Capítulo 2

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Son prácticamente las ocho de la mañana. Estoy esperando a que la cafetera termine de realizar la función para la que fue inventada, mientras acabo mi plato de huevos revueltos con queso y una tostada con mantequilla. Finalizo de un trago el zumo de naranja y listo. Recojo y friego en un momento todo lo que he usado para el desayuno y regreso a mi habitación.

El despertador comienza a sonar. Lo apago sin darle mayor importancia a la hora. Hoy voy sobrada de tiempo.

Abro el armario y cojo lo primero que encuentro. Unos vaqueros, una camiseta básica negra de manga corta y mis Converse a juego.

Todos mis compañeros de tienda, visten el uniforme corporativo, pero teniendo en cuenta que mi cara de pandereta no suele estar expuesta al público, me permiten ir a mi antojo. Además, hoy me apetece ir cómoda y pasar desapercibida.

Cojo del tocador la ropa interior y paso al baño dispuesta a darme una ducha rápida.

Abro el grifo y dejo correr el agua hasta que sale caliente. Cuando está a la temperatura ideal, me coloco bajo la cascada purificadora e intento relajarme durante unos minutos.

¡Ay... qué gusto!

Es una sensación exquisita y placentera. Me encanta disfrutar de ella y olvidarme del resto del mundo.

Salgo de la ducha, dando por finalizado el momento zen y me seco rápidamente.

Mierda... Creo que he estado en mi Spa particular más tiempo del que debería. Si no acelero voy a llegar tarde.

Vestirse a la velocidad de la luz, no es nuevo para mí —casi siempre llego a los sitios con la hora pegada en el culo—. Apenas le doy importancia a como se ajusta la ropa a mi cuerpo, total, no voy a conseguir de ninguna de las maneras, que el flotador que me sobra en la cintura desaparezca. Al terminar de anudarme las zapatillas, me coloco de nuevo delante del espejo.

¡Puñetas! Mis ojeras siguen siendo visibles.

Paso mis dedos por debajo de los ojos, intentando masajear la zona oscurecida con la esperanza de mitigar la inflamación.

Nada, no hay manera. Me parece que hoy serán visibles para todo el mundo... Y yo que quería pasar inadvertida.

Si no me hubiese distraído tanto en mi relajación matutina, quizá podría invertir algo de tiempo en maquillarme un poco. Pero va a ser que no.

Seco mi melena color castaña rojiza lo más rápido que el aire caliente que expulsa el secador me lo permite. Intento domar, sin éxito, el encrespamiento que yo misma he ocasionado y me desespero.

—¡Esto es imposible!

Entorno los ojos y sigo cepillando una y otra vez, reconociendo, muy a mi pesar, que es tiempo perdido porque es incontrolable. Observo con frustración mi reflejo al ver la gran maraña llena de electricidad estática que tengo en la cabeza.

¡Estupendo! Si salgo así a la calle, los hipsters ochenteros, me confundirán con la Bruja Avería, y alguno, incluso, me pedirá que le firme la camiseta.

—Pero ¿es que el universo entero se ha puesto en mi contra?

Gruño a la vez que continúo enfrascada en la tarea y finalmente, me rindo. No me queda más remedio que recogerme el pelo en un moño. Ni siquiera una coleta conseguiría arreglar este desastre.

Al salir del baño miro el reloj. Las nueve y diez de la mañana.

Bien, no voy tan mal de tiempo. Al final tanto apremio me ha obsequiado con unos minutos que creía perdidos, aunque no es plan de dormirse en los laureles. Debo darme prisa.

Confía en mí, SilvaniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora