8- Su último saludo en el escenario

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Eran las nueve de la noche de un dos de agosto: el peor agosto de la historia del mundo. Ya entonces podía uno pensar que la maldición de Dios se cernía aplastante sobre un mundo degenerado, pues flotaban un silencio sobrecogedor y una sensación de vaga expectación en el aire sofocante y estancado. El sol se había puesto hacía rato, pero en el occidente lejano, a poca altura, se dibujaba una franja rojo sangre, como una herida abierta. Arriba, las estrellas brillaban resplandecientes; y abajo, las luces de las embarcaciones centelleaban en la bahía.
Los dos famosos alemanes estaban junto al parapeto de piedra de la avenida del jardín; tenían detrás el edificio, bajo, alargado y cargado de gabletes de la casa, y estaban contemplando la ancha playa que se extendía al pie del profundo acantilado pizarroso sobre el que Von Bork, como un águila errante, se había posado hacía cuatro años. Tenían las cabezas muy juntas y hablaban en tonos quedos, confidenciales. Desde debajo los dos extremos incandescentes de sus cigarros podrían haber sido tomados por los ojos humeantes de algún demonio maligno, acechando en las tinieblas.
Hombre extraordinario este Von Bork, un hombre que difícilmente sería igualado por ninguno de los abnegados agentes del Kaiser.
Era su talento lo primero que le había recomendado para la misión de Inglaterra, la misión más importante de todas; pero desde que se había hecho cargo de ella, su talento se había manifestado de forma cada vez más patente ante la media docena de personas que estaban en contacto con la realidad en todo el mundo.
Una de esas personas era su actual compañero, el varón Von Herling, primer secretario de la legación, cuyo enorme vehículo Benz de 100 HP esperaba, bloqueando el camino vecinal, a conducir a su propietario de vuelta a Londres.

-A juzgar por la marcha de los acontecimientos, creo que probablemente estará de regreso en Berlín antes de que acabe la semana -estaba diciendo el secretario-. Cuando llegue, mi querido Von Bork, creo que se quedará sorprendido del recibimiento que le aguarda. Yo sé lo que se piensa, en las más altas esferas, de su trabajo en este país. -El secretario era un hombre descomunal, grueso, ancho y alto, con una forma de hablar lenta y cansina que había sido su mejor recomendación en la carrera diplomática.

Von Bork se rió.

-No son muy difíciles de engañar -comentó-. No puede uno imaginarse una gente más dócil y más ingenua.

-No sé qué pensar -dijo el otro, reflexivo-. Tienen límites extraños y uno tiene que aprender a observarlos. Es esa simplicidad superficial suya lo que hace caer en la trampa al extraño. La primera impresión que uno recibe es que son totalmente maleables; pero de pronto se tropieza uno con algo inflexible y sabe que ha llegado al límite y que debe adaptarse a ese hecho. Por ejemplo, tienen sus convencionalismos isleños y, simplemente, hay que observarlos.

-¿Se refiere a lo de "guardar las formas" y todo eso? - Von Bork suspiró, como si hubiera sufrido mucho.

-Me refiero a los prejuicios ingleses en todas sus extrañas manifestaciones. Como ejemplo puedo mencionar uno de mis peores tropiezos y me permito hablar de tropiezos porque conoce lo bastante bien mi trabajo para ser consciente de mis éxitos. Fue cuando llegué por primera vez. Me invitaron a una reunión de fin de semana en la casa de campo de un ministro del Gabinete. La conversación fue tremendamente indiscreta.

Von Bork asintió con la cabeza.

-He estado allí- dijo secamente.

-Exacto. Bueno, pues, naturalmente, envié a Berlín un resumen de la información. Por desgracia nuestro buen canciller es hombre d poco tacto en estos asuntos, e hizo una observación que dejaba patente que sabía lo que se había dicho. Como es natural la pista les condujo directamente hacia mí. No tiene idea de lo que eso me perjudicó. Nuestros anfitriones británicos no fueron precisamente ingenuos y maleables en esta ocasión, puedo asegurárselo. Dos años tuve que soportar sus efectos. En cambio usted, con esa pose de deportista...

El Último Saludo de Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora