Capítulo III.

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Hebaristo, el melancólico sauce de la parcela, no fue, como son la mayoría de los sauces, hijo de una necesidad agrícola; nó. El sauce solitario fue hijo del azar, del capricho, de la sinrazón. Era el fruto arbitrario del destino. Si aquel sauce en vez de ser plantado en las afueras de P..., hubiera sido sembrado como era lógico, en los grandes saucedales de las pequeñas pertenencias, su vida no resultara tan solitaria y trágica.
Aquel sauce, como el farmacéutico de "El amigo del pueblo", sentía desde muchos años atrás, la necesidad de un afecto, el dulce beso de una hembra, la acaricia perfumada de una unión indispensable. Cada caricia del viento, cada ave que venia a posarse en sus ramas florecidas hacían vibrar todo el espíritu y el cuerpo del sauce de la parcela.

Hebaristo que tenía sus ramas en un florecimiento núbil, sabía que en alas de la brisa o en el pico de los colibríes, o en las alas de los chucracos debía venir el polen de su amor, pero los sauces que el destino le deparaba debían estar muy lejos, porque pasó la primavera y el beso del dorado polen no llegó hasta sus ramas florecidas.

Hebaristo el sauce de la parcela, comenzó a secarse, del mismo modo que el joven y achacoso farmacéutico de "El amigo del pueblo". Bajo el cielo de P..., donde antes latía la esperanza, cernió sus alas fúnebres y estériles la desilusión.

Hebaristo , el sauce que murió de amor ( Abraham Valdelomar )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora