IV

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La relevancia de un hecho no se justifica por el número de espectadores; tan sólo es necesario que lo presencie la persona adecuada.

La ciudad era un compendio de lugares donde perderse y sitios a los que mirar, pero la persona adecuada había estado en el lugar y momento justos, mirando hacia la dirección correcta. Lo que vio no se diferenciaba demasiado de lo que habían visto los soldados que patrullaban las murallas: una caja azul apareciendo en el cielo de la nada que acababa impactando contra el suelo después de que perdiera una parte o soltara un objeto que impactó en unos edificios cercanos.

No necesitó pensarlo durante mucho tiempo para decidir que aquello era algo que merecía examinarse detenidamente. Aunque no había visto ninguno de los impactos, conocía la ciudad como la palma de su mano y supo enseguida los lugares donde habría que buscar.

Dar con su primer objetivo fue una tarea fácil. Un viejo almacén, ahora sin utilizar, había recibido un impacto reciente que había perforado parte del tejado y de la fachada principal. A la vista de cualquiera, aquello sería resultado de los bombardeos de Mayo, pero éstos habían sido con granadas explosivas. El edificio aún se tenía en pie, por lo que el objeto desprendido tenía que estar ahí dentro.

Desde que se abandonó el edificio, la puerta principal había permanecido entreabierta, por lo que no necesitó forzar la cerradura. Aquella era una noche clara y la luz de la luna se filtraba a través del agujero del techo, iluminando débilmente el lugar; cuando entró en el edificio se encontró con una nave totalmente vacía, salvo por una serie de cajas desvencijadas que posiblemente servirían de refugio a las ratas, y un agujero en el fondo de la sala, allí donde se había producido el impacto. Sonrió ante el descubrimiento y comenzó a avanzar cautamente.

Tumbada de espaldas se encontraba una figura de aspecto humano vestida con una armadura que no se parecía a nada que hubiera visto con anterioridad. El casco era integral, sin ninguna clase de visera, con dos ojos redondos rematados en una especie de lágrima, así como una boca plana e inexpresiva, y una asa en ángulo recto que emergía de cada uno de los costados para unirse con su homónima en el crestón. El peto no llevaba volante, sino que formaba también una única pieza que llegaba hasta la pelvis, con un extraño blasón circular en su parte central, y las extremidades se encontraban totalmente protegidas por el metal, sin que en ningún punto se apreciara la existencia de una cota de malla.

No conseguía averiguar cómo alguien podía vestir aquella armadura, ya que era incapaz de encontrar algún punto por donde ésta pudiera desmontarse. Era como si la armadura se hubiera finalizado después de que su ocupante estuviera dentro, sin que este pudiera salir nunca más. Si ahí dentro había alguien, debería estar muerto.

Relajada ante aquella idea, se acercó más hacia la armadura para examinarla de cerca, hincando una rodilla en el suelo. Pese al brutal impacto, no se apreciaban arañazos o magulladuras, lo que le hizo sospechar que el metal con que estaba construida era de alguna clase que ella desconocía. Al posar la mano libre sobre el casco se encontró con un metal de tacto suave, pero extremadamente frío. Poco a poco fue recorriendo aquella cara de metal, bajando hacia su pecho, hasta que sus dedos toparon con el blasón. Al tocarlo, tuvo la sensación de que este cedía ante la presión; un instante después, aquella cara se giró hacia ella mirándola con sus ojos inexpresivos, y antes de que pudiera reaccionar, una mano la cogió por la nuca y sintió un pequeño pinchazo detrás de su oreja izquierda.

Su cuerpo quedó totalmente rígido, como muerta en vida, mientras sus pupilas se dilataban y entraba en comunión con aquel ser; tan sólo transcurrieron unos segundos aunque a ella le pareció toda una vida. Cuando aquella mano la soltó, era una persona completamente nueva. Había visto y comprendido, y sabía exactamente qué era lo que tenía que hacer.

Se alzó con rostro inexpresivo pero con un fuego en su mirada que hubiera asustado a un ejército entero, dio media vuelta y se dirigió rauda hacia la puerta. El paso siguiente era encontrar aquella caja y hacerse con ella, pero necesitaba ayuda y sabía dónde obtenerla.

El camino que tomó la llevó rápidamente a una calle ancha, cuando vio que un grupo de soldados de acercaba por el lado derecho. Parecía que traían prisioneros consigo, así que se quedó a observar un rato, esperando en una esquina, como solía hacer en situaciones similares.

Cuando pasaron por donde ella se encontraba pudo fijarse bien en aquellos los hombres. Ignoraba quién podía ser el primero, un hombre alto y de aspecto musculado, cabello corto, ojos pequeños en relación a su cabeza, mentón cuadrado y un prominente hoyuelo en su barbilla, pero reconoció al instante a su acompañante. Clavó sus ojos en aquél conocido como El Doctor, y vio como éste le devolvía la mirada por unos momentos. Poco después de que éste girase la cabeza lo vio sonreír, aunque no pudo comprender el por qué.

Fueran cuales fueran los motivos de aquella sonrisa, no le prestó más importancia. Había trabajo que hacer, y aunque el Doctor era un enemigo formidable, por ahora las cartas jugaban en su contra. Esta vez fue ella la que sonrió, al tiempo que proseguía rápidamente su camino para obtener la ayuda deseada.

Había trabajo que hacer y quizás poco tiempo, pero ella tenía todos los ases en su mano. 

Puntos Fijos (Doctor Who)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora