Capítulo tres.

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Estar con Velia era como tener una revista andante, cotillear tenía un nuevo sentido de la palabra cuando se estaba con ella. Solo tenías que mencionar el apellido y ella te contaría la historia familiar del tipo. Debo admitir que lo encontraba fascinante.

Apenas dieron las tres tuve que cortar su admirable relato de cómo se había enterado que el equipo de soccer cambiaría sus uniformes el próximo año, para empezar a arreglarnos.

Ahora venía el problema; hace menos de veinticuatro horas una cuerda había lastimado mis manos y además una raspada del tamaño de una moneda se encontraba en mi rodilla izquierda. Tendría que ponerme un vestido para una fiesta que comenzaría en dos horas y no sabía qué hacer.

La vaselina que me había puesto después de bañarme había hecho como efecto, es decir, me reconfortaba saber que me había puesto algo ahí por lo que mi mente aseguraba que había mejorado, pero siendo sinceros, las heridas seguían igual, tal vez con menos inflamación pero ahí se terminaba todo.

Eran cosas estéticas de todas maneras, podía decir que eran lo resultados de una sesión de entrenamiento con Pipe. Velia apenas le dirigió una mirada a mis manos con quemaduras, debía admitir que si te acercabas a ellas, se veían asquerosas. Honestamente no había nada que podía hacer. Era mejor arreglarme y preocuparme por las preguntas después ¿no?

Cuando acabamos de vestirnos ambas nos veíamos muy bien, yo con el vestido que anteriormente había elegido y ella con un atuendo azul de dos piezas. Ver el color azul traía recuerdos que había tratado de enterrar. Era estúpido recordar el pasado por un color, lo era realmente, mucho más cuando se ha tratado por tantos años encerrar en una bóveda tantas cosas, pero me era inevitable. El azul me recodaba a aquella mañana, de aquel día. Donde...

-Deberíamos bajar, ya son las cinco.- Velia me toca el hombro mientras habla. Me saca de mis pensamientos.

-Si, si- tartamudeo en respuesta.

*

Tardamos veinte minutos en llegar a la casa de Jane, ella estaba en la mediana edad, vivía con su hija, cuatro chihuahuas y un gato. Su patio delantero estaba decorado con antorchas de un metro de altura, con luces enterradas en el pasto. Su casa era grande, con una puerta de madera clara, una chica con chaleco rojo nos recibió y recogió nuestros abrigos, yo no le di el suéter que traía.

Ni si quiera nos fijamos en la casa pues la misma chica corría hacia nosotras indicándonos donde estaba el patio trasero. Tras una puerta de cristal corrediza había una piscina con flores de plástico flotando, unas cien personas ya estaban ahí cuando llegamos, todas con vestidos y trajes. La decoración era muy bonita. Los meseros se paseaban aquí y allá trayendo bocadillos y bebidas.

A la esquina del patio había una cantina con taburetes altos, estos no albergaban a más que tres personas, dos hombres y una mujer, los demás estaban vacíos. Mientras que nuestras madres se dirigieron a socializar y Velia en busca de más de nuestros amigos, yo me dirigí a la cantina mencionada antes. Ni siquiera me senté cuando ya un chico de chaleco rojo y pelirrojo me preguntaba que quería de beber. Notaba que tenía una sonrisa en los labios mientras preguntaba.

-Refresco de toronja, por favor- Me senté e inmediatamente sentí la mirada de alguien a mi lado, era la única chica- aparte de mí- que estaba sentada ahí, su cabello rubio estaba recogido en una coleta alta y tenía un vestido de color esmeralda, tenía una bebida en la mano y estaba segura que no era sin alcohol, ella podía ser de mi edad. -¿Te puedo ayudar en algo?- pregunte, pues me empezaba a incomodar su mirada fija.

-No, lo siento- Y nada más así se levantó y se fue dejando su bebida.

Lo que yo había ordenando ya estaba aquí cuando volví a voltear. Sólo que note que el chico de cabello rojo no era el que me la servía, era Micah, mi amigo.

-¡No sabía que estarías aquí! Bueno, vaya.- Hablé muy feliz sabiendo que ahora no sólo tendría a Velia para hablar.

-Aquí estoy.- Me dedicó una pequeña sonrisa.

-¿Y por qué?

-Mis padres salieron y no me quería quedar solo. De todas maneras esa casa me asusta.- Sus padres eran ingenieros muy exitosos, tenían dinero para varias generaciones, pero Micah tenía los pies sobre la tierra y trabajaba por su cuenta como mesero.

-Pues me hubiera encantado verte en traje. - Bromeé. Mientras hablábamos de cosas tribales, la puerta transparente por la que habíamos salido al patio se volvió a deslizar. Salieron cuatro personas: la chica rubia, el mesero pelirrojo y los tres hombres que había visto sentados a mi lado, apenas me daba cuenta que se habían levantado. Parecían apurados, como en una carrera, a lo lejos veía a tres personas más, eran Bravo y un hombre alto y ancho con un traje negro.

Persecución.

Sabía que tenía que formar parte de aquel grupo, porque sabía que ese aquel grupo tramaba algo. ¿Por qué lo sabía? Porque eran tan sospechosos como yo.

Me disculpe con mi amigo e ignore a Velia cuando me corto el paso. Rodee una multitud de adolescentes hablando y tres meseros con bandejas.

Caminando rápido, me adentré a la casa. Podía escuchar el tacón de la chica y los pasos rápidos de los demás.

Encontraba emocionante el asunto.

La casa se encontraba fresca, todas las ventanas estaba cerradas, lo que hacía que el calor de mayo no penetrara. Podía escuchar ajetreo en la cocina. Sentía mi corazón palpitar rápidamente.

El pasillo se iluminaba con pequeños focos pegados al techo, desprendían una luz naranjosa, las paredes estaban llenas de fotos enmarcados.

La chica se había quitado los tacones en frente mío y los tres chicos estaban a su lado. La cabeza de Bravo apenas era visible a comparación del hombre que lo acompañaba. Todos seguíamos al presidente, abrían puertas de armarios, tomaban atajos por los pasillos, bajaban escaleras. Todo estaba en completo silencio, Bravo lejos, siendo perseguido por los cuatro desconocidos y yo muy de cerca de estos últimos, las pisadas eran inexistentes, tenía tanto miedo de que el sonido de mi corazón al palpitar rápidamente me delatara.

Había rumores de que Jane- la dueña de la casa- estaba asociada con Bravo, es decir le ayudaba en sus aprietos. Jane es abogada y siempre sabía como decir una buena mentira. Entonces todos creían que la ayuda que el recibía por parte de esta era del tipo político, suposiciones acompañadas de un desayuno de madres chismosas.

Estoy segura que nunca pensaron que la casa de Jane era una extension de las operaciones de Bravo; parecía que le estaban dando un tour de la casa, pensaba en regresar por donde vine cuando un armario grande de tres puertas fue abierto por el guardaespaldas. Este armario se encontraba en una habitación en medio de un pasillo con luces más potentes y amarillas. Espere a que el presidente bajara, le siguiera el cuarteto y al final fui yo.

Eran unas escaleras de metal brilloso, un baranda de cristal. Al bajar había una recepción circular vacía con cuatro caminos, situados a la par de las coordenadas. Aunque primero me entro el pánico pues no sabía a donde se habían ido, después pude ver como en el camino del este una coleta rubia desaparecía.

Rápidamente me adentre. 

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⏰ Última actualización: Jun 18, 2016 ⏰

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