cuatro.

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             "¿QUÉ tal vuestro primer día de clase?"

Anaïs tragó el trozo de carne que estaba masticando y bebió agua esperando a que Damian hablase primero pero tras unos segundos se dio cuenta de que no lo haría, así que se decidió a hablar ella.

"No ha estado mal."

"¿Has hecho algún amigo?"

Anaïs suspiró. Había estado más centrada en adaptarse a sus nuevas clases que en hacer amigos, aunque había conocido a un par de personas que parecían amables. También podía hablarle sobre James, pero técnicamente no lo había conocido en el instituto y él siquiera sabía su nombre.


"No realmente."

Su madre se mantuvo en silencio por lo que a los tres miembros restantes de la familia les pareció una eternidad, hasta que sonrió "no pasa nada, al fin y al cabo ha sido el primer día" dijo sorprendiéndoles. Linda siempre había sido muy crítica con su hija mayor, intentado que se pareciese lo más posible a ella cuando tenía su edad, así que el hecho de que le hubiera dedicado esas palabras, era más que una sorpresa "además, siempre te ha costado hacer amigos."

Anaïs palideció, su pie dando golpecitos contra el suelo debido al nerviosismo.

"¡Linda!" exclamó su padre.

Ella lo miró y la chica sintió escalofríos; odiaba que su padre se metiera en problemas con Linda por su culpa.

"¿Acaso no es así?" preguntó y su padre se mantuvo en silencio "¿y bien?"

Antes de que su padre pudiera contestarle, Anaïs se adelantó "tiene razón, papá."

Su madre la miró y sonrió "siempre he pensado que es porque eres una sabionda, a nadie le gusta eso."

Esta vez nadie se atrevió a defenderla y Anaïs sintió ganas de vomitar lo que tenía en el estomago. Pasado unos cuantos minutos se levantó y llevó su plato a la encimera, tirando la comida a la basura y metiendo el plato en el fregadero.

"Me voy a mi habitación, gracias por la cena" dijo y se dirigió a las escaleras. Subió a su habitación, y cerró la puerta tratando de no hacer mucho ruido.

Se sentó en el alféizar de la ventana y se cubrió la boca, tratando de silenciar el sollozo que se escapó de entre sus labios.

Todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo parecían estar ardiendo, la rabia quemando el interior de su piel mientras que, tal y como en un incendio, le era cada vez más difícil respirar.

Trató de concentrarse en el paisaje, en como las copas de los árboles parecían fundirse con el cielo estrellado de la noche, pero no sirvió de nada.

Odiaba a su madre. Odiaba cada parte de ella, cada palabra que le dedicaba, cada bocanada de aire que tomaba. La odiaba.

Había dedicado cada minuto de su vida tratando de complacerla, a ser lo suficientemente buena para obtener su aprobación y nunca, nunca lo había conseguido. No importaba lo mucho que lo intentase, siempre había algo que no estaba del todo bien. Cuando tenía catorce años, había sido su peso y con dieciséis, no haber conseguido ser la capitana de las animadoras.

Anaïs parecía nunca hacer nada bien a los ojos de su madre, nunca lo suficientemente buena. Y ella odiaba eso. Y odiaba lo que le había hecho a su familia, sin parar hasta haberla destrozado hasta los cimientos.

Cuando era más pequeña, se culpaba. A veces aun lo hacía porque, cabía la posibilidad de que realmente fuera culpa suya.

Sintió unos brazos rodearla y se asustó por unos segundos hasta que oyó la voz de Damian susurrarle cosas al oído. No podía distinguirlas porque lo único que oía era un llanto, probablemente el suyo, aunque también notó que su hombro se mojaba, así que tal vez eran ambos.

La chica que lo intentó | sebastian stanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora