Capítulo 3

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Introduzco las llaves en la cerradura, abro la puerta y las dejo en la cesta, como cada día. Descuelgo el bolso del hombro y lo engancho en el perchero de la entrada.

—¡Por fin en casa! Hogar, dulce hogar.

Hoy ha sido un día agotador. ¡Maldita sea! Christian no imagina la suerte que ha tenido al haberse escaqueado. La mañana ha estado bastante tranquila, en cambio la tarde... no he tenido tiempo ni de ir al baño. ¡Por Dios, no me han dado ni un respiro! Cuarenta y cinco llamadas en total, sin contar las que seguramente se hayan perdido al no poder atenderlas por haber estado sola. La mayoría proveniente de clientes descontentos, por las innumerables incidencias con un nuevo terminal de última generación, que la compañía ha ofertado esta semana con marca propia. Cuando no es porque la batería se calienta demasiado, es porque los móviles se apagan sin previo aviso y sin motivo aparente.

Segunda nota mental del día... No comprar el nuevo modelo de Sunshine R8 Revolution High resolution. Demasiado revolucionario y poco fiable. Después de tantas llamadas, doy fe de ello.

El reloj del salón marca las ocho y media de la tarde. La verdad es que estoy hambrienta, pero no me apetece cocinar nada. Abro la nevera. Leche, huevos, queso, un poco de chorizo y un par de paquetes de salchichas Frankfurt. Hago un mohín de desagrado. No hay mucho para elegir. Mañana tendré que ir al supermercado, ya resulta indispensable hacer la compra.

Cierro la puerta del refrigerador y abro el congelador esperando tener más suerte. Tras inspeccionar varios tupperware llenos de sobras y sacar un par de paquetes de croquetas, encuentro una pizza de jamón y queso. Es lo más cómodo de preparar, así que me decido por ella.

Mientras se hace la cena, aprovecho para ir a refrescarme un poco y cambiarme de ropa.

Al salir del baño, me endoso el pantalón de algodón del pijama de cuadros azules de mi ex y una camiseta de tirantes. Algo bueno he sacado de mi separación con Adolfo. Bueno, dos cosas buenas. Como no da señales de vida, me he quedado con la poca ropa que no se llevó en su huida y he hecho lo que me ha dado la gana con ella. Algunas camisas y camisetas se las he pasado a Christian, que, aunque no tenían exactamente el mismo cuerpo, sí la misma talla, y le sientan increíblemente bien. Incluso mejor, que a su legítimo dueño. Más quisiera tener Adolfo el cuerpazo que tiene Christian. Ni en sus mejores sueños.

Las prendas más cómodas y anchas, que a él ya le estaban un poco grandes, me las he quedado yo para dormir. Y el resto... las he donado.

Si detrás de otra se te van los cojones, al final, pierdes la ropa y los calzones. ¡Hala y que te den! Ahora tengo mucho más espacio en el armario. Sonrío astuta. ¡Todo para mí!

Me acerco al salón, enciendo la televisión y comienzo a cambiar los canales con el mando a distancia buscando algo interesante. Nada. Cómo se nota que es viernes. Es algo que no entiendo y creo que nunca entenderé. ¿Cómo es posible que todos los canales emitan programas absurdos un viernes por la noche? Entre los realities, programas dedicados a la prensa del corazón y los dating shows, a veces entran ganas de tirar el televisor por la ventana. ¡Qué asco! Creo que lo hacen a propósito para que nadie se quede en casa.

Regreso a la cocina, saco la pizza del horno y me siento en el sofá. Vuelvo a coger el mando y doy otro pase a toda la programación. Finalmente encuentro Castle en una de las emisoras. ¡Menos mal! Algo interesante y entretenido.

Cuando acaba el episodio, ya he terminado de cenar. Miro el reloj. Marca las nueve y media de la noche. Aún es temprano y siguen sin echar nada bueno en la tele. ¡Qué aburrimiento!

Confía en mí, SilvaniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora