Melanie

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Durante muchos años el horizonte de Melanie fue estrecho, cargado de dudas y de miedos. Sin embargo, al abrir la ventana de su habitación esa mañana y respirar el aire frío y seco de las montañas, supo que el momento de regresar había llegado. Se sintió tranquila y se desplegaron los límites.

El día era soleado, la soledad intensa.

Sin poder evitarlo, repasó el capítulo más triste y difícil de su vida. Los recuerdos afloraban en su mente nítidos. Podía escuchar el sonido de su voz con claridad diciéndole al oído: «¿De qué tienes miedo? Yo te quiero».

Hoy, sin saber exactamente por qué, esas palabras no le hicieron el mismo efecto que durante años y, aunque sintió ganas de llorar, respiró profundamente y recordó el olor cálido del mar.

Hace años huyó y encontró refugio en esas montañas silenciosas e inmaculadas de nieve. Huía de los golpes, los insultos y las vejaciones de su amor asesino, que casi acaba con ella la última vez que decidió darle una paliza... Solo se detuvo cuando pensó que la había matado.

Recordó su olor a alcohol revenido cuando mantenía relaciones con él, muerta de miedo por lo que pudiese hacerle, y que, al final, ella terminaba abrazándolo y dándole las gracias por que no le hubiese hecho daño, pensando que ella era tonta y que en realidad él era bueno.

Al salir del hospital se refugió en una casa de acogida que la envió más tarde al refugio en la montaña. Ahí la esperaba Marta.

Los primeros años la presencia de ese hombre la acechaba por donde fuera. Su primer pensamiento por la mañana era para él y, cada noche, las pesadillas le impedían dormir con tranquilidad. Algunas veces, la angustia era tan grande que tenía que levantarse para vomitar. Estaba convencida de que terminaría encontrándola, y pasaba el día imaginando qué haría para escapar, qué atajos cogería, dónde se escondería, a quién recurriría. Sufría ataques de pánico cuando menos se lo esperaba, y muchas veces no podía impedir que las lágrimas se le saltaran en la calle o en el supermercado. Vivió esos años en un sobresalto constante.

Un sentimiento helado le recorría el cuerpo, sintiendo frío por dentro y por fuera constantemente, sintiéndose seca y avergonzada.

Volvió a respirar para encontrar de nuevo en su recuerdo el olor a mar y escuchar el vaivén de las olas rompiéndose en la playa.

La vergüenza había disminuido.

Abrió los ojos y caminó despacio y ligera.

No es que el miedo hubiese desaparecido, ni que la vergüenza labrada a fuerza de agravios no la torturase de vez en cuando, pero esos años pasados junto a su amiga Marta, en ese valle pacificador, rodeado de montañas, le habían devuelto las ganas de vivir.

Melanie contempló el horizonte infinito y sonrió.

La travesíaWhere stories live. Discover now