7. De brazos cruzados

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Cuando Aquiles y sus mirmidones acabaron de conquistar la playa, todo el ejército griego ya había llegado a la orilla, y junto a Patroclo, Eirene y los demás soldados a su cargo, empezaron a montar el campamento aqueo en aquel lugar que hacía menos de doce horas había pertenecido al rey Príamo de Troya.
Todos menos Aquiles compartirían tienda. Eirene tuvo la suerte o la desgracia de que la persona con la que tendría que compartir tienda era nada más y nada menos que Patroclo. Pero por nada del mundo podía decirle que era ella. No. Tenía demasiada responsabilidad.

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Por la noche, habían montado una fiesta con todo tipo de bebidas alcohólicas para festejar la toma de la playa. Patroclo se dispuso a salir de su tienda, pero se volvió, extrañado porque su compañero no le siguiese por detrás.
-¿No vienes?- preguntó.
Eirene tardó unos minutos en darse cuenta de que la estaba hablando a ella. Puso la mejor imitación de la voz de un hombre que pudo.
-No, creo que no. Estoy muy cansada, digo, cansado. Cansado. Estoy cansado.
Patroclo se encogió de hombros.
-De acuerdo. Buenas noches.
Una vez se hubo marchado, Eirene respiró sonoramente.
Esto era más cansado de lo que había pensado en un principio.
Le había dicho al muchacho que su nombre era Isacio.
Se restregó la cara con las manos, preocupada. Estaba claro que cuando ideó aquello, no había pensado en la que se iba a meter.

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Pasados varios meses, ya había ido al campo de batalla varias veces, y aunque había acabado con la vida de algún que otro troyano, su principal objetivo era llegar viva a la noche. Por el momento lo cumplía.
Pensaba que Patroclo no tardaría en reconocerla, pero entre el corte de pelo, lo poco que comía en comparación con cuanto comía en casa de su padre y la cantidad de suciedad que llevaba encima, era incluso difícil para ella misma reconocerse.
Patroclo llegó de hablar con Aquiles uno de aquellos días con creciente enfado.
-¿Qué pasa?- preguntó Eirene.
-Aquiles no quiere que vayamos a luchar hoy. - Patroclo hizo una pausa, lo que sirvió a Eirene para reprimir un suspiro de alivio- Es por esa esclava que le entregaron cuando conquistaron el Templo de Apolo. Ahora que Agamenón la tiene, dice que no piensa mover un dedo hasta que no se le suplique que vuelva.
-Es todo cuestión de tiempo- le aseguró la chica.
-Tiempo- repitió él- estoy harto de esperar, Isacio. Si en vez de esperar hubiese hecho las cosas cuando debía...
-¿A qué te refieres con eso?- inquirió ella.
Patroclo sacudió la cabeza.
-A nada. Es solo que a veces me pregunto en qué habría cambiado mi vida si le hubiese dicho a cierta chica lo que siento.
Eirene notó su corazón latir a cien por hora y trató de serenarse.
-Quizás no habría cambiado- opinó- te habrías ido a Troya igualmente, ¿no?
Patroclo se encogió de hombros.
-No lo sé. Ya no estoy seguro de nada. Ni siquiera de si venirme fue buena opción.
-¿Pero qué dices? Este es tu sueño.
-Mi sueño no es quedarme de brazos cruzados mientras los troyanos masacran a un tercio del ejército griego. Y ten por seguro que no voy a hacerlo.

Aristos AchaionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora