La masturbación, considerada por muchas personas como un tabú sexual, crea un problema de culpabilidad que no resulta fácil de afrontar. En este asunto es preciso hacer mucho hincapié, puesto que constituye el elemento extremadamente importante de muchos actos mágicos destinados a tener éxito. Desde que la Biblia judeo-cristiana describió el pecado de Onán (Gen 38:7-10), el hombre no ha cesado de considerar la gravedad y las consecuencias del «vicio solitario». Aunque los modernos sexólogos han explicado que el pecado de Onán es simplemente un coitus interruptus, siglos enteros de falsa interpretación teológica han causado un daño casi irreparable. Prescindiendo de los verdaderos crímenes sexuales, la masturbación es uno de los actos sexuales que peor está visto. Durante el último siglo fueron escritos innumerables textos para describir las horrorosas consecuencias de la masturbación. La palidez de la piel, la dificultad en la respiración, los granos en la cara y una pérdida del apetito no eran más que unas cuantas de las muchas características que se suponía provenían de la práctica de la masturbación. Se aseguraba que se produciría un total colapso físico y mental si no se atendían las advertencias de aquellos manuales destinados a la juventud.
Las espeluznantes descripciones de tales textos resultarían casi risibles si no fuera por el hecho lamentable de que, a pesar de que los sexólogos, doctores o escritores contemporáneos han hecho mucho para elimina el estigma de la masturbación, todos los muy arraigados sentimientos de culpabilidad creados por las absurdidades de aquellos primeros textos sexuales no han podido ser borrados sino de una manera parcial. Un gran porcentaje de personas, en especial aquellas que han rebasado la edad de cuarenta años, no pueden aceptar emocionalmente la circunstancia de que la masturbación es natural y saludable. Hay ciertas personas que ahora logran aceptarla intelectualmente, pero, como siguen considerándola con repugnancia, sucede que de un modo inconsciente comunican su repugnancia a sus hijos.
En otros tiempos se pensaba que uno se volvería loco si, a pesar de todas las advertencias, persistía en sus prácticas autoeróticas. Este ridículo mito tomó cuerpo a causa de ciertos informes que pretendían que la masturbación estaba muy extendida entre los residentes de los centros psiquiátricos. Se suponía que, puesto que casi todos los dementes se masturbaban, era su masturbación la que les había vuelto locos. Nadie se detenía a pensar que la verdadera razón de que los dementes se entregaran a la práctica de la masturbación había que ir a buscarla en la carencia de compañeros del sexo opuesto y en esa necesidad de liberar la inhibición que es la característica de una locura extrema.
Muchas personas prefieren que su pareja busque en otra parte la actividad sexual antes que dedicarse con ella a actos auto eróticos. En esto influyen los propios sentimientos de culpabilidad, más una repugnancia a realizar una masturbación mutua. Hay casos en los que existe también el temor a la repugnancia de la pareja. Sin embargo, es sorprendente el número de casos en los que se obtiene una perversa excitación al ver a nuestra pareja tener una experiencia sexual con otra persona. Esto es bastante corriente, aunque raras son las personas que se atreven a reconocerlo.
Por mucho que nos hayan hablado de la «inmaculada concepción» -habría que tener una fe muy ciega para tragarse esa absurdidad-, todos sabemos muy bien que si queremos traer ai mundo a un niño tenemos que mantener un contacto sexual con una persona del sexo opuesto. Si uno se siente culpable al cometer el «pecado original», entonces no hay duda de que se sentirá mucho más culpable al realizar un acto sexual pensando tan sólo en uno mismo, y no en la necesidad de crear hijos.
Los satanistas se dan plena cuenta de las razones por las cuales los sacerdotes declaran pecaminosa la masturbación. Tal como ocurre con todos los otros actos naturales, las personas la realizarán por mucho que las reprendan severarnente. Ahora bien, provocar un sentimiento de culpabilidad es una importante faceta de su perverso plan para inducir a las personas a expiar sus «pecados». ¿Y qué mejor manera de expiarlos que pagando las hipotecas sobre los templos de la abstinencia?
Aun cuando el hombre moderno no sienta ya (o crea no sentirse ya) bajo el peso de un sentimiento de culpabilidad provocado por la religión, la verdad es que todavía se siente avergonzado si cede al deseo de masturbarse. Un hombre puede sentirse privado de su masculinidad si se satisface autoeróticamente en lugar de entregarse al juego competitivo de dar caza a una mujer. Es posible que una mujer se sienta tentada a satisfacerse a sí misma sexualmente, pero aún así echará de menos esa satisfacción egotísta que proviene del deporte de la seducción. Ni el casi Casanova ni la ficticia vampiresa se sienten a gusto cuando están «obligados» a recurrir a la masturbación para obtener una satisfacción sexual: ambos preferirían incluso un compañero inadecuado. Sin embargo, satánicamente hablando, es mucho mejor entregarse a una fantasía perfecta que participar con otra persona en una vacua experiencia. Con la masturbación, uno domina completamente la situación. Para ilustrar el hecho indiscutible de que la masturbación es una práctica normal y saludable, diremos que es realizada por todos los miembros del reino animal. Los niños también se rinden a sus instintivos deseos masturbatorios, salvo que hayan sido regañados por unos padres indignados. Desde luego, en esto suele haber una tradición que se remonta de hijos a padres a todo lo largo de una infinita línea ascendente.
Es lamentable, pero cierto, que los sentimientos de culpabilidad sexual de los padres se transmiten inmutablemente a sus hijos. Con el objeto de salvar a nuestros hijos del triste destino sexual de nuestros abuelos, nuestros padres, y posiblemente del nuestro propio, nuestra obligación es conseguir que el perverso código moral del pasado quede expuesto tal como es: una serie de reglas pragmáticas organizadas que, si obedecemos de un modo rígido, nos destruirán. Podemos estar seguros de que, si no nos liberamos de los ridículos niveles sexuales de nuestra sociedad actual, y en ellos incluimos a la pretendida revolución sexual, persistirá la neurosis provocada por esas sofocantes regulaciones. La adhesión a la nueva moralidad del satanismo, que es razonable y humanitaria, servirá al desarrollo de una sociedad en la que nuestros hijos podrán crecer saludablemente y sin los devastadores inconvenientes morales de una sociedad actual que está enferma.