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—Toma —me dijo mi padre mientras me extendía un papel blanco y dinero—. Ve a comprar esto así ya empiezas a adaptarte a la nueva cuidad —me ordena.

Yo lo veo de reojo y de mala gana tomo el papel con los billetes para ir a buscar mi abrigo y celular. Me enfada tanto que, aún sabiendo que estoy molesta con ellos, me hablan como si nada hubiese pasado.

—Hay un supermercado no muy lejos de aquí —me comenta mientras camino hacia la puerta—, de seguro lo encuentras con facilidad —fue lo último que escuché antes de cerrar de un portazo la puerta de la casa. No porque ellos me traten bien significa que yo tenga que hacer lo mismo.

Mi piel erizada y los escalofríos que recorren mi espina dorsal son una de las pocas pruebas de que siento las calles de Seúl más frías que las de Busan. Mis manos comienzan a pedirme calor y mi aire exhalado empieza a distinguirse como si estuviera fumando un cigarrillo, y el clima nublado lo empeora.

No hay mucha diferencia entre las dos, creo que Seúl es mas moderna que mi antigua ciudad, y por supuesto mas grande. Aún así preferiría mil veces Busan; porque es mucho más... tradicional, se podría decir.

No camino más de dos calles que ya logro visualizar un gran cartel del supermercado "NalinA". Al entrar noto que no es muy distinto a lo que estoy acostumbrada. Rebuscó en el bolsillo de mi abrigo rojo en busca de la lista, y cuando la abro me doy cuenta de que son más cosas de las que pensé que sería. Frustrada comienzo a buscar lo primero en la lista: lácteos. Al ya haber encontrado todo, sigo con la fruta; luego los cereales y por ultimo los artículos de limpieza.

Comencé a buscarlos pero no los encontraba por ningún lado, recorrí casi medio supermercado hasta lograr ver la góndola de ellos. Pero para mi buena suerte, el cereal que quiero está arriba del todo.

Al intentar tomar la caja me di cuenta de que no alcanzaba porque habían al rededor de tres centímetros de distancia entre mi mano y el rectángulo de cartón, aún estando de puntas de pie.

Después de muchos intentos inválidos y saltos de gusto, me asusto al ver un brazo extendido entre mi cabeza y el hombro derecho tomando la caja que quería agarrar, que me obliga a hacerme para atrás tirando las cosas que llevo y golpeando al dueño de la mano quedando su pecho contra mi espalda.

Al girar un poco mi cabeza y verlo, nuestras miradas se conectan y siento que el tiempo se detiene y solo somos él y yo. En su rostro se forma una sonrisa de costado que me deja paralizada y me obliga a alejarme de él y tomar con timidez la caja en el instante que me la extiende. Cuando vuelvo a la realidad me percato de que la mitad de las cosas que tomé están esparcidas por el suelo como si hubiera pasado un huracán por aquí.

Al verlas, nos agachamos al mismo tiempo provocando que nuestras frentes se chocasen.

Genial.

El soltó una risita mientras que se sobaba la frente y me miraba fijamente hasta el punto en que otra vez me perdía en su mirada y sin darme cuenta estaba haciendo lo mismo que él. Y lo único que pude hacer es moverme un poco hacia atrás y mirar fijamente el suelo para no tener que volver a ver sus ojos y morirme de vergüenza, aunque ya lo estoy haciendo.

Cuando termina de juntar las cosas me extiende la bolsa y musito un "Gracias" aun mirando el suelo y comienzo a caminar en busca de lo último en la lista.

No puedo entender que ya en el primer día haya pasado semejante papelón. Obviamente, mientras caminaba me reía sola y la gente me quedaba mirando.

¿Vieron cuando se sienten observados? ¿Qué alguien no aparta los ojos de ustedes? Bueno. Eso siento yo en este momento. Y cuando busco al responsable me encuentro con el chico de antes mirándome, pero cuando lo miro gira la cabeza haciéndose el desentendido.

No me hizo gracia, no. Me enfado un poco, sí.

¿Me estará siguiendo?

Cuando ya tengo todo, voy hacia la caja para así pagar y poder irme.

Guardo las cosas en dos bolsas muy pesadas, me entregan el vuelto y tomo las cosas para salir en dirección a mi casa. Pero me detengo en la puerta por culpa de la semejante cantidad de cosas que hacen el peso de las bolsas aún mas grande.

¿Necesitas ayuda? —me pregunta alguien haciéndome voltear a la derecha y encontrarme otra vez con el muchacho de antes que siento el calor llegar a mis mejillas.

Estaba apoyado en la pared con los brazos cruzados y la pierna derecha flexionada en la pared, como si me estuviese esperando.

No, gracias. —contesto secamente. Yo puedo sola, no necesito la ayuda de los demás.

Con decisión tomo las dos bolsas y no doy ni dos pasos cuando se me resbalan las bolsas y todo cae y creo que una que otra cosa se a roto.

Maldición. Otra vergüenza mas.

Suelto un suspiro y me agacho a juntar las cosas cuando el chico llega y me ayuda sin petición alguna.

Te dije que no qui-

—Ay. Cállate y camina —habla interrumpiéndome tomando una bolsa por la espalda y comenzando a caminar hacia cualquier lado.

—Oye sabelotodo —llamo su atención—. Mi casa es hacia el otro lado —digo señalando el lado opuesto a que él camina.

Se detiene, me mira y camina pasando en frente mio para seguir el camino correcto hacia mi hogar.

—Y hacia allá iba... —comenta cuando pasa. Yo muerdo mi labio inferior y niego con la cabeza antes de tomar la otra bolsa y comenzar a seguirlo.

—¿Cuál es tu nombre? —no pasan ni dos segundos que ya decide hablar y me pregunta mirando al frente.

—Queti —contesto fríamente.

—¿Queti? ¿De dónde es ese nombre? —pregunta otra cosa pero ahora mirándome.

—De que te importa —vuelvo a contestar con el mismo tono de antes, sin mirarle.

—¡Oye! —se queja por mi repentina broma. Pero lo ignoro y sigo caminando.

Aunque intento ser fría con él y hablarle secamente, tengo la necesidad de saber como se llama. Pero es que lo siento distinto al resto de los chicos, transmite un aire diferente... Y la curiosidad me gana y le pregunto.

¿Y tú cómo te llamas? —pregunto, pero en cambio, mirándolo al rostro. Aunque no creo que me conteste después de lo que le hice.

Kim Seok Jin.




Kokoro || Jin (BTS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora