Romina caminó con paso seguro cortando la plaza por la mitad. A su espalda la sombra de la iglesia mayor estaba siendo devorada por la caída de la noche.
El aire que se respiraba era espeso, pasaba por las fosas nasales y la garganta con cierta pesadez inusual, a Romina le recordaba al aura que se respira en los entierros, densa y cargada de tristeza. Pero a su vez al estar allí, bajo la sombra de la iglesia, entre la presencia de los ceibos recién florecidos mientras divisaba en el fondo esa magia residual que se permite sólo unos pocos minutos después de la puesta del sol, Romina se sentía segura. Era como si la energía que alguna vez hubiere existido en el edificio aún permanecía impregnada a las imponentes paredes de roca como un moho difícil de quitar, como si el olor del césped y la piedra vieja la llevara nuevamente a su niñez, donde los monstruos eran las sombras que dejaban su ropa en la pared, o un chirrido de la vieja cama de madera cuando ella se rascaba una pierna con la otra segundos antes de entregarse a dormir.
-"Las circunstancias cambian, pero la vida sigue"- dijo en voz baja, prácticamente a sí misma a la vez que se sentaba en uno de los bancos de madera. Bajo ella se suspendían las tablas a cincuenta centímetros del suelo, toda una plaza construida en el aire, un laberinto de puentes rodeados de vegetación, perfectamente ubicados sobre lo que una vez fuera una hendidura en la tierra.
"Una cicatriz en la ciudad" pensaba Romina, y se maravillaba al saber que incluso eso encontró nueva vida.
Las hojas de los ceibos se balancearon al viento y una suave brisa refrescante acompañó el momento. Romina respiró hondo y dejó escapar una sonrisa, la sombra de la iglesia desapareció en la noche, la luna iluminó escasamente el resto del lugar y por varios minutos reinó la sensación de que nada había cambiado, la vida seguía como siempre, la maldad se había ido.
La voz de un hombre rompió el silencio. Romina pudo distinguir dos sombras caminando a unos pocos metros de donde ella estaba.
-Te juro que lo vi. No mentiría con algo así.-
-¿Entonces por qué no quieres llevarme ahí? Todo lo que dices suena muy... no se... irreal.-
Eran dos hombres, lo podía saber por la voz. El más bajo sonaba nervioso, y por lo que la noche permitía ver estaba agitado y temblaba de miedo. En cambio el más alto caminaba tranquilo, con la misma seguridad con la que ella se movía por el lugar todas las noches, hablaba con un tono calmado a la vez que jugueteaba con algo entre los dedos, aunque Romina no pudo ver bien de qué se trataba.
-¡Porque estoy cagado del miedo! ¿no entiendes? Lo que fuera que salió de ese capullo tenía asustado incluso a los comecarne. No pienso volver, ni aunque me lleves atado.-
-Me niego a adentrarme en un parque por la noche sin saber exactamente a donde voy o que estoy buscando. ¡Rayos! Incluso me niego a creer que tú te metieras en un lugar así ni que fuera por casualidad.-
-Ya te dije como terminé ahí, fui siguiendo el llanto de la niña, pensé que pudiera necesitar ayuda y tal...-
El hombre se detuvo de repente y clavó su mirada en Romina. Por lo que el reflejo de la luna permitía ver el hombre bajito tenía la cara repleta de lágrimas. ¿O tal vez fuera sudor?
Romina no sabía si el hombre podía verla, no pensaba que fuera así por la manera en que movía los ojos de un lugar a otro.
-¿Quieres que volvamos?- Le preguntó el hombre alto a su acompañante sin inmutarse siquiera, como si le hubiera leído el pensamiento.
-Vámonos. Ahora.- La voz le sonaba temblorosa y cansada. Romina asumió que de poder verlo notaría unas enormes ojeras y podría distinguir claramente el temblor en los labios. La expresión de su miedo llegaba incluso a través de las sombras. Era tan real como la puesta de sol al acabar el día o como la aparición del fino rocío por las mañanas. Incluso aunque no lo vieras podías distinguir que estaba sucediendo. Era terrorífico.
Permaneció quieta hasta que las sombras desaparecieron en la distancia. No dijeron ni una sola palabra más.
"Seguramente se sintieron observados y tomaron otro camino" Pensó Romina intentando tranquilizarse.
"¿Pero observados por quién?"
Ligeramente Romina fue rompiendo su estupor y comenzó a sentir una extraña sensación de picazón en su espalda. Una suave corriente de pavor trepó por su pierna como enredadera de parra y se fue aferrando a cada músculo de su cuerpo. Ella también estaba sintiéndose observada.
Movió con extrema lentitud la cabeza y dirigió la mirada casi instintivamente a la iglesia. En el segundo piso, por la ventana, se veía apenas una silueta que se encontraba como difuminada con el resto. La sensación de pánico fue tal que Romina hasta se escuchó temblar.
Un sudor frío, espectral, le cubrió el cuerpo como una armadura protectora contra aquello que no entendía. La duda era peor que el miedo. El terror era total.
Romina por segunda vez en la noche se sintió volver a la infancia, a escudriñar las sombras en busca de una respuesta, aterrada hasta la médula por ese chirrido infernal que provenía debajo de su cama, reconociendo que las sombras de su ropa no podrían jamás crear una imagen tan horrenda.
Y como cuando tenía seis años y se sentía presa del miedo, sin escapatoria alguna, cerró los ojos, aguardando su final y a la vez cargándose de esperanza, deseando con cada fibra de su ser que aquella presencia desapareciera, que el miedo la abandonara dotando al sentimiento con cualidades de persona y gritando desde sus adentros con toda su fuerza espiritual que se fuera de una puta vez.
Y así fue. Cuando Romina abrió los ojos nuevamente, la sensación ya no estaba, la silueta se había ido y ella sin pensarlo dos veces se levantó de un salto y corrió como si su vida dependiera de ello. Sin mirar atrás, porque sabía que si miraba atrás todo estaría perdido.
"¿La vida sigue? Lo dudo seriamente."
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Criaturas de la noche
HorrorTodo sucedió de manera repentina. Todas las luces se apagaron, los motores dejaron de funcionar y el aire se volvió frío poco a poco. Todas las puertas se abrieron y las criaturas de la noche entraron buscando comida. Al principio, hubo gritos y con...