- Tú no tienes la culpa Justin, ella quiso esto – me habló él. Gire a verlo.
- Por lo que más quieras déjala ir – le dije.
- Eso no es posible amigo.
- Te doy mi eternidad por ella.
- ¿Qué? – preguntó sorprendido.
- Eso, que dejó de ser el diablo por la vida de ______.
Sus ojos se abrieron bien, para mirarme fijo. Se quedó callado por un largo rato. Y eso ya me estaba poniendo nervioso, más nervioso de lo que ya estaba. Volví mi mirada a _____, necesitaba abrasarla, besarla. Saber que ella iba a estar bien.
- ¡Eso es amigo! – dijo de repente y se acercó a abrasarme. ¿Qué demonios era lo que estaba haciendo? Lo alejé de mí – ¡Eso era lo que quería escuchar! ¡Eso!
- ¿De que diablos estas hablando? – le pregunte.
- De pensar por primera vez en alguien más que en ti – me dijo y se acercó a ______ – Yo no iba a quedarme con ______, no puedo hacer eso. Solo hice todo esto para que reaccionaras y te dieras cuenta de las cosas.
- ¡¿DE QUE COSAS ME ESTAS HABLANDO?! – dije totalmente sacado de mí, por no entender nada de lo que estaba pasando.
- Te estoy hablando de amor, de entrega, de todo eso que creías que no podías sentir porque eres el diablo.
- ¿Estuviste bromeando conmigo? – le pregunte.
- Solo un poco – dijo divertido – Jamás podría quedarme con tu eternidad y ya sabes porque. Aunque no quieras aceptarlo, sabes que somos hermanos…
- No, no. No hace falta que me lo recuerdes – le dije.
- Ahora eres libre, puedes hacer lo que mejor creas para ella y para el niño. Eres el señor diablo, así que piénsalo.
De repente él ya no estaba. Solo estábamos ______ y yo en la habitación del departamento de ella. Ella estaba acostada en la cama, durmiendo profundamente. La miré fijo ¿Qué era lo que debía hacer ahora? ¿Dejarla y que críe sola a nuestro hijo? Eso va a ser lo mejor, para ella y para él.