Capítulo uno

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Cuando Elise salió de su escuela, sintió una especie de calma en el ambiente

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Cuando Elise salió de su escuela, sintió una especie de calma en el ambiente. No sabía si alguien más lo notaba, pero fue como si hubiese contenido el aliento desde el día en que le dijeron que su padre había muerto y exhalar todo lo que retenía en ese preciso momento.

Había nieve a su alrededor, lo que la hizo sonreír. Sonreír de verdad y sin que la razón de aquello fuera Nathan. No había muñecos de nieve hechos por los pequeños de la escuela de al lado, pues apenas el pasto comenzaba a cubrirse de blanco, pero su entusiasmo era evidente. La mayoría jugaba y reía con sus amigos, lo que solo hacía que ella extrañara más al suyo. 

Las ramas de los árboles cercanos a ella ya no parecían tan solitarias como lo estaban días atrás. Ahora estaban cubiertas de blanco, y deseó que eso fuera el inicio de algo. El otoño se había marchado un mes atrás, y esta vez el invierno había tardado demasiado en manifestarse... al menos a comparación de otros años, y eso, en aquel instante, la entusiasmó más que casi cualquier otra cosa. De hecho, si se ponía a pensarlo con detenimiento, sabría que no muchas veces se había sentido así desde un buen tiempo atrás.

No es que hubiese tenido muchas razones por las que emocionarse después de la muerte de su padre. No era algo positivo que su madre pareciera un muerto viviente, que sus notas bajaran, o que se distanciara de la persona en la que más confiaba.

Tuvo que pasar por muchas cosas y, aunque sabía que no era la única que pasaba por aquello, eso no la consolaba en absoluto. Los días se habían convertido en horas eternas de tortura. La culpa la carcomía viva y no la dejaba dormir más que unos minutos antes de despertar agitada y llorando. No sabía adónde huir. Su cabeza estaba llena de pensamientos negativos y cuando cerraba los ojos, solo la recibían las pesadillas.

Con el pasar de las semanas todo fue calmándose poco a poco. Las personas seguían murmurando entre ellas o mirándola con lástima cuando pasaba, pero Elise supo cómo salir de la oscuridad para no dejar que se la tragara. 

Los meses habían pasado dolorosamente, pero Nathan había estado siempre ahí, como había prometido. La ayudó a anteponerse a la pérdida hasta que dejó de sentirse vacía por dentro; supo exactamente cómo hacer que la chica que alguna vez había sido Elise surgiera de nuevo, casi por completo.

De no haber sido por la insistencia de él, ella quizá habría estado tan perdida como su madre lo estaba en ese momento. Nathan casi la había obligado a hacer sus deberes y a salir de casa. Respetó su luto las primeras semanas, pero cada día iba a ver cómo se encontraba, empujándola a salir adelante poco a poco. Fue el único que pudo entrar a su habitación. Nunca se lo dijo, mas no se lo había permitido a ninguna otra persona. Ni siquiera a su mejor amiga, que había salido de viaje unos días antes de que el accidente ocurriera. Cuando ella regresó, ambas se dieron cuenta de que había una brecha gigante que se interponía entre su amistad, y luchaban por hacer que desapareciera. Por eso, cuando Elise no sabía adónde ir y Nate no estaba cerca —como en aquel momento donde la nieve era su única acompañante—, se dirigía a casa de Lily, donde era consciente de que siempre sería bienvenida. 




—¿Quién te llamó y por qué no dejas de sonreír? —preguntó Lily con sospecha, todavía analizando el rostro de su amiga. Sus mejillas tenían algo de color y no permanecían pálidas como siempre. Y todo había cambiado con tres minutos al teléfono.

Ella apretó los labios y miró —casi inconscientemente— hacia su celular, donde aún la fotografía de Nathan parpadeaba después de la llamada que había tenido con él. 

—No era nadie —respondió—. Y no estaba sonriendo.

—¡Oh! —sonrió Lily, como si fuera cómplice de un secreto... excepto que ni siquiera sabía de qué se trataba—. ¿Tienes novio? ¡¿Por qué no fue lo primero que me contaste al llegar?!

—No es mi novio. —Torció la boca como hacía siempre que algo le parecía extraño o molesto. Creyó que Lily no haría más preguntas, pero solo había despertado su curiosidad incluso más—. Solo es un amigo. Relájate y deja de hacer preguntas ¿sí?

—¡No puedes pedirme que me relaje cuando llegaste con la cara más triste que he visto en un buen rato! Reías y me escuchabas a medias, luego sonó tu teléfono y pareció que te iluminaste. ¿No puedes contarme nada o...? —Miró a su amiga y suspiró—. No, por supuesto que no puedes contarme.

—No es eso, solo... —Hizo una pausa que pareció eterna y, al contemplar la mirada ilusionada de su amiga, se lo pensó dos veces antes de decir cualquier cosa—. Está bien, te lo contaré. ¿Recuerdas que cuando mi padre...? —Cerró los ojos, le dolía demasiado recordar esos días—. Cuando mi padre murió, tú no estabas. 

—Creí que habías dicho que no me reclamarías nada sobre eso... —Lily entrecerró los ojos con sospecha hacia Elise, como si estuviera esperando que dijera lo contrario; sin embargo, ella solo negó con la cabeza. 

—Nunca pensé en hacerlo. Ni antes, ni ahora. Quiero decir, entiendo que no hayas estado, sé que no lo sabías. Nadie podría haberlo sabido en aquel entonces. Te hubieras quedado conmigo para apoyarme de lo contrario, yo lo sé... —Desvió la mirada y la fijó en la decoración de la habitación, no soportaba que todos la mirasen con lástima—. A lo que quiero llegar es... Bueno, quería llegar a lo que dije. Tú no estabas. Entonces, si nadie me hubiera apoyado, estaría... mal, incluso ahora. Más que mal, creo. Esa persona que me apoyó fue Nate. 

—¿Nate? —preguntó Lily, mientras sus cejas se alzaban, tratando de relacionar todo lo que había pasado los últimos meses—. ¿Nuestro Nathan? —Parpadeó continuamente, sorprendida. Eso no se lo esperaba—. Guau. Solo... guau.  

Elise resopló molesta mientras se giraba otra vez hacia su amiga. —¿Puedes decir algo que no sea guau? 

—No. —Aún se veía estupefacta—. Bueno, sí. Es que... No sé. No puedo creer que no me lo contaras antes, ¿cómo soportaste tanto tiempo guardando esto en secreto?

—No es la primera vez que no te digo que alguien me gusta, Lily, deja de exagerar.

—Ambas sabemos que esto es más que solo gustar. Es como amar.

Elise se sonrojó antes de bajar la vista al suelo.

—Pienso que eso de «amar» es un término muy fuerte...

Su amiga soltó un grito antes de aplaudir como si hubiese visto a un pequeño decir su primera palabra.

—¡Estás roja como un tomate! —exclamó—. Jamás te había visto así. ¡Esto es tan adorable!

—Nunca debí contártelo... —murmuró Elise, mientras escondía la cara entre sus manos. Decirle a Lily uno de sus mayores secretos solo podía traer una cosa: caos.

Del tiempo fugaz que pasamos juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora