4. ¿Recuerdas?

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Caminé lentamente por el pasillo que hacía más de tres años que seguía, para entrar a la recámara que por más que yo deseara seguía igual.

- ¿Se puede? -pregunte suavemente.

- Adelante -respondio aquella persona que tanto amaba, con voz débil... frágil, tan frágil como ella.

- He vuelto mami -le comunique con temor a lastimar sus débiles oídos.

- Me alegra tanto pequeña -me sonrió torpemente-, ven -me indicó señalando un lugar en su cama-, sientate junto a mi.

Caminé lentamente, tratando de recordar cada momento feliz mirándola tan dulcemente y así de a poco tomar fuerza en éstos momentos tan tristes.

Tenía miedo de decirle lo que el doctor me había dicho en el mismo momento en que me vio llegar... tenía miedo de dejarla ir.

- Dayane... -me llamo débilmente-, hija mía. ¿Recuerdas el día que te caíste de aquella colina con tu bicicleta nueva? -preguntó con una sonrisa un poco torcida y rota, así como me encontraba yo.

- ¿Cómo no recordarlo? -pregunté recordando aquel día como si se tratara de ayer-. Lloré tanto y usted sólo se reía de mi.

- ¿Quieres saber por qué me había reído de ti? -me preguntó de repente sacándome de mi mente y los problemas que traía encima.

- Claro -tome su mano, tan cálida y suave, tan arrugadita y pequeña.

- Me reí, por que... me recordaste a mí de joven, antes de saber lo que era el verdadero dolor.

Me quedé muda por unos instantes, al igual que ella... me hubiera reído si tuviera la oportunidad de verme en aquel momento.

Y sin querer, las lágrimas empezaron a caer.

No quería perderla, no quería dejarla ir aún... ni nunca.

- ¡No llores, Dayane! -me regaño mirándome a los ojos.

- Perdón mamá -limpie rápidamente las lágrimas en mi rostro-, ya no lo haré más -le prometí regalándole una sonrisa.

- Claro que lo volverás a hacer -dijo mirando hacia la puerta-, no es malo llorar hija... sabes -me miró nuevamente-, yo también lloré en muchas ocasiones, claro que en ese entonces no te tenía a ti.

La mire lentamente, ¿sería algún día tan fuerte como lo era ella?

- ¿En qué piensas? -preguntó un poco preocupada.

Por un momento me quedé callada, no quería preocuparla más, pero tampoco podía seguir soportando tanto dolor.

- Sólo pensaba, si algún día... no muy lejano, yo también sería tan fuerte como usted -admití bajando mi rostro y tratando de buscar alguna distracción o encontrar algo nuevo de lo que pudiéramos hablar.

Ella colocó su mano bajo su barbilla como tratando de encontrar la respuesta ideal, y lo hizo.

- Siempre lo has sido.

- Si lo fuera...

- Lo eres -trató de hacerme entrar en razón-. Sí, has cometido un sin fin de errores, ¿y quién no? Sí, has llorado más ocasiones de las que quizá yo recuerde, ¿y quién no? Eso no te hace débil, mucho menos te hace ser como los demás... eres fuerte y lo sé por todo lo que has tenido que pasar junto a mí -apretó levemente mi mano-. ¿Recuerdas el día en que tú papá nos abandonó? -acentí, haciendo que siguiera hablando-. No lloraste -me recordó sonriéndome y mirando directo hacia mis ojos-. ¿Aún recuerdas lo que me dijiste?

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