3. Se busca maestro

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Después de despedirse de su amiga, Patroclo caminó hacia la casa del hijo de Peleo silenciosamente, sumido en sus pensamientos.
Tenía claro que iba a ir a Troya. Lucharía y ganaría. Quería enseñar a todos de lo que estaba hecho, quería demostrar que era casi tan bueno como su famoso primo.
Pero sobre todo, quería demostrárselo a Eirene.
Aun así, su mente tenía diversas y pintorescas ideas sobre qué era lo que su amiga iba a decirle.

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Eirene se sentó en su tocador. Era una mesa de madera de color marrón claro, con un espejo ovalado apoyado de forma vertical en la pared. Levantó los brazos, y sus delgados dedos fueron recorriendo los bucles recogidos en un complicado moño, quitando con rapidez las pinzas que los sujetaban de forma que el cabello ondulado empezó a caer sobre sus hombros.
Una vez sacó todas las pinzas, cogió el cepillo y empezó a cepillarse el pelo.
En su mente navegaban las últimas palabras que Patroclo le había dicho. En tres días, Eirene.
En tres días la vida de mucha gente cambiaría, y Eirene tenía total consciencia de ello. Lo que le preocupaba considerablemente eran los cambios que sucederían en la suya propia.
Se levantó con un suspiro, pero con un brillo de decisión en sus ojos. Tenía claro que no se iba a quedar atrás.
Se puso el vestido más cómodo que tenía y salió rumbo a la casa del Peleida.

Una vez allí, llamó a la puerta. Un asombrado Aquiles la abrió.
-¿Eirene?- inquirió -¿Necesitas algo?
-¿Está Patroclo?
Aquiles asintió y la indicó que pasase.
Eirene recorrió los pasillos de la antigua casa de Peleo hasta que se dio de bruces con su amigo.
-¿Eirene?- inquirió el joven, extrañado por la inusual visita.
La chica asintió con una media sonrisa.
-Patroclo- dijo- necesito tu ayuda.
Él se carcajeó ante tal ruego.
-¿Qué necesita de mí la inteligente e independiente Eirene?
Su amiga bufó.
-Fuera de bromas. Necesito que me enseñes a utilizar la espada.
El chico se encogió de hombros.
-¿Para qué vas a necesitar tú aprender a batirte en duelo? Además, no creo que yo fuese el más indicado para enseñar a nadie. Es mejor que hables de eso con Aquiles.
Ella negó con la cabeza.
-No, Aquiles no. Tú eres el más indicado.- vio en la mirada de Patroclo una cierta duda, por lo que añadió:- Por favor.
El joven guerrero dejó escapar un suspiro, seguido por una suave sonrisa que dejó entrever a Eirene sus blancos dientes.
-De acuerdo. Pero cuando me vuelva un insufrible y estricto profesor, no te quejes.
Ella se abalanzó sobre su amigo y le dio un suave beso en la mejilla. Acto seguido sonrió de oreja a oreja.
-No me quejaré en absoluto.
Patroclo se quedó unos pocos segundos quieto, sin todavía saber como reaccionar a la inesperada acción de Eirene, pero volvió en sí cuando descubrió los almendrados ojos de la joven observándole.
Sacudió la cabeza y tomó a su amiga de la mano, mientras la conducía por los pasillos de la casa.
Parecía a Eirene que la travesía no iba a acabar nunca, pero Patroclo frenó en seco y ella casi se dio contra la ancha espalda de él.
Entraron en una sala repleta de armas de todo tipo, pero Patroclo solo se detuvo a mirar las espadas. Se giró hacia la joven, a la que inspeccionó de arriba abajo para luego volver sus ojos azules a la fila de espadas colgadas de la pared ante ellos.
Al final pareció decantarse por una, a la que cogió por la empuñadura y la movió entre sus manos. Eirene observaba al chico con vivo interés, pero sin ninguna idea sobre qué era lo que intentaba conseguir.
Patroclo le tendió la espada.
-Creo que esta te vendrá bien. Es la menos pesada que tenemos.
La chica asintió con la cabeza y agarró la espada, el peso de la misma cayendo en su muñeca, haciendo que esta hiciese un giro extraño.
Eirene arrugó el ceño como única muestra de dolor.
-¿Esto es ligero?
Patroclo asintió sin una palabra.
-Creo que tu definición de ligero y la mía contrastan un poco- comentó Eirene.
Su amigo rió.
-Probablemente, pero creo haberte oído decir que no ibas a quejarte.
Ella levantó las cejas.
-No lo he hecho. Solo he hecho un comentario. Deberías echarle un ojo al diccionario de vez en cuando, Patroclo.- dijo riendo.
El chico sacudió la cabeza con una sonrisa.
-Venga, a ver qué sabes hacer.

Aristos AchaionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora