III

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Donde hay fe hay amor, donde hay amor hay paz, donde hay paz está Dios y donde está Dios no falta nada.

Blanca Cotta




Nacho detiene el autobús en el semáforo, dando pequeños toquecitos sobre el volante con la yema de los dedos. Su pierna izquierda no deja de moverse, solo se detiene cuando se percata de que la está moviendo de nuevo. Mira el reloj, son casi las seis de la tarde. Estará en la parada, estará en la parada, repite sin cesar en su interior. En ese rincón de nuestra alma, donde los sueños pueden hacerse realidad si lo deseamos con fuerza.  Allí aguardan los preciosos ojos verdes de Lucia.
Nacho, de veinticinco años, es el segundo de seis hermanos. Junto con Vicente, el mayor, trabaja duro para ayudar a su madre, viuda desde hace demasiado tiempo. Dejó los estudios muy pronto, teniendo que renunciar a muchas cosas por el bien de su familia, pero nunca le importó. Es una persona increíblemente optimista, tiene el don de ver el lado bueno de las cosas con gran facilidad, por eso, el que su hermano Vicente lo llamara soñador al hablarle de la misteriosa chica del autobús, solo le hizo reír. Está seguro de que aquella joven de tímida sonrisa no ha llegado a su vida por casualidad. No, Nacho no cree en las casualidades. Delgada es la línea que las separa del destino.

El verde del semáforo lo hace concentrarse de nuevo en el tráfico. Cruza la avenida Cardenal Benlloch hasta llegar a la parada y abre las puertas del autobús, saludando a unos y otros de manera educada. Buscando entre todos aquellos desconocidos, los ojos de Lucía, que surgen chispeantes, tras los últimos pasajeros.

—Hola... —le dice la muchacha dibujando en sus labios una dulce sonrisa.

—Hola, me llamo Nacho —contesta mostrándole una mano. Ella la estrecha con fuerza y vuelve a sonreír.

—Lucía.

Nacho la observa alejarse con los latidos de su corazón enloquecidos, repitiendo su nombre una y otra vez para sí. Lucía, Lucía, Lucía...

Mientras ella permanece en el autobús, el joven conductor no oye la charla de los pasajeros, ni el claxon de los vehículos, solo puede pensar en sus ojos, en su hermosa sonrisa. Sincera, cargada de timidez y dulzura. Deseoso, aprovecha las leves paradas para buscarla a través del espejo, donde siempre la encuentra.

«No sé que me está sucediendo —piensa feliz cuando sus ojos se miran una vez más—, pero no quiero que acabe».

Unos minutos después, la muchacha se levanta, pulsando el botón rojo. «Qué pronto pasa el tiempo», piensa Nacho con pesar. Desea volver a verla lejos de aquel vehículo, sin toda aquella gente. Escuchar su voz, su risa...

Detiene el autobús, llevando la mirada hasta el espejo donde aguarda Lucía, paciente. «Mañana nos vemos», piensa Nacho Sonriéndole.

Lucía se marcha.

Siempre a la misma horaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora