Maravillosa

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Los días en la nación del fuego siempre eran algo calurosos, no importaba mucho si era invierno o primavera, siempre había ese calorcito que te hacia sudar la espalda y hacia que la ropa mojada te refrescara la piel. Además, nunca tenía que forzar la vista para ver más allá de un par de metros como ahora lo hacía; odiaba la niebla, no sabía si en los próximos tres metros habría un hoyo sin fondo o un oso-perro-polar o como se llamasen esas odiosas creaturas que habitaban el polo sur.

Porque si, para su pésima suerte, el señor del fuego Zuko se encontraba ahora, visitando a su familia en el polo sur.

"Ironías"

El rey, cubierto ahora con un grueso suéter de piel azul frotó el puente la nariz intentando aplicar las ganas de mandar todo al demonio y subirse de nuevo al galeón imperial para emprender su regreso a casa. Odiaba el frio, quería algo de calor, quería quitarse esa estorbosa prenda de vestir sin miedo a sufrir una hipotermia por el gélido viento que soplaba a lo largo de la planicie antártica.

-Maldito seas campesino -masculló entre dientes sintiendo como sus pesadas botas se enterraban en la nieve y dificultaban su, de por sí, trabajoso paso.

Y es que ni siquiera había sido su idea, preferiría mil veces más mandar toda una flota entera para buscar a Gran Gran Abuela y a su suegro para traerlos a la nación del fuego y de paso tirar a Sokka al mar en algún punto del recorrido. Pero el tremendo cotilla había metido la cuchara donde no debía.

Si hasta el muy descarado se había reído en su cara al momento de soltar la cizaña. "Katara, pero si siempre somos nosotros los que venimos, ¿Cuántas veces ha ido Zuko al polo sur?" Ese fue el detonante de su sufrimiento. Nunca había querido tanto quemarle esa cola de caballo de la que tanto fanfarroneaba.

-Pero me las va a pagar, claro que si -

Un tirón en su manga le hizo volver la vista al suelo para poder observar al pequeño niño de ojos dorados que le miraba con una ceja levantada y un gesto de confusión.

-¿Quién te las va a pagar, papá? -preguntó el pequeño.

Lu Ten se encontraba a su lado, tomando con su pequeña manita cubierta por un inmenso guante, la mano de su padre. Zuko ahogó en su garganta la risa que osaba salir al ver a su pequeño cubierto con una piel de color blanco que lo hacía ver como una pequeña bola de nieve y avanzar con trabajo por la fría nieve que seguramente ya se le habría metido por los pantalones y las botas.

Tomó a su hijo en brazos y lo alzo hasta su pecho para darle un beso en la mejilla, no sin darse cuenta que pesaba más de lo normal gracias a las enormes pieles llenas de nieve que llevaba encima.

-Tu tío Sokka -contestó. -No debes abrir la boca cuando no debes Lu Ten.

-¿Es por eso que lo tiraste al mar, papá?

Zuko rio ante la idea de su hijo, ciertamente había sido un accidente que su estimado cuñado callera por la borda del barco. Pero le hubiera encantado ser partícipe de la treta.

-No Lu Ten -dijo limpiando una pequeña lagrimilla que nacía de su ojo derecho. -Aunque me hubiera gustado tirarlo yo mismo.

Lu Ten sonrió recordando como todos se habían vuelto locos cuando su tío Sokka cayó al mar. Había sido divertidísimo; primero se encontraba jugando con su prima Soi Fong con sus juguetes y después su tío se había ofrecido a enseñarle a lanzar el boomerang. Y nada más le hacía ilusión a un pequeño de escasos 3 años que manejar las grandes armas de los adultos.

Claro que su madre había pegado el grito en el cielo cuando vio a su bebe portando el afilado boomerang de su atolondrado hermano. Por eso solo rio con más ganas cuando el dueño del boomerang escuchó el grito con una cara de terror.

One-Shots《ZUTARA》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora