uno.

191 8 4
                                    

        "¿TE importaría quitar esa cara de amargado y ayudarme con las cosas de esa caja?" Anaïs miró a su hermano con el ceño fruncido en desaprobación, "sé que no te gusta estar aquí, pero no nos queda otro remedio."

"Tú no lo entiendes" dijo Damian entre dientes.

Anaïs se acercó a él y se sentó a su lado, pasando un brazo por sus hombros y atrayéndolo hacia ella "claro que no. Definitivamente no tengo ni la más mínima idea de lo que se siente al tener que dejar a todos tus amigos, el equipo de cross country y la persona más guapa del instituto en otra ciudad, para nada."

Damian estuvo en silencio por unos cuantos minutos y justo cuando Anaïs se decidió admitir su derrota con un suspiro, dijo "has olvidado las pizzas del Lewis."

Anaïs sonrió mientras se levantaba y le tendía la mano para que él hiciera lo mismo "eso será una de las pocas cosas que no echaré de menos" agarró una de las cajas del suelo y la depositó sobre los brazos abiertos del chico "creo que va a ser la primera vez que complete una operación bikini."

Su hermano rió y ella no pudo evitar reír con él "ahora coge esa caja y coloca las cosas antes de que vuelva mamá, ¿de acuerdo?"


Anaïs había propuesto que todos salieran a cenar para celebrar la mudanza —aunque esta realmente no fuese motivo de celebración—, pero su madre había desechado la idea, argumentando que no podían permitírselo a estas alturas de mes y menos acabando de comprar una casa.

Así que mientras ella y su hermano desempaquetaban todas las pertenencias de la familia, sus padres habían decidido explorar un poco el barrio en busca de un supermercado cercano en el que comprar algo de comer.

Para cuando ambos chicos habían acabado, ya había pasado una hora, y sus padres no habían vuelto.

Anaïs suspiró. Después de haber movido cajas, haber sacado cosas, limpiado y colocado todo en lo que parecía un buen lugar, ambos hermanos estaban más que hambrientos.

"¿Seguro que no hay nada en la nevera? ¿Has mirado bien?"


Si las miradas pudieran matar, Damian habría estado ya seis metros bajo tierra "no hay mucho donde mirar, teniendo en cuenta que está completamente vacía" dijo Anaïs, enfatizando en la palabra vacía "quiero decir, podría prepararte un sándwich" los ojos de Damian se iluminaron "siempre y cuando te gusten los sándwiches sin pan. Y sin relleno."

Su hermano gruñó y se dirigió al salón para sentarse en el sofá.

"¿Seguro que no hay nada en la nevera? ¿Has mirado bien?" imitó Anaïs antes de seguir al chico "mamá y papá volverán enseguida y entonces podrás comer" dijo sentándose a su lado.

"Será demasiado tarde, habré muerto para entonces" dramatizó Damian, llevándose la mano a la frente fingiendo un desmayo.

"No tendremos tanta suerte" murmuró Anaïs, tratando de no reír.

"¡Eh!" una carcajada subió por la garganta de la joven, haciendo que Damian le propinara un golpe en el brazo "eres idiota."

"No sabes lo mucho que me duele que me digas eso" dijo aun entre risas, que se detuvieron cuando vio que su hermano sacaba su teléfono del bolsillo, marcaba el numero de su madre y se lo llevaba a al oído "Damian, ¿qué estás...?"

"¿Mamá? Soy Damian" hubieron unos segundos de pausa "no, no pasa nada solo quería..." su madre lo interrumpió, haciendo que una mueca se dibujara en sus labios "lo sé, pero Anaïs y yo... sí, ya hemos acabado. Solo quería saber si tardaríais mucho más, porque tenemos hambre" segundos después, pero no antes de haberle dedicado un "lo siento, mamá" colgó el teléfono.

Anaïs no se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento hasta ese momento, cuando por fin pudo volver a respirar "¿por qué has hecho...?"

"La odio."


"Damian" respiró Anaïs.

El chico se levantó del sofá tan rápido que por un momento, tuvo la impresión de que se iba a caer al suelo. "La odio" repitió "y sé que tú también lo haces. Y papá." Anaïs se levantó también y trató de agarrarle, pero parecía estarse alejando cada vez más de ella. "Y odio esta mierda de sitio. Esta casa, el nuevo colegio, ¡lo odio todo!" gritó.

"Damian, por favor, cálmate y hablemos" rogó la chica.

"¿Cómo puedes soportarlo, Anaïs?" preguntó girándose hacia ella. No la dejó contestar ya que se dio la vuelta y subió corriendo las escaleras y, aunque Anaïs le siguió, él fue más rápido entrando en su habitación y cerrándole la puerta en las narices. La chica suspiró y trató de girar el picaporte, pero no sirvió de nada pues había pasado el pestillo.

Se pellizcó el puente de la nariz como tratando de quitarse el cansancio y volvió a suspirar. "Estaré en mi habitación, por si necesitas algo" dijo y se dirigió al final del pasillo.

Cuando entró a su habitación, cerró la puerta y, tal y como su hermano había hecho, pasó el pestillo.

Al llegar aquella mañana, su hermano y ella habían decidido —más bien, empujado el uno al otro mientras corrían por las escaleras— con que habitación se quedaría cada uno. Al final ella había conseguido quedarse con la del fondo y tenía que admitir que estaba bastante bien.

Las paredes estaban pintadas de un color grisáceo con un gran zócalo que parecía ser de madera de color blanco. Habían algunos estantes del mismo color en el que ya había colocado sus libros y CDs, a parte de un pequeño marco con una foto en la que salían sus amigos y ella embutidos en distintos abrigos en un viaje que habían hecho a Minnesota el invierno pasado.

Pero lo mejor de todo era la ventana. No solo le encantaba el hecho de poder sentarse en ella sino que la vista era genial. La casa daba justo al inicio del bosque y no solo podía ver los arboles, sino que también había una vista del cielo increíble.

Suspiró y se recostó sobre su cama cerrando los ojos y, justo en ese momento oyó el característico ruido del motor del coche familiar, señalizando que sus padres ya estaban en casa.

"Hogar, dulce hogar."

La chica que lo intentó | sebastian stanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora