Capítulo I: Chocolate

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​Trabajar no se me hacía interesante, pero, aunque mi vida era ocupada, también era tediosa y aburrida. Mis amistades las podía contar con los dedos de una mano y me sobraban por lo menos dos o tres dedos; mi vida sentimental era un asco, pues desde primero de prepa no había tenido novia y, todo lo que tenía para hacerme compañía era a Max, mi hurón. Pero antes de cumplir veinte, al entrar a cuarto semestre de la facultad, necesité un ingreso extra para seguir con mis estudios, pues mis padres tenían problemas y no me podían ayudar igual que antes; obviamente mi mejor apoyo era, que no debía pagar renta como muchos de mis compañeros, porque vivía en la misma ciudad donde estaba la escuela, pero mis materiales sí eran costosos.


"Se necesita mesero con urgencia, medio tiempo, turno vespertino, traer la solicitud elaborada".

Ese había sido el anuncio que estaba puesto en un mural de la facultad y decidí acudir, después de todo, nada perdía con intentar.

La dirección me llevó a un local tranquilo y con tintes románticos a varias cuadras del campus, era un café; se servían todo tipo de bebidas, frías y calientes, además de deliciosos postres dulces para acompañar y una que otra comida rápida, como emparedados, papas fritas, hamburguesas y crepas. El lugar era frecuentado por todo tipo de personas, en su mayoría parejas, y la dueña del lugar, Lizeth, o Lizy, era una mujer hermosa de veintisiete años, su cabello rubio y sus ojos azules le daban un aire de dulzura que, cualquier cliente caía rendido ante ella y, todo lo que les ofrecía, terminaba siendo comprado.

Apenas me vio entrar y sus encantos salieron a flote, pero, cuando le dije que iba por el empleo, su emoción pareció llegar al cielo. Me dijo que los últimos trabajadores se habían ido sin siquiera avisar y necesitaba ayuda, por lo que no puso mucha objeción, a pesar de que yo no sabía nada sobre café, ni mucho menos postres o comida; yo solo sabía de matemáticas y fórmulas de ingeniería, pues mis estudios estaban centrados en mecatrónica.

Una semana me estuvo adiestrando, hasta que pude usar la máquina de cappuccino y pude hacer figuras sencillas en el latte, algo que, debía admitir, había sido divertido aprender. Después, me dio un par de uniformes; uno era un traje que constaba de un pantalón oscuro, una camisa blanca, un corbatín negro y un chaleco bicolor, con los colores del local; el otro, era un traje completo que debía ser usado para los eventos especiales, fechas festivas y fines de semana, también, recibí un delantal y un gafete con mi nombre; además me obligó a peinarme diferente, pues decía que mi cabello cubría siempre mi rostro y de no ser por mis lentes, no se mirarían mis ojos, que según ella, eran preciosos por el color aceitunado que tenían, algo de lo que yo no estaba del todo seguro. Después de eso, Lizy siempre me presionaba para que sonriera, y aunque no me agradaba, debía de hacerlo, pues era un mesero.

Durante casi un mes seguí en el empleo, trabajaba desde que salía de la universidad, a las tres de la tarde hasta las nueve de la noche, que era cuando cerraba y descansaba un día entre semana, a veces dos, según me lo exigiera mi escuela; los fines de semana, el sábado trabajaba medio día y el domingo era tiempo completo, aunque en ocasiones, acudía los dos días desde temprano; mi jefa, entre semana, podía dejarme solo, me tenía suficiente confianza para hacerlo, mientras ella hacía cosas que ocupaba de su propia vida. La clientela femenina había aumentado y según Lizy, era por mi presencia, aunque en lo personal, era algo que no me interesaba, lo único que me agradaba, eran las propinas que obtenía; aunque ciertamente, cada que recibía un billete de alta denominación, venía acompañado con una tarjeta y un número de teléfono, pero jamás me involucré con nadie, no quería problemas.

Estaba por cumplir dos meses en mi trabajo, cuando, un lunes, un hombre llegó al local, era alto, su cabello negro estaba perfectamente peinado, tenía una mirada azul intensa y observó a todos con superioridad, incluyéndome; aun así, capto la mirada de todas las mujeres que estaban en el café. Ni siquiera tomó una mesa, pasó directamente al mostrador.

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