Capítulo 1

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Abro los ojos, pero no veo nada.

Miro hacia la ventana, buscando entre la apertura de las cortinas ese atisbo de luz que me indique que ya ha amanecido, sin embargo, no consigo ver nada más que la sutil luz parpadeante de la farola más cercana. Me percato entonces de que sigue siendo de noche.

¡Mierda! Otra vez igual.

Me giro en dirección a la mesita de noche buscando entre la oscuridad el tenue destello del reloj digital.

No puedo creerlo. Las seis menos diez de la mañana.

No importa a la hora que me acueste, ni lo cansada que pueda estar. Lo único cierto, es que últimamente mi cuerpo y mi mente parecen haberse puesto de acuerdo para joderme mis no muy placenteros descansos nocturnos, y siempre sobre la misma hora.

Cierro de nuevo los ojos con la esperanza de volver a conciliar el sueño, pero en lugar de eso, emergen toda una serie de imágenes. Recuerdos que desearía enterrar definitivamente, pero al parecer mi cerebro no está muy por la labor.

Adolfo, risas, música, coche, rubia, playa...

¡No! Tienes que dormir. Tienes que dormir...

Me revuelvo inquieta en la cama durante unos minutos que parecen eternos, mientras me repito una y otra vez ese mantra. Nada. El mensaje hipnótico que intento que mi cerebro reciba no surte efecto.

—¡Dios! Esto es desesperante. Me rindo.

Vuelvo a abrir los ojos y observo el techo un poco más iluminado que antes, irritada y molesta con el gen despertador de mi reloj interno que no me permite descansar y, también conmigo misma, o más bien con mi cerebro, que no consiente que olvide y no cesa de darle vueltas a un tema que ya no tiene solución.

O quizá sí.

No; no la tiene. No sé ni por qué sigo replanteándomelo siquiera. ¿Acaso no es obvio?

Ya me da igual. O no. Bueno, en parte, sí, pero es que... ¡me jode tanto!

En ocasiones, creo que en vez de tener cabeza, tengo una lavadora en constante proceso de centrifugado, sin programa de lavado ni aclarado. Los conceptos se enturbian más y más cada vez que entran en el bombo y me siento aún peor. Encima, me hacen perder el sueño y estoy agotada.

Ya no recuerdo el tiempo que hace que no disfruto de un sueño reparador. Uno de esos que hacen que lo malo se vea medio bueno y lo bueno, exageradamente mejor.

Entre mi fracaso matrimonial, mi trabajo y, las críticas incansables de mi madre, el día menos pensado mi cabeza va a explotar como un globo cuando lo pinchan con una aguja.

Lo peor de todo, es que mi madre, en vez de velar por mi descanso eterno, compungida por la pérdida, se plantaría frente a mi lápida a echarme la bronca, indignada por cómo le he dejado el piso... Estampado de salpicaduras, con un reguero de sangre por el suelo, esquirlas de cráneo incrustados en los muebles y trozos de masa cerebral que más tarde tendría que limpiar ella.

Probablemente mi epitafio sería...


                                 †

                        Aquí yace

              Silvania William Gil

             Amada hija y amiga.

          Nunca te olvidaremos.

     Estarás siempre presente...

Confía en mí, SilvaniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora