- ¿Qué tiene de malo? – le pregunte divertida.
- Sabes lo que pienso sobre eso, prefiero tener a la parca frente a mí antes que al señor rojo – dijo. Reí por lo bajo. Me puse de pie y la mire bien.
- Pues – dije y levante mis brazos hacía mis costados – Le vendo mi alma al diablo, por algo que no se bien aun – dije elevando un poco mi voz.
- ¡Cállate! – me dijo fuerte. Reí con ganas.
- Ay, Sea, por el amor de dios, ¿Qué puede pasar o qué? ¿Se me va a aparecer en un callejón o algo? – le pregunte divertida. Mi amiga negó con la cabeza
- Nunca subestimes a lo que no conoces ______, nunca – me dijo y se fue hacía la cocina.
- Perseguida – dije en voz baja y termine de acomodar todo.
La noche se hizo larga. Vivir en el centro de Los Ángeles no es lo más recomendado para las personas que sufren de ataques al corazón, ataques de asma o algún ataque de algo. Es muy ruidosa y por ende algo peligrosa. Vivimos en la calle 87, ente la 60 y la 62. Es un lindo departamento, pero ya se está volviendo algo chiquito. Me desperté al sentir el sonido del maldito tren que pasa todas las mañanas a la misma hora, a unos 5 metros de nuestra casa. Entre al baño y me di una refrescante ducha. Desperté a mi amiga y partimos hacía el trabajo. Estar entubada dentro de un vestido de oficina es lo más incomodo del mundo. Los zapatos los tolero, se me ven lindos.- Tengo que ir por Jared, nos vemos en la oficina – me dijo y se despidió de mí con un beso.
Cruzo la calle y yo seguí de largo, antes de continuar me detuve en Starbucks a comprarme mi rico Café de todas las mañanas. Los tacones de mis zapatos hacían un ruido muy molesto. La calle estaba bastante desolada, para esa hora. Mi corazón comenzó a latir más rápido al sentir que alguien estaba siguiéndome. Me di vuelta, pero no había nadie. Seguí mi camino. Apure mis pasos, esto se estaba volviendo algo malo. Doblé por un callejón, creo que así cortaría camino. Mi respiración se agito al sentir la presencia de alguien allí. Me di vuelta para mirar atrás de nuevo y no había nadie. Gire…
- ¡Ay por el amor de Dios! – dije espantada al chocarme con alguien de frente.
- ¿Por qué siempre lo nombran a él? – pregunto. Me aleje un poco y lo mire bien.
Completamente vestido de negro ese hombre era un dios en vivo y en directoSus ojos miel eran, ¿cómo decirlo sin sonar idi.óta?... impresionantes. Su pelo castaño claro y de buen porte.
- ¿Quién eres? – le pregunte después de unos segundos de observarlo.
- Hola preciosa, me dijeron por ahí que ayer me anduviste nombrando – me dijo. Fruncí el ceño. Sonrió de costado y ardí completamente ante eso. Demasiado calor hacía en ese callejón y más mirándolo.
- ¿Qué? – le pregunte. De una manera inexplicable para mí, él se coloco a un paso de mi cuerpo.
- Un gusto, soy el Diablo...