1.5 La última salida | Segunda Parte

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          — Tiene cáncer —guarde silencio ante los resultados de mi análisis, no sabía qué decir o qué hacer... jamás espere o imaginé aquella respuesta— Y es del maligno. Yo le recomiendo que lo empecemos a atender inmediatamente, conozco a un especialista que podrá ayudarlo... pero está en Estados Unidos... y bueno... ya sabe.

          — No se preocupe —le sonreí aún sintiendo ese dolor en el pecho—, conseguiré el dinero. Deme los datos, por favor.

Mi mente era un caos, hoy planeaba pedirle matrimonio a Mariana... pero no podría ser, ella merecía ser feliz con alguien sano.

¿Y si sanaba con este tratamiento? ¿Sería entonces necesario decirle a Mariana? Quizá no, sólo mis tíos estarían enterados de esto.

El doctor me entregó los datos y entonces volvió a hablar— De verdad siento no poder ayudarlo.

Y le creía, nadie jamás desearía aquello... nadie que de verdad valorará la vida.

Gracias por todo doctor —le di un apretón de manos y salí del consultorio.

Caminé directamente a la entrada y por mi mirada, suponía que todos conocían mi desgracia... pero en realidad no era así, sólo era mi cabeza y yo, sólo yo sabría cómo resolver este embrollo.

Mire los resultados nuevamente, la palabra cáncer dolía más que nunca.

Pare un taxi y le di la dirección de mis tíos, desde que tenía 5 años se encargaron de mi, mis padres habían muerto y yo sólo los tenía a ellos.

¿Cómo les diría esto?

          — Hoy es un hermoso día, ¿no cree muchacho? —me pregunto de repente el conductor, era ya viejo y sin embargo se veía lleno de vida... lo que yo quizá perdería—, sabe... cuando yo tenía su edad me enamoré por primera vez, ¡ay mi Dolores...! Esa mujer era tan preciosa que la veía tan inalcanzable para un feo como lo soy yo —el señor pareció sentirse en aquel momento—. Sin embargo, me eligió a mi y me hizo el hombre más feliz del mundo.

          — ¿Lo hizo? —pregunte un poco confundido.

          — Ella falleció ya hace unos años, pero parecen días amigo mío.

          — Lo siento... —no sabía qué decirle, mi tristeza y cabeza no me dejaban en paz.

          — No hay nada que disculpar —me sonrió y me miro desde su retrovisor—, ella está en un lugar mejor y si Dios lo permite; volveré a estar con ella.

Aquello me sonaba tan hermoso y tan triste, ¿Mariana sería capaz de esperar por mi?

Entonces suspire, debía ser fuerte. Por Mariana, por mis tíos; por mí. Seque las lágrimas que habían caído y de las que antes no me di cuenta hasta que el taxista me miro tristemente desde su retrovisor.

          — Tenga buen día muchacho y recuerde, todo se puede —le di las gracias y le pague.

Mis manos sudaban, estaba nervioso, ¿qué les diría a mis tíos? “Adivinen quién tiene cáncer, así es; yo”, patético.

          — Cariño, ¿cómo te fue? —la mirada de mi tía desprendía ternura, ¿por qué debía ser tan egoísta lastimándolos?— ¿Qué pasa? No me mires así, me estás preocupando.

          — Necesito que se siente, por favor... —las lágrimas volvían a caer, estaba siendo demasiado débil, estaba siendo demasiado frágil. Mi tía tomó asiento y guardó silencio, mi tío por su lado dejo de leer su periódico y me brindó toda su atención— El resultado es demasiado malo —tome la mano de mi tía y la apreté fuertemente, tenía tanto miedo—, tengo cáncer.

Aquellas palabras me habían dolido más que cualquier golpe, los dos me miraron sorprendidos, mi tío entonces mojo sus labios y hablo.

          — Habrá que buscar un especialista, no podemos dejar pasar más tiempo.

          — Estoy de acuerdo amor, ¿el doctor te dió alguna recomendación?

Ver su apoyo me hizo llorar nuevamente, me sentía como una chica en sus días, me sentía feliz. Localizamos la clínica y al especialista, me prometió que todo saldría bien. Le creí.  Empecé con la quimioterapia, empezaba a ver avances, por un momento tuve esperanzas... Por un momento sentí que todo funcionaría y que pronto tendría entre mis brazos a Mariana, mi pobre Mariana, seguramente ya me habría olvidado y quizá ya estaría con alguien más.

Era duro no saber algo de ella, recibir sus mensajes y no saber qué respuesta darle... La necesitaba. La quería aquí conmigo.

Empezaron a llegar los días de visitas y era difícil ser de los pocos que no recibía alguna, me moría de ganas por ver entrar por esa puerta a Mariana y a mis tíos a los cuales ya extrañaba.

          — Saldrás pronto de aquí, Gerardo, hay que tener fe —me decía una y otra vez la enfermera que me atendía, pero el problema es que cuando pasas mucho tiempo así... Pierdes la fe.

Después de muchos meses de terapias, de dolores e incluso noches sin dormir por fin el doctor me diría qué procedía.

          — Debo ser directo contigo... —tomó aire y se relajo—. Lo siento pero, el tratamiento y todas las quimioterapias no han dado resultados eficientes —entonces mi mundo volvió a caer, ¿y entonces de qué habían servido todos esos días de dolor gracias a las terapias? ¿de qué servía todo este tiempo lejos de mi familia y de la mujer a la que amaba?—, como mucho... Te doy una semana —y eso había acabado por derrumbarme—, te recomiendo que regreses a tu hogar y arregles todos los asuntos que tengas pendientes.

Ya no articule palabra alguna, acentí a su dirección y salí del consultorio. Debía regresar de inmediato.

«Debo regresar, no funcionó». Mande el mensaje de texto a mi tío, inmediatamente recibí respuesta y pronto estaría en casa.

Ahora debía ver a Mariana... Necesitaba verla.

Con temor tomé nuevamente el celular y mandé aquel mensaje con mucho miedo: «Pasadomañana en el lugar  en que te conocí, prometo que te diré todo lo que quieras, no me ignores por favor; te amo».

Su respuesta llego más rápido de lo que imaginé, «Bien... Ahí te veo a las 3».

En el avión escribí todo lo que quería decirle, tenía miedo de no llegar a tiempo, pase al departamento que me había dejado mi papá antes de morir y coloque la carta bajo la cama sin olvidar escribir un remarcado y en mayúsculas, «Lo siento».

Asistí a tiempo, verla parada ahí me había completado el corazón, me hacía querer saltar de emoción... Tenerla cerca me hacía bien. De haber sabido que todo ese tiempo que estuve lejos no funcionaría, no me hubiera ido; pero dicen que el hubiera no existe y es cierto.

Al anochecer ella se veía preocupada, pensaba llevarla a su casa, pero aceptó ir conmigo a mi departamento.

Le pedí que durmiera conmigo, y solo eso, dormir... Le pedí que al amanecer leyera la carta bajo la cama y entonces morí. Morí sin dolor, simplemente quedándome dormido.

Morí dejando sola al amor de mi vida...

Relatos De Amor™|⏳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora