Si no hay pan, come tortillas

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     Un día por la mañana decidí buscar una solución para lograr calmar un poco al tigre que llevaba dentro. Creí que era lo mejor. Me conocía bien, pero podía ser como esos perros que en la oscuridad desconocen a sus dueños y los atacan, y si eso pasaba, un día cualquiera aparecería en el periódico una foto de la pobre Clara destrozada y con un encabezado que dijera "hecha cagada". Bueno, tal vez no, pero podría ser divertido.
     Investigando por uno de esos foros de Internet, encontré un fruto que supuestamente relajaba el sistema nervioso a tal grado de comerse el deseo sexual como si fuesen palomitas, aunque tenía un nombre muy extraño.
     En ese momento pasaban ideas por mi cabeza como: «¿Qué tal si ese comentario lo publicó un troll? ¿Y si me muero?». Todo era posible, pero el comentario estaba publicado en el post de un tipo que preguntaba cómo evitar que se le parara "el amiguito" (lo sé, es muy extraño), pero a lo que voy, es que pudiera ser que el joven que publicó el comentario simplemente quisiera compartir sus conocimientos con la comunidad de Internet.

     En fin, de cualquier manera fui a buscar el maravilloso fruto, ese fruto que podía ponerte sumamente "happy"; ese fruto que podía relajar tu sistema nervioso, tanto, que aunque no te guste el rock progresivo disfrutarías de Dark side of the moon de Pink Floyd como si fuera la última canción que escucharías en tu vida, justo en los últimos instantes de ella; ese fruto que sobre todo ¡dormiría a tu amiguito como si estuviera en coma! No sé porque me emocionaba tanto el esperar que en realidad funcionase. Era triste, extraño e interesante a la vez.
     En el camino, me imaginaba paseando por la central de abastos y preguntando por ese fruto raro. Tal vez los bodegueros me mirarían raro y me dirían que deje las drogas; tal vez las señoras "especiales" que van a buscar las cosas "al mejor precio" se quedarían mirando a mi cola de caballo en el cabello, a mis pantaloncillos cortos o a mi camisa hawaiana y susurrarían entre ellas que soy un drogadicto, pero no podía culparlas, pues tengo el aspecto de todo un drogadicto y tal vez no solo eso: de vez en cuando me doy mis viajes, pero son meramente recreativos y no involucran a ningún tercero. Pero bueno, iba a arriesgarme a que todas esas cosas pasaran. Ya no había vuelta atrás, pues ya había gastado 7 pesos en el camión, y la situación está muy dura como para desperdiciarlos.
     Una vez llegando, pude observar que era un mercado muy grande, había bodegas enormes, puestos por doquier, camiones estacionados en ambos lados de la calle y tipos molestos invitándote a comprar en el lugar donde trabajaban —detesto a esos tipos, aunque en esa ocasión me pareció factible tomarle la palabra a uno y preguntarle por el maravilloso fruto que estaba buscando—.
     —¿Tendrá, o podrá conseguirme un fruto conocido como «chile wea»? —pregunté a uno de los bodegueros.
     —¿Chile wea? Ese no es un simple chile para que la comida te sepa picosa ¿Verdad? —dijo mientras entrecerraba los ojos a incluía un tono picarón a la tonalidad de su voz. 
     —Es para casos especiales, señor. Es un fruto excepcional que libera las tensiones y mezcla perfectamente el espíritu con el cuerpo, llevando a éste último a la cúspide de la relajación y a la disolución total entre su entorno —exclamé con aire solemne.
     —Solo soy un vendedor, no veo la necesidad de que trates de filosofar conmigo. Por la manera en que luces supongo que puedo confiar en ti. Acompáñame —indicó al tiempo que comenzaba a alejarse por el pasillo concurrido de gente. 
     Era extraño que por primera vez en mi vida mi aspecto le inspirara confianza a alguien, pero bueno. Tenía claro mi objetivo y decidí seguir al señor hasta una de las bodegas, en donde se detuvo. En ella parecía que vendían cereales principalmente, ya que afuera había costales con frijol, arroz, maíz y chiles secos. Al llegar, el bodeguero gritó «¡Sergio! » y yo me quede atento a ver quién llegaba o qué pasaba. Entonces salió un hombre con una gran barba de color marrón, la cabeza calva y la barriga asomándose por debajo de su sucia playera de tirantes y se dirigió hacia mí diciendo:
     —¿Qué anda buscando, joven? —preguntó, denotando que ya tenía idea del porqué de mi presencia en ese lugar.
     —Busco un fruto conocido como « chile wea». No sé mucho sobre él, pero en un mercado tan grande, estoy seguro que me podrán ayudar —dije con visible entusiasmo en el rostro.
     —Ya veo. Es difícil encontrarlo por aquí ¿Sabes? —dijo el señor Sergio, al tiempo que comencé a sospechar que intentaría vendérmelo en un precio sumamente elevado por esa razón.
     —En realidad lo desconocía, señor —dije encogiéndome de hombros.
     En ese momento el señor entró a la bodega, buscó algo detrás del mostrador y regresó con un pequeño chile de color rojo y apariencia fresca, pero que despedía un olor parecido a la hierba seca. Luego me dijo «es este». Todo había sido muy fácil; llegué y casi instantáneamente lo conseguí, pero mis ánimos podrían decaer al enterarme de cuanto costaba, así que antes de llegar más lejos, pregunté «¿Qué precio tiene?» a lo que el señor respondió:
     —Como te dije: es muy difícil hallarlo por aquí. Te aseguro que en ningún otro lugar lo vas a encontrar. Fuiste muy afortunado en toparte con la persona indicada en el momento indicado —respondió el hombre intentando persuadirme.
     —Lo sé señor —dije torciendo los ojos hacia arriba, mostrando así que comenzaba a impacientarme.
     —Voy a dejártelo en 500 pesos ¿Te parece? —dijo mientras comenzaba a dibujarse una jocosa sonrisa en su rostro.
     Podía ser cierto que no iba a poder encontrarlo en otro lado; podía ser falso, pero como una vez me explicaron en un curso de ventas al que asistí: «las personas compran cosas por impulso. Tú te aprovechas de eso, te agarras de su emoción ¡Y les vendes!». El señor Sergio era un excelente vendedor, pues hizo muy buen uso de este recurso y terminé comprando el mentado chile wea casi sin rechistar.
     Me marché mientras pensaba «¡Listo!", pues ahora estaba más cerca de poder ser libre: libre de mis deseos, libre del rechazo de Clara, y después del viaje en el que entraría, libre de mí mismo. Me sentiría tan ligero como un pensamiento que va transmitiéndose de persona a persona, cambiando las ideas dentro de la cabeza por donde pasa... algo así como las modas de Facebook, en las cuales, primero había emos que según ellos iban a suicidarse, pero simplemente subían fotos con un poco de cátsup en sus muñecas mientras empuñaban un cuchillo —de esos que se utilizan para comer carne y no tienen filo—. Algunas de las personas que practicaban esta actividad ni siquiera se molestaban en esconder la botella y al fondo de su fotografía podíamos apreciar un bello paisaje: unos calzones tirados en el suelo, la cama destendida y para rematar, la cerecita sobre el pastel: una majestuosa botella de cátsup sobre su buró, a un lado de su lámpara de noche. Luego, todos esos ejemplares «diferentes» terminaron siendo hardcores con rasgos seudoemos en sus cabelleras. Ah, que jodida está la juventud de hoy en día.

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