Había quedado petrificada.
Sinceramente había creído que mi acompañante era un ella pero resulto ser un él, y es que su ronca y profunda voz masculina me había dejado hipnotizada. Tanto que no puede reaccionar a tiempo para detenerlo y saber su verdadera identidad.
Había salido de la sala de música antes de que por lo menos pudiera preguntar su nombre. Aparte de que me dejo con la gran intriga de saber que era, específicamente, lo que agradecía.
En todo caso la que tenía que agradecer era yo, que cuando más anhelaba la compañía de uno de esos instrumentos, que con el simple rose te transprotaba a un mundo donde los problemas se convertían en polvo dando paso a la conformidad y la serenidad, el simplemente apareció para darle el toque que le faltaba a ese melancólico momento.
La noche siguiente yo había faltado a la sala de música por problemas personales así que no supe si aquel chico había vuelto para otra nota en compañía.
Pero lo que si había hecho fue tratar de encontralo, cosa que fue un total fracaso, pues lo que podría indenticar es su voz que seguía rondando por mi cabeza. Y tampoco podía ir hablandoles a todos los chicos de la academia para ver si daba con él. Porque primero, eso sería penoso y yo soy extremadamente tímida para relacionarme con la gente, mucho menos con un chico. Y segundo, porque esta era una academia de música muy grande y son como unos tres mil estudiantes, eso se reduce a que mi búsqueda seria complicada, por no decir que casi inútil.
Había pensado buscar en las salas de canto pero no estaba segura si una persona que tocaba el violonchelo también tomaba clases de canto.
En lo que si estaba completamente segura es que esa noche volvería a la sala de música con la esperanza de que él fuera, para así poder saciar mi sed de duda y la curiosidad que tengo de saber quién es mi acompañante.