Capítulo II.

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Evaristo Mazuelos, el farmacéutico de P. y Hebaristo, el sauce fúnebre de la parcela eran dos vidas paralelas; dos cuerdas de una misma arpa; dos ojos de una misma misteriosa y teórica cabeza, dos brazos de una misma desolada cruz; dos estrellas insignificantes de una misma constelación.
Mazuelos era huérfano y guardaba al igual que el sauce, un vago recuerdo de sus padres. Como el sauce era árbol que sólo servía para cobijar a los campesinos a la hora cálida del medio día, Mazuelos sólo servía en la aldea para escuchar la charla de quienes solían cobijarse en la botica; y así como el sauce daba una sombra indiferente a los gañanes mientras sus raíces rojas jugueteaban en el agua de la acequia, así él oía con desganada abnegación, la charla de los otros, mientras jugaba, el espíritu fijo en una idea lejana, con la cadena de su reloj, o hacía con su dedo índice gancho a la oreja de su botín de plástico, cruzadas, unas sobre otras, las enjutas magras piernas.

Habíase enamorado Mazuelos de la hija del Juez de Primera Instancia, una chiquilla de alegre catadura, esmirriada y raquítica, de ojos vivaces y labios anémicos, nariz respingada y cabellos de achiote, vestida de pintitas blancas sobre una muselina azul de Prusia, que pasó un mes y días en P. y allí los hubiera pasados todos si su padre el doctor Carrizales no hubiera caído mal al secretario de la subprefectura, un De La Haza, que era, a un tiempo, redactor de "La Voz Regionalista" singular decano de la prensa de P.

El doctor Carrizales, magüer su amistad con el jefe de la región hubo de salir de P. y dejar la judicatura a raíz de un artículo editorial de "La Voz Regionalista", titulado "¿Hasta Cuándo?", muy brillante y tendencioso, en el cual se recordaban entre otras cosas desagradables, ciertos asuntos sentimentales relacionados con el nombre, apellido y costumbres de su esposa, por esos días ya finada, desgraciadamente.

La hija del juez había sido el único amor del farmacéutico cuyos treinta años se deslizaron esperando y presintiendo a la bienamada. Blanca Luz fue para Mazuelos la realización de un largo sueño de veinte años y la ilustración tangible y en carne de unos versos en los cuales había concretado Evaristo, toda su estética.
Los versos de Mazuelos eran, como se verá, el presentido retrato de la hija del doctor Carrizales, y empezaban de esta manera:

Como una brisa para el caminante ha de ser
la dulce dama a quien mi amor entregue;
quiera el fúnebre Destino que pronto llegue
a mis tristes brazos, que la están esperando, la dulce mujer...

Bien cierto es que Mazuelos desvirtuaba un poco la técnica en su poesía; que hablando de sus brazos en el tercer pie les llama "tristes" cosa que no es aceptable dentro de un concepto estricto de la poética; y que la frase "que la están esperando" está íntegramente demás en el último verso; pero ha de considerarse que sin este aditamento, la composición carecería de la idea fundamental que es la idea de espera y, que el pobre Evaristo, había pasado veinte años de su vida en este ripio sentimental: esperando.

Blanca Luz era pues, al par, un anhelo de farmacéutico y la realización de un viejo sueño poético. Era el ideal hecho carne, el verso hecho verdad, el sueño transformado en vigilia, la ilusión que, súbitamente, se presentaba a Evaristo, con unos ojos vivaces, una nariz respingada, una cabellera de achiote; en suma: Blanca Luz era, para el farmacéutico de "El amigo del pueblo", el amor vestido con una falda de muselina azul con pintitas blancas y unas pantorrillas, con medias mercerizadas, aceptables desde todo punto de vista...

Hebaristo , el sauce que murió de amor ( Abraham Valdelomar )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora