Rosa se levantó del sofá con los ojos ardiendo debido a la larga siesta que acababa de tomar. Últimamente dormir era todo lo que hacía. Dormir y esperar.
Abrió las cortinas y se perdió en el paisaje, observando a través de la ventana como lentamente se iba acercando la puesta del sol.
"Es como si no me pudiera mantener despierta por más de unos pocos minutos, ¿Qué me está pasando?" Pensó mientras se alborotaba el cabello con los dedos al tiempo que se dirigía al lavamanos.
Pensó en Julián, intentando adivinar cómo le estaría yendo, pero la verdad era que ella ya no sabía nada de él. Habían pasado dos semanas desde la última vez que se vieron y aun lo recordaba como si se hubiera marchado ayer, con esa sonrisa suya tan característica que muchos de sus conocidos alguna vez catalogaron como falsa. Julián se había ido en busca de alimentos, solo unas horas antes de que se escuchara aquel rugido atronador que le heló la sangre y le dejó los pelos de punta.
"Seguro que está bien, es rápido e inteligente, además ha hecho esto miles de veces. Me estoy comportando como una tonta al preocuparme así" Aunque había algo, cierto parásito alojado en sus entrañas que hacía presión contra la boca del estomago y le generaba un horrendo malestar, el siempre presente parásito de la duda, del miedo.
Rosa revisó la alacena y tomó una lata de duraznos en almíbar, la última vez que ella y Julián salieron de expedición trajeron consigo unas 34 latas, junto con 11 paquetes de arroz, 7 paquetes de fideos, 12 latas de sardinas, 4 latas de champiñones y 4 kilos de harina, por esta última tuvieron una discusión que les devoró gran parte de la tarde, Julián prefería los alimentos que no requerían cocinarse, el agua potable aún fluía por las cañerías pero nadie sabía cuánto iba a durar así, sin embargo Rosa estaba empecinada en que necesitaban un alimento balanceado y que no podrían sobrevivir mucho tiempo comiendo solo alimentos enlatados.
"¡¿No ves que estoy harta de duraznos?! No puedo seguir así, y tú te niegas a siquiera buscar algo diferente" Se recordó explotar tiempo después. Aún recordaba la mirada triste de Julián, el suave temblequeo en sus labios, como se pasó el dorso de la mano por la frente mientras aclaraba sus ideas y le respondía con tranquilidad que ya buscaría algo.
Después de aquella última vez Julián se marchó por su cuenta, buscando cumplir con su palabra, buscando complacerla, como siempre había hecho.
Ahora Rosa comería sus duraznos con gusto solo por volverlo a ver, volver a sonreír juntos y escucharle decir que todo se arreglaría, que las cosas volverían a ser como antes. Una lágrima bajó por su mejilla, brillando resplandeciente debido al rojo sangre del atardecer en su ventana.
"Otro día que termina y él aún no regresa. Debí decírselo, debí haberlo hecho."
Rosa apartó la lata con los duraznos a medio comer. ¿Cuándo había empezado? Sacudió la cabeza buscando aclarar su mente y se apoyó con la mano en su frente mientras sentía como las lágrimas le empapaban toda la cara. Lo extrañaba demasiado, mucho más que la última vez que se separaron, las cosas ya no seguían iguales, de eso estaba segura.
Cerró las cortinas con la esperanza de que nadie la hubiera visto y trancó la puerta con una barra de acero. Con Julián habían desarrollado esa costumbre, los necrófagos no sabían usar las perillas, por eso durante el día dejaban la traba a un lado, en caso de que algún superviviente en apuros tuviera la necesidad de entrar, pero por las noches todo cambiaba, los necrófagos se escondían y el mayor peligro eran los saqueadores, quienes ante la vía libre de las bestias exploraban todos los posibles refugios buscando suplementos, armas, comida y tal vez más.
Julián le había dicho a Rosa que jamás se atreverían a asaltar un lugar cerrado por temor al ruido que podrían generar, nadie era lo suficientemente valiente, o lo suficientemente idiota como para exponerse a los necrófagos en la más completa oscuridad. Rosa siempre encontró irónicamente divertido que sus depredadores fueran a la vez su escudo, aunque Julián nunca le encontró la gracia.
Como todas las noches la temperatura comenzó a descender hasta el punto en que se hacía imposible seguir levantado. Rosa se arropó nuevamente en el sillón y recordó lo mucho que extrañaba los baños de agua caliente que se daba antes de acostarse.
En este nuevo mundo el gas era un bien escaso debido a la dificultad de su transporte, Julián se las había arreglado para conseguir dos garrafas de trece kilos, pero casi nunca la usaban fuera de la cocina.
"Cuando todo esto acabe recordaré que durante el invierno Rosa Lilian Barindeli dejaba pasar una semana entre baño y baño." Le había dicho Julián una vez buscando sacarle una sonrisa. Lo único que le sacó fue un puñetazo en la nariz. Pensar que ahora extrañaba sus idioteces, él siempre estuvo para ella, siempre intentando hacerla sonreír, aliviando el peso sobre sus hombros y brindándole apoyo cada vez que la vida la obligaba a quebrarse.
"Espero que esté bien... Espero que vuelva pronto... ¡Por Dios! debí habérselo dicho."
ESTÁS LEYENDO
Criaturas de la noche
TerrorTodo sucedió de manera repentina. Todas las luces se apagaron, los motores dejaron de funcionar y el aire se volvió frío poco a poco. Todas las puertas se abrieron y las criaturas de la noche entraron buscando comida. Al principio, hubo gritos y con...