Parte de ese día

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El día que se conocieron fue como una revelación.

Ambos tenían tanto en común que casi podía hablarse de una broma mal estructurada. No fue precisamente un encuentro mágico como se dibuja en los mangas, tampoco es que ellos quisieran congeniar demasiado. Simplemente se dio la casualidad, la premeditada casualidad de que sus caminos se cruzaran.

Pero vamos por el principio, el primer día de clases de la preparatoria. Hace un año.

Fue una mañana oscura, porque el sol parecía reacio a mostrarse. El despertador sonó temprano, a las 5:20 am, tal como lo habían programado, sin embargo, la ruidosa alarma murió casi al mismo instante que se propuso a cumplir su labor.

El movimiento en la casa era casi enloquecedor. El golpeteo incesante de las pisadas a lo largo de los pasillos y la escalera podía sacar de quicio a cualquiera, y más si se trataba de un acto realizado por seis personas.

- ¡No es necesario tanto escándalo! ¡Esto casi parece la evacuación para una guerra! - alegó el hombre de la casa, de unos cuarenta y tantos, delgado casi de aspecto frágil, el cabello castaño que por suerte se negaba a abandonarlo y unos redondos anteojos de marco delgado.

- ¡Es una guerra! - respondieron casi de inmediato tres de sus hijas.

- Sólo van a la escuela...

- No es sólo un día de escuela, ¡es el primer gran día! Todo debe salir bien hoy para que el resto del año sea igual.

Todoko era la menor de seis hermanas, y tenía un cierto encanto, que en lugar de natural tachaban como "de fábula". Un lobo con piel de oveja. Aún así era dulce y divertida cuando la ocasión lo ameritaba. Siempre le había gustado llevar el cabello largo y atado, ya fuese con trenzas o coletas, lo cepillaba sagradamente tres veces al día: cuando lo peinaba luego del baño matutino, a la hora del almuerzo -porque según ella las clases le quitaban vida- y antes de dormir, para luego envolverlo minuciosamente en una especie de gorro que había diseñado especialmente para eso. Mientras más parecida fuese a una fina muñeca, más feliz sería.

- Si llegamos tarde, estaremos marcadas; si nos olvidamos algo, quedaremos marcadas. ¿Cómo podría exigir algo a los demás si cometo un error tan estúpido?

La segunda en hablar fue la mayor, Osoko. Con su perfecta melena castaña, de tono algo más oscuro que Todoko, cuyas puntas se encorvaban hacia su cuello con delicadeza y perfección, expedía aquella sensación de confianza y responsabilidad que se esperaría de cualquier hermana mayor. Ella había estudiado cuidadosamente los protocolos sociales y la forma de actuar de las personas. Tenía un esquema mental establecido para cada posible acción y reacción que pudiesen tener otros alumnos, o la gente a su alrededor en general. Había puesto todo su empeño y dedicación, junto con Todoko, para crear una pequeña biblia, algo que llamaban: Como ser una mejor persona sin ser una buena persona. El principio básico era resaltar ciertos aspectos o acciones en el momento preciso. También lo llamaban MSVD: Manual de Supervivencia para la Vida Diaria. Claro que dentro de su entorno cotidiano no era necesario aplicarlo.

- A mí en realidad me da igual~ Me sumo a la emoción~ - agregó Jyuushiko mientras practicaba algunos gestos frente al espejo que tenía sobre la mesa de la sala de estar.

El hombre sólo pudo limitarse a suspirar. Siempre supo que tener seis bocas que alimentar no sería fácil, pero la llegada de la adolescencia había llevado su preocupación al extremo. Tenía que ser realista, de haber sido varones las cosas serían algo más sencillas. ¡Al menos a los chicos podías darles una camiseta, un par de pantalones y zapatos, y saldrían a la calle sin mayor problema! Pero no. Que los colores, que los diseños, que las telas, que no combinaba una cosa con otra, que una no quería algo parecido a lo que la otra usara, y una interminable lista de peros. Aún así, estaba satisfecho, a parte de aquellos problemas mundanos no le ocasionaban mayores problemas. Sólo gastos, muchos gastos.

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