2. Querida lluvia

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No sé por qué estaba vagando en la ciudad, tal vez, simples ganas de salirme de la rutina me habían llevado a meterme en el traje de héroe e ir a caminar por las húmedas calles de aspecto gris.

Me detuve frente a la mansión que debía llamar casa. Me quedé parado un largo rato mientras que mi espalda se mojaba, la gente que pasaba en automóvil me quedaba observando con lástima, pensando que era algún pobre ser desamparado.

De repente, sentí que las gotas cayendo sobre mí se detenían, aunque de frente aún veía lluvia. Giré mi cabeza para saber qué pasaba, y no había nada más que una chica peliazul cubriéndome con su negro paraguas. Creí ver a una diosa brindándome protección, pero fue una imagen que duró a penas dos segundos.

—Princesa— musité, sorprendido.

—Te resfriarás— me dijo con un tono desaprobador, pero llevando una contradictoria sonrisa en el rostro —¿Qué haces frente a la mansión Agreste?

—E-Eh...— dudé al hablar —Sólo miraba.

Pareció creer mi excusa barata, aunque yo me encontrara casualmente observando lugar en el que vivía. Ahora una duda surgía en mi cabeza, ¿y ella qué hacía? No podía ser sólo una casualidad.

Noté que llevaba colgando de su otra mano un colorido bolso, donde alcanzaban a asomarse algunos libros y cuadernos, evidentemente, pertenecientes a ella.

—¿A qué venías?— solté de pronto, lleno de curiosidad, pero tratando sonar lo más normal posible.

Mi pregunta pareció sorprenderla, sus mejillas se tornaron de un color rosa y como reacción rápida escondió el bolso detrás de ella.

—Q-Qué te importa, gato fisgón.

Reí sin dudarlo demasiado y guardé silencio, sabiendo que prontamente me revelaría la verdad por su propia voluntad.

—Un compañero... ¡No, no! Un a-amigo, vive aquí— comenzó a hablar alzando la vista hacía la gran estructura blanca —Últimamente ha faltado a clases... Ni su mejor amigo tiene una idea de lo que sucede y yo, bueno...

—¿Te preocupa?— pregunté cada vez más interesado en la conversación.

Nuevamente me miró y por su nerviosismo supe que había dado justo en el clavo.

—Sí— susurró tímidamente.

Dejándome llevar por un impulso giré bruscamente y le di un abrazo. De la sorpresa soltó el paraguas y el bolso que llevaba, correspondiendo lentamente a mi acto.

Era raro sentir ese tipo de calidez interna bajo la fría lluvia. Pero qué importaba, ella había dicho lo que yo más anhelaba en el mundo sin siquiera saberlo.

—¿Chat Noir?

Se separó de mí algo molesta, viendo los cuadernos que tanto cuidó esparcidos por el suelo, completamente empapados y destrozados; pero aún así se agachó y comenzó a reunirlos todos.

Entre sus cosas, alcancé a ver una cajita de bombones que sostuvo con pena entre sus manos. Nuevamente, valiéndome únicamente de mis instintos para actuar, le saqué con una rapidez uno de los dulces y me lo comí.

—Delicioso— opiné —¿Los hiciste tú?

—Sí..., ¡pero no eran para ti!— me reclamó exaltada.

Sonreí viendo como "amablemente" me lanzaba los chocolates que quedaban uno por uno.

Meow, gracias princesa.

—No puedes ser más irritante— se quejó llevándose una de sus manos a la cabeza —¡Adiós!

Me tocó verla partir, roja de la rabia, en medio de esas querida lluvia que empapaba su cabello. ¿Habría arruinado el momento? Sólo intenté ser agradecido.

Comprobando que no hubiera nadie cerca liberé mi transformación y antes de entrar a casa, recogí el paraguas que Marinette no había querido llevarse. Lo guardaría en mi cuarto para poder atesorar el recuerdo del lluvioso día en el que descubrí lo maravillosa que era la azabache.

Próximamente, MI azabache.

One-shot's Miraculous LadybugDonde viven las historias. Descúbrelo ahora