XV

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Cerca de una treintena de hombres aguardaban en aquel patio de armas improvisado en que se había convertido la entrada de la casa de Margarida Mateu. Curtidos en diversas batallas, pese a todo no podían evitar sentirse nerviosos, aunque esta vez no era por la proximidad de un nuevo combate. La causa de su intranquilidad era el hombre metálico que se erguía impasible enfrente suyo.

Al frente de todos ellos se encontraba el General Antonio de Villarroel, acompañado de su ayudante Martí Zuviria. Ambos permanecían igualmente impasibles, aunque a momentos tenían grandes dificultades para disimular la inquietud e incomodidad que tal situación les producía.

Y en la balconada, acompañada por el Conseller en Cap Rafael de Casanova, se encontraba Margarida Mateu, mirando orgullosa a aquellos hombres que iban a lanzar el ataque definitivo contra las tropas que asediaban Barcelona. Cualquier observador que hubiera visto la escena desconociendo la historia hubiera asegurado que, pese a su posado marcial, él no dejaba de ser un simple regente, mientras que ella aparecía henchida de orgullo y poder.

Como siempre, su eterna acompañante y guardaespaldas Alba, hija bastarda de su difunto marido, permanecía discreta y silenciosamente en un segundo plano, pero expectante por si en algún momento se requiriera su intervención.

– Os miro – decía Margarida Mateu –, y no puedo evitar pensar en el tiempo que llevamos padeciendo esta situación. Os miro y no puedo evitar preguntarme cuanto tiempo más tendremos que soportarla... Os miro y os veo no sólo a vosotros, sino también a vuestras mujeres y a vuestros hijos, que en cualquier momento pueden encontrarse privados de padre y marido por la crueldad de un rey francés que nos ambiciona desde la lejanía, y la cobardía de un rey austríaco que hace mucho que nos abandonó, por mucho que declare su gran amor hacia nosotros en todas y cada una de sus cartas...

Cada vez más envalentonada en su papel, se paseaba por la balconada y se asomaba hacia los hombres apostados en el patio, mientras su voz jugaba con los tonos y las inflexiones en un discurso que muchos políticos venideros habrían captado para sí mismos en pos de sus intereses.

– ¿Pretenden que nos rindamos ante su poder? – prosiguió, dejando breves pausas entre frase y frase para que el discurso calara más entre los hombres – ¿Pretenden que nos muramos de hambre? ¿Pretenden que nos convirtamos en una nueva Numancia*? Pues bien, mis hermanos, yo os digo rotundamente que no. Yo os aseguro que esto va a cambiar; os juro ante Dios todopoderoso que el día de hoy será recordado como el día en que expulsamos al invasor de nuestra tierra... Y vosotros, todos y cada uno de vosotros, podréis explicar a vuestros hijos y a vuestros nietos que este día estabais aquí.

La inquietud de los hombres había ido desapareciendo poco a poco, siendo sustituida por el principio de una furia hacia el invasor que se iba adueñando de sus corazones. Margarida Mateu lo sabía, y por eso calló un rato, dejando que sus palabras calaran bien en sus interiores; aquél era un día en que las dudas no estaban permitidas.

– Hoy, mis queridos miembros de la Coronela, vais a ser los acompañantes del hòmen de ferro en su camino a la liberación de Barcelona. Ninguno de vosotros lo ha visto actuar todavía, pero ya ha entrado en acción. Vuestra sangre se derramó en los Baluards de Portal Nou y Santa Clara, pero sin su intervención, ese derramamiento hubiera sido totalmente estéril. Hubiéramos perdido aquellas batallas, y quien sabe, quizás la ciudad también. Pero ahora – prosiguió, alzando mucho la voz y golpeando la balconada con los puños –, se acabó el tiempo de la ocultación, se acabó el tiempo de las incursiones furtivas. Estamos preparados, tenemos una arma y pensamos utilizarla, y ay de aquél que se cruce en nuestro camino, ay de aquél que se interponga entre nosotros y nuestra libertad. En el día de hoy, el mundo entero va a escuchar a los catalanes. Les guste o no, todas las naciones de la tierra escucharán nuestro grito, y como que existe un Dios, más les vale no ignorarlo... ¡Volved a vuestras tierras y dejadnos en paz!

Puntos Fijos (Doctor Who)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora