una taberna. Estaba llena de viajeros que hablaban efusivamente, tanto que no nos prestaron atención. También había una banda de cuatro mujeres que tocaba una divertida música, que casi no se podía escuchar por el bullicio. Encontramos una mesa vacía al fondo del establecimiento, junto a la pared. Nos atendió una camarera de nuestra edad, bastante amable para el sitio dónde estábamos. Era rubia y tenía el pelo recogido en una gran trenza que le llegaba por la cintura. Yesca se llamaba. Nos sirvió dos grandes jarras de cerveza. Yo nunca la había probado, y me quedé muy sorprendida cuando ví quee Debrah bebió una cuarta parte de un sorbo.
-Es lo mejor que hay, ¿verdad?
-S...sí, sí. Es... ¡genial!
Yo sienpre me había tratado de apartar de sitios como este, y ahora estaba algo abrumada al ver que era tan malo como había creido.
-¿No te gusta?
-Bueno... nunca la había probado.
-¡Siempre hay una primera vez!- dijo ella, cojiendo mi jarra para dármela.
-"Que demonios"- pensé, cojiendola y dándo un gran sorbo. Mala idea. Me había envalentonado tratando de beberla como si fuese agua, y descubrí que sabía peor que el aceite negro de engrasar las tuercas del reloj del castillo. Debrah se rió por la cara que debí de poner.
-Te falta algo de práctica.- dijo, sin poder para de reirse. Le puse cara de enfado, pero también me acabé riendo. Estaba felíz de tener a alguien como ella que me guiase.
Oímos un gran golpe en una mesa. La banda paró de inmediato. Un gran hombre de aspecto amenazador había lanzado sobre su mesa a alguien. Le estaba cojiendo por el cuello.
-¡Este bastardo me ha robado!- dijo el hombre. Llevaba uniforme de batalla, y parecía tener más de cuarenta años.
El chico al que había abatido trataba de liberarse de él, pero cuanto más pataleaba más le ahogaba.
-Ay, no...- dijo Debrah, llendo hacia ellos.
Traté de pararla pero no alcancé su brazo a tiempo. Se hizo el silencio cuando la gente la vió ir hacia ellos.
-¡Hey! ¿Se puede saber que es lo que pasa?- gritó ella en medio del silencio.
-¡Este subnormal me ha robado mi bolsa de dinero!
-Alger, devuélvesela.
¿Alger? ¿Había dicho Alger? ¿Qué hacía él aquí?
-Ya...ya se la he.... devuelto.- dijo medio asfixiado.
-¡Quiero que este bribón aprenda la lección!
-Señor, seguro que ya la ha aprendido.- dijo, son causar ningún efecto.- ¿Qué le parecería que le invitase a tomar algo?
El hombre soltó a Alger de inmediato.
-Sólo si me permite invitarla, señorita...
-Yeny.
-Esperadme aquí, ahora mismo vuelvo.
El bullicio volvió a la taberna y, en cuanto el hombre había desaparecido entre la gente, nosotros nos marchamos lo más rápido que pudimos.
*****
Ya estábamos bastante lejos de allí. Nos paramos a descansar en un gran roble.
-Vamos a ver Alger... ¿Qué es lo que nos has entendido por marcharte hacia el lado contrario al nuestro?
-Venga, Debrah...-dijo él, trantando de darle un abrazo- Dí que te alegras de verme.
-No.- dijo ella, alejándose de él. -No me alegro de verte.
-Vamos hermanita...
-Alger. Por favor. No lo hagas más dificil.
-Pero, ¿qué te he hacho yo?
-¿Por dónde quieres que empiece? ¡Ya te lo he explicado muchas veces, Alger!- dijo ella, enfadada.
No parecían fijarse mucho en mí, por lo que fui lo más discreta que pude para enterarme de más cosas.
-Por favor, lo estoy deseando.-dijo Alger, creyendo que no había hecho nada malo.
-Aparte de lo que les hacías a las chicas del pueblo, tú...tú...¡me vendiste!
-¿¡Qué!? ¿¡Cómo que te vendí!?
-¡Me hechaste de culpa de robar al juez! ¡Y no te importó el castigo que me iban a poner!
-¡Eso es mentira!
-¿¡Y por qué no paraste a los guardias cuando me llevaban a rastras los guardas!? ¿¡Por qué no me defendiste en el juicio!?
Alger estaba blanco y temblaba. La miraba con ojos como platos.
-Debrah... yo...
-Venga. ¿Cuál es tu escusa esta vez?
Unas lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Alger, algo que debía de ser extraño porque incluso Debrah se sorprendió.
-Ojalá te lo pudiese contar, creeme.- dijo él, dándonos la espalda.
-¿Qué es lo que no me puedes contar?
Él se fue sin decir nada.
-¡Alger!- le llamó Debrah.

La Elegida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora