4. Conversaciones

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La imagen que ofrecían en conjunto Patroclo y Eirene podría ser considerada cómica: la joven jadeaba respirando por la boca, cubierta de sudor, mientras que su amigo ni siquiera parecía ligeramente cansado.
-Menudo primer día- comentó el chico, con una sonrisa.
Ella esbozó una mueca burlona.
-Me apuesto todo lo que tengo a que tu primer día fue peor que el mío.
Ese comentario arrancó una carcajada al hijo de Menetio.
-Muy segura estás tú de eso.
Eirene se irguió para mirar a los ojos al joven.
-¿Acaso no es así?
El chico sonrió burlonamente.
-Eso, aunque así fuera, no debe significar nada. No sea que te vayas a confiar.
-Conque es verdad que tu primer día fue peor que el mío- comentó ella- Además, con un maestro así, creo que tengo el derecho a confiarme.
Patroclo rió, como única respuesta al cumplido de la chica.
El chico se sentó al lado de Eirene. Ella suspiró, mientras sus ojos recorrían los brazos fuertes de Patroclo con la mirada perdida.
-Patroclo.
Él la miró, clavando sus ojos azules en ella.
-¿Sí?
-¿Qué planeas hacer en Troya?
Patroclo se carcajeó.
-¿Tú que crees, Eirene? Luchar. ¿Qué voy a ir a hacer si no?
Ella miró hacia otro lado.
-Eso es obvio. Pero te conozco desde que tienes dientes de leche. Sé que no vas a ir para luchar contra soldados troyanos corrientes.
Patroclo bufó.
-¿Adónde intentas llegar?
Eirene no se alteró.
-A nada. Solo espero y deseo que no cometas ninguna locura.
-¿Por quién me tomas?- comentó con una sonrisa el joven guerrero.
-Sinceramente, Aquiles no es el mejor ejemplo de ser cauto y no hacer locuras, pero es en él en quien tú esperas convertirte. No quiero...
Patroclo advirtió el gesto de preocupación de Eirene.
-¿Qué es lo que no quieres?
Ella se volvió para mirarle.
-No quiero perderte por culpa de la poca responsabilidad de Aquiles.
Patroclo bufó otra vez.
-No soy un niño, Eirene.
-No he dicho que lo seas. Solo... solo te pido que seas cauto, por favor. Ten mucho cuidado.
Patroclo esbozó una suave sonrisa, enternecido por la creciente preocupación de Eirene hacia su persona. Dudó unos microsegundos, pero sabía lo que la chica necesitaba, y a pesar de que nunca lo admitiría, él también lo necesitaba. Abrazó el menudo cuerpo de su amiga, quien le rodeó la cadera con sus finos brazos.
-No te preocupes- le susurró al oído.
Ella esbozó una suave sonrisa.
-No puedo evitarlo. No quiero que te hagan daño.
Patrocló se separó de ella un poco para inclinarse y besarle la frente.
-Eres una agonías, ¿lo sabes?- sonrió.
Ella rió suavemente.
-A veces incluso demasiado.

Aristos AchaionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora