El rey de los idiotas.

Había una vez… No, no. Hace un tiempo atrás… No va. En un lugar muy lejano… Pero si fue aquí mismo. De acuerdo, esta es la historia de un rey, no un rey común porque no poseía más riquezas que su sonrisa egocéntrica y su cuerpo de infarto. No era el rey de Gran Bretaña o el de España, tampoco el rey de las hamburguesas o el de las compras por televisión, sino; su excelencia, el rey de los idiotas. Conocido vulgarmente como Christopher Tanner. 

—¡¿Qué?! —Grité arrugando mi rostro con disconformidad, cuando el Profesor Richarson me asignó una pareja para el proyecto anual de biología.

—Señorita Williams, ¿tiene algún inconveniente? —Preguntó el hombre canoso por encima de sus lentes cuadrados, con molestia. Su traje gris lo hacía lucir mucho más viejo y esa corbata anticuada dañaba la vista de cualquiera. 

—Pues, claro. ¿Cómo se supone que trabaje con Tanner? —pregunté con una mirada indignante.

—Tú y yo seremos el mejor equipo de todos, nena. Acéptalo, te mueres por tener todo esto de compañero —habló el rey de los imbéciles, lanzando un beso tronador.

—Primero que me corten la lengua, cara de Barbie —dije mientras me giraba hacia él con cara de asco.

—¡Silencio los dos! —Exigió el profesor en un grito, yo me volteé hacia el frente—. Lo siento mucho por usted Señorita, pero va a tener que trabajar con el Señor Tanner. Los grupos están hechos y no voy a cambiar nada.

Menudo imbécil. Logré escuchar expresiones como: “se van a matar”, “no van a salir en una sola pieza”, “esto va a estar bueno”, por partes de mis otros compañeros. Todos saben que yo no puedo siquiera respirar el mismo aire que ese idiota y ahora no solo voy a tener que verlo en clases con sus aires de aquí-va-el-machote-del-instituto, sino que también tendría que aguantar jugar a la casita con él.

Mátenme.